El 18 de abril del año 1942, hace exactamente 70 años, en el escenario de la guerra del Pacífico, entre Japón y Estados Unidos, se llevó a cabo un evento que en opinión de muchos, fue el principio del cambio de suerte de la hasta ese momento arrasadora máquina de guerra japonesa, a la vez que una inyección de optimismo para las tropas norteamericanas que en ese momento sólo conocían la derrota.
Viendo que cada instante se extendía más el dominio japonés sobre el frente bélico, el alto mando norteamericano buscó una estratagema que les obligara a detener el flujo de tropas hacia el cada vez más amplio teatro bélico. La respuesta fue atacar el centro neurálgico del territorio japonés, esto es, la ciudad de Tokio, y algunos de sus centros industriales más notorios. Esto obligaría a retener tropas para defender el territorio, mismas que no podrían integrarse al avance victorioso nipón.
El plan era arriesgado. En ese entonces nadie contaba con aviones capaces de reabastecer combustible en pleno vuelo, además, tampoco se tenían naves aéreas con la autonomía suficiente para hacer el viaje desde las más cercanas bases norteamericanas (Midway o las Aleutianas) hasta territorio japonés y luego pudieran regresar, incluso empleando tanques auxiliares de combustible. La solución, ya lo habían demostrado los japoneses en Pearl Harbor, era el empleo de portaaviones. Sin embargo, en ese momento no existían portaaviones capaces de lanzar desde su cubierta a los pesados bombarderos de entonces, que necesitan devorar más pista para despegar. Tampoco existían las catapultas que se emplean actualmente.
La solución se dio con varios pasos arriesgados: primero, seleccionar un tipo de bombardero ligero pero capaz de llevar una carga suficiente de bombas; respuesta: el B-25 Mitchell. Segundo paso: hacer que cargaran una gran reserva de combustible que incrementaría el peso y haría necesaria más pista de despegue; respuesta: quitarle todo el peso extra a la nave sacrificando hasta el armamento defensivo. Con ametralladoras simuladas (falso que alguien improvisara con palos de escoba) aquellas naves cargadas de combustible tuvieron que partir esperando no encontrarse como patos en galería frente a los temibles Zero japoneses.
Como de cualquier manera, no podrían aterrizar de regreso en el portaaviones porque esa maniobra además de peligrosa requería de espacio que no se tenía disponible, los bombarderos programaron aterrizar en pistas de Rusia y China, que quedaban más cerca. Los aviones se sacrificarían en un viaje sin retorno, esperando suerte para las tripulaciones.
El plan no era perfecto y quedó demostrado cuando tuvieron que hundir a un barco pesquero artillado japonés, el Nitto Maru; esto los obligó a una batalla para hundirlo y además despegar 200 millas antes de lo previsto. Un total de 16 bombarderos, mismos que a los 40 minutos fueron descubiertos por un avión patrullero japonés. Afortunadamente los dioses de la guerra permitieron que el alto mando no creyera ni ese mensaje, ni las emisiones radiales del pesquero previamente hundido.
De cualquier forma, las cartas de suerte no estaban todas en manos de los norteamericanos. Ya con las naves en el aire, el dictador soviético Iósif Stalin decidió que no tentaría a la suerte arriesgándose a un enfrentamiento con Japón, en el momento en que del otro lado de su territorio enfrentaba a una avasalladora Alemania, por lo tanto negó el permiso de aterrizar en sus bases a los aparatos norteamericanos y apagó el radiofaro que les guiaba hacia las bases de emergencia. Con cartas de navegación, los bombarderos comandados por el teniente coronel James H. Doolittle se dirigieron a sus destinos.
Nueve aparatos norteamericanos bombardearon Japón, tres se destinaron a Kanagawa y Yokohama y los restantes tres a Nagoya, Osaka y Yokosuka. El éxito del bombardeo fue mas bien psicológico, porque no se causaron todos los daños que se podrían haber causado. A cambio, las penalidades de escapar con escaso combustible a puntos inciertos se reflejaron con la pérdida de 11 aviadores, cinco más fueron apresados por los rusos (escaparon luego) y además, ningún aeroplano pudo ser recuperado.
Japón, a consecuencia de este ataque, retuvo tropas y armamentos para defensa de su territorio, cosa que ya significaba una victoria, pero además, comprendiendo a medias que los portaaviones norteamericanos significaban una amenaza a su expansión, planeó el ataque a la base de portaaviones más importante en el Pacífico: Midway. La batalla de trágicos resultados para la armada imperial japonesa, habría de significar un cambio de viento en el desarrollo de aquella guerra, mismo que poco a poco y con capítulos sangrientos como Okinawa, Filipinas y la cacería de pavos de las Marianas, habría de concluir hasta 1945.
Celebrar los 70 años de la incursión es celebrar el principio del fin, aunque habría de probar el ejército norteamericano el filo de la espada bélica japonesa y lo aguerrido de sus soldados. Al final de cuentas, decir que en las guerras no hay vencedores ni vencidos es algo simplista. Todo el mundo hoy, sigue enfrentando las consecuencias de un conflicto que sí, hay que admitirlo, hace 70 años enfrentó una decisión que le hizo cambiar el rumbo.
Fuente: http://www.informador.com.mx/El plan era arriesgado. En ese entonces nadie contaba con aviones capaces de reabastecer combustible en pleno vuelo, además, tampoco se tenían naves aéreas con la autonomía suficiente para hacer el viaje desde las más cercanas bases norteamericanas (Midway o las Aleutianas) hasta territorio japonés y luego pudieran regresar, incluso empleando tanques auxiliares de combustible. La solución, ya lo habían demostrado los japoneses en Pearl Harbor, era el empleo de portaaviones. Sin embargo, en ese momento no existían portaaviones capaces de lanzar desde su cubierta a los pesados bombarderos de entonces, que necesitan devorar más pista para despegar. Tampoco existían las catapultas que se emplean actualmente.
La solución se dio con varios pasos arriesgados: primero, seleccionar un tipo de bombardero ligero pero capaz de llevar una carga suficiente de bombas; respuesta: el B-25 Mitchell. Segundo paso: hacer que cargaran una gran reserva de combustible que incrementaría el peso y haría necesaria más pista de despegue; respuesta: quitarle todo el peso extra a la nave sacrificando hasta el armamento defensivo. Con ametralladoras simuladas (falso que alguien improvisara con palos de escoba) aquellas naves cargadas de combustible tuvieron que partir esperando no encontrarse como patos en galería frente a los temibles Zero japoneses.
Como de cualquier manera, no podrían aterrizar de regreso en el portaaviones porque esa maniobra además de peligrosa requería de espacio que no se tenía disponible, los bombarderos programaron aterrizar en pistas de Rusia y China, que quedaban más cerca. Los aviones se sacrificarían en un viaje sin retorno, esperando suerte para las tripulaciones.
El plan no era perfecto y quedó demostrado cuando tuvieron que hundir a un barco pesquero artillado japonés, el Nitto Maru; esto los obligó a una batalla para hundirlo y además despegar 200 millas antes de lo previsto. Un total de 16 bombarderos, mismos que a los 40 minutos fueron descubiertos por un avión patrullero japonés. Afortunadamente los dioses de la guerra permitieron que el alto mando no creyera ni ese mensaje, ni las emisiones radiales del pesquero previamente hundido.
De cualquier forma, las cartas de suerte no estaban todas en manos de los norteamericanos. Ya con las naves en el aire, el dictador soviético Iósif Stalin decidió que no tentaría a la suerte arriesgándose a un enfrentamiento con Japón, en el momento en que del otro lado de su territorio enfrentaba a una avasalladora Alemania, por lo tanto negó el permiso de aterrizar en sus bases a los aparatos norteamericanos y apagó el radiofaro que les guiaba hacia las bases de emergencia. Con cartas de navegación, los bombarderos comandados por el teniente coronel James H. Doolittle se dirigieron a sus destinos.
Nueve aparatos norteamericanos bombardearon Japón, tres se destinaron a Kanagawa y Yokohama y los restantes tres a Nagoya, Osaka y Yokosuka. El éxito del bombardeo fue mas bien psicológico, porque no se causaron todos los daños que se podrían haber causado. A cambio, las penalidades de escapar con escaso combustible a puntos inciertos se reflejaron con la pérdida de 11 aviadores, cinco más fueron apresados por los rusos (escaparon luego) y además, ningún aeroplano pudo ser recuperado.
Japón, a consecuencia de este ataque, retuvo tropas y armamentos para defensa de su territorio, cosa que ya significaba una victoria, pero además, comprendiendo a medias que los portaaviones norteamericanos significaban una amenaza a su expansión, planeó el ataque a la base de portaaviones más importante en el Pacífico: Midway. La batalla de trágicos resultados para la armada imperial japonesa, habría de significar un cambio de viento en el desarrollo de aquella guerra, mismo que poco a poco y con capítulos sangrientos como Okinawa, Filipinas y la cacería de pavos de las Marianas, habría de concluir hasta 1945.
Celebrar los 70 años de la incursión es celebrar el principio del fin, aunque habría de probar el ejército norteamericano el filo de la espada bélica japonesa y lo aguerrido de sus soldados. Al final de cuentas, decir que en las guerras no hay vencedores ni vencidos es algo simplista. Todo el mundo hoy, sigue enfrentando las consecuencias de un conflicto que sí, hay que admitirlo, hace 70 años enfrentó una decisión que le hizo cambiar el rumbo.
