Las víctimas de una matanza en un pequeño pueblo griego exigen compensación. El caso está pendiente en el Tribunal de La Haya
Memorial de Dístomo
En el pequeño pueblo de Dístomo, en las cercanías del monte Parnaso, los más viejos del lugar son incapaces de olvidar la mañana del sábado 10 de junio de 1944. Hacía solo unos días que las fuerzas aliadas habían desembarcado en Normandía y, en Grecia, los partisanos -sobre todo comunistas con apoyo de los servicios de inteligencia británicos- incrementaban sus actos de resistencia para echar a los ocupantes alemanes. Los nazis no tardaron en vengarse.
«Un alemán muerto, 50 griegos ejecutados», era el aviso lanzado por las tropas del Tercer Reich a la población local. Sin embargo, la resistencia griega no se amilanaba y era muy activa en las montañas de la zona. Esa mañana de junio, un convoy alemán fue atacado por la guerrilla: 40 soldados murieron. Furioso, el oficial de las SS al mando del batallón, Fritz Lautenbach, ordenó penetrar en el pueblo de Dístomo y tomar represalias. Lo que siguió fue una orgía de sangre y fuego que apenas se puede expresar en palabras: calle a calle, casa a casa, los soldados alemanes mataron a todo el que se encontraron. Violaron a las mujeres, acuchillaron a los niños y decapitaron al párroco. En total, 218 habitantes fueron asesinados; más de la mitad eran mujeres; 53 de los muertos, niños menores de 16 años.
Muerte y hambruna
En el documental Una canción para Argyris, Argyris Sfunturis, que con 4 años de edad escapó de milagro a la barbarie, relata cómo perdió a sus padres y otros 30 familiares. Él, igual que otros supervivientes de la masacre, busca justicia desde hace décadas ya que los sucesivos intentos de hacer pagar por sus crímenes al Estado alemán no han surtido efecto. Los tribunales de Grecia e Italia han dado la razón a las víctimas de Dístomo, pero la justicia germana ha fallado en sentido contrario ya que el acuerdo de 1960 con el Estado griego preveía que no se realizasen nuevas reclamaciones individuales por la represión nazi en Grecia. El asunto está aún pendiente en el Tribunal de La Haya. «La población de Dístomo está muy enfadada -explica Vasso, una funcionaria de la localidad-; quieren que Alemania les pague las indemnizaciones por lo que sufrieron».
Tras la Unión Soviética, Polonia y la antigua Yugoslavia, Grecia fue el país que proporcionalmente más habitantes perdió durante la ocupación por parte de las potencias del eje. Los brutales términos impuestos por los nazis al Gobierno colaboracionista de Atenas provocaron la hiperinflación: el precio del pan se multiplicó por 10 millones. Esto provocó que los alimentos quedaran fuera del alcance de la mayoría de la población y, solo durante el primer invierno de ocupación, unas 100.000 personas murieron de hambre. A pesar de que algunos países neutrales enviaron ayuda humanitaria para paliar la hambruna, esta era habitualmente requisada por los ocupantes, que la revendían en el mercado negro. Muchos griegos hubieron de alimentarse con lo poco que encontraban: incluso sacrificando a sus burros, sus perros o recogiendo hierba de las cunetas.
Otros 30.000 griegos fueron asesinados por las tropas alemanas, italianas y búlgaras por ser sospechosos de colaborar con la resistencia. Además, cerca de 70.000 judíos fueron exterminados, muchos de ellos tras ser deportados al campo de concentración de Auschwitz. Los siglos de historia hebrea en Grecia -una gran mayoría eran sefardís descendientes de los expulsados de la península Ibérica- fueron borrados de un plumazo.
Los perdedores
Pero parte de la culpa de que las víctimas del horror nazi no hayan obtenido sus justas reparaciones recae también en el Estado griego, según asegura el historiador Hagen Fleischer. A la lucha por la liberación de Grecia, sucedió una guerra civil que enfrentó a comunistas y a nacionalistas con apoyo británico y estadounidense. «Los perdedores de la guerra civil fueron los de la izquierda, que era los que mayor empeño habían puesto en la resistencia antinazi», cuenta. «Antiguos colaboracionistas de la ocupación alemana fueron exculpados y rehabilitados tras la guerra civil, mientras que los partisanos fueron reprimidos», añade.
Las heridas causadas por esta contienda civil no comenzaron a restañarse hasta la década de 1980 y, de esta forma, los antiguos partisanos no lograron «el poder de lobi», que si tuvieron en otros países como Francia, Italia o los de la Europa oriental.
Fuente: DIARIO CÓRDOBA«Un alemán muerto, 50 griegos ejecutados», era el aviso lanzado por las tropas del Tercer Reich a la población local. Sin embargo, la resistencia griega no se amilanaba y era muy activa en las montañas de la zona. Esa mañana de junio, un convoy alemán fue atacado por la guerrilla: 40 soldados murieron. Furioso, el oficial de las SS al mando del batallón, Fritz Lautenbach, ordenó penetrar en el pueblo de Dístomo y tomar represalias. Lo que siguió fue una orgía de sangre y fuego que apenas se puede expresar en palabras: calle a calle, casa a casa, los soldados alemanes mataron a todo el que se encontraron. Violaron a las mujeres, acuchillaron a los niños y decapitaron al párroco. En total, 218 habitantes fueron asesinados; más de la mitad eran mujeres; 53 de los muertos, niños menores de 16 años.
Muerte y hambruna
En el documental Una canción para Argyris, Argyris Sfunturis, que con 4 años de edad escapó de milagro a la barbarie, relata cómo perdió a sus padres y otros 30 familiares. Él, igual que otros supervivientes de la masacre, busca justicia desde hace décadas ya que los sucesivos intentos de hacer pagar por sus crímenes al Estado alemán no han surtido efecto. Los tribunales de Grecia e Italia han dado la razón a las víctimas de Dístomo, pero la justicia germana ha fallado en sentido contrario ya que el acuerdo de 1960 con el Estado griego preveía que no se realizasen nuevas reclamaciones individuales por la represión nazi en Grecia. El asunto está aún pendiente en el Tribunal de La Haya. «La población de Dístomo está muy enfadada -explica Vasso, una funcionaria de la localidad-; quieren que Alemania les pague las indemnizaciones por lo que sufrieron».
Tras la Unión Soviética, Polonia y la antigua Yugoslavia, Grecia fue el país que proporcionalmente más habitantes perdió durante la ocupación por parte de las potencias del eje. Los brutales términos impuestos por los nazis al Gobierno colaboracionista de Atenas provocaron la hiperinflación: el precio del pan se multiplicó por 10 millones. Esto provocó que los alimentos quedaran fuera del alcance de la mayoría de la población y, solo durante el primer invierno de ocupación, unas 100.000 personas murieron de hambre. A pesar de que algunos países neutrales enviaron ayuda humanitaria para paliar la hambruna, esta era habitualmente requisada por los ocupantes, que la revendían en el mercado negro. Muchos griegos hubieron de alimentarse con lo poco que encontraban: incluso sacrificando a sus burros, sus perros o recogiendo hierba de las cunetas.
Otros 30.000 griegos fueron asesinados por las tropas alemanas, italianas y búlgaras por ser sospechosos de colaborar con la resistencia. Además, cerca de 70.000 judíos fueron exterminados, muchos de ellos tras ser deportados al campo de concentración de Auschwitz. Los siglos de historia hebrea en Grecia -una gran mayoría eran sefardís descendientes de los expulsados de la península Ibérica- fueron borrados de un plumazo.
Los perdedores
Pero parte de la culpa de que las víctimas del horror nazi no hayan obtenido sus justas reparaciones recae también en el Estado griego, según asegura el historiador Hagen Fleischer. A la lucha por la liberación de Grecia, sucedió una guerra civil que enfrentó a comunistas y a nacionalistas con apoyo británico y estadounidense. «Los perdedores de la guerra civil fueron los de la izquierda, que era los que mayor empeño habían puesto en la resistencia antinazi», cuenta. «Antiguos colaboracionistas de la ocupación alemana fueron exculpados y rehabilitados tras la guerra civil, mientras que los partisanos fueron reprimidos», añade.
Las heridas causadas por esta contienda civil no comenzaron a restañarse hasta la década de 1980 y, de esta forma, los antiguos partisanos no lograron «el poder de lobi», que si tuvieron en otros países como Francia, Italia o los de la Europa oriental.
