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La guerra sin fin del marine Ortega

Publicado: 18 12 2014 13:24
por abhang
Superviviente del bombardeo de Pearl Harbor, del que el 7 de diciembre se cumplieron 73 años, y de los conflictos de China, Corea, Líbano y Vietnam entre otros prodigios, este sargento mayor de origen español repasa sus siete vidas desde su casa de Logroño.
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7 de diciembre de 1941. Un día como otro cualquiera en Pearl Harbor. También para el marine Louis Ortega, quien acaba de dejar con el resto de la Sexta Flota aquel paraje de ensueño sin intuir la hecatombe que se avecina. "Hawái era el paraíso", recuerda en un dulcísimo español, de aroma portorriqueño. Han pasado 73 años, pero aún se le humedecen los ojos. El sol de otoño se filtra por los ventanales de su piso de Logroño, muy lejos de Hawái, sentado junto a su esposa Esther. Entre ambos irán hilando un relato asombroso, un condensado de la vida de este privilegiado testigo del siglo XX, el sargento mayor Louis Ortega. Un marine que se despide en posición de firmes, saludando al estilo militar desde sus orgullosos 93 años.

Pearl Harbor, el día en que Hitler empezó a perder la guerra ("el fin del principio", según la cita de Churchill), será el primer capítulo de la exagerada vida de este soldado, que incluye un convulso prólogo, el viaje de sus abuelos desde Galicia hasta Puerto Rico y el desembarco posterior de la segunda generación de los Ortega en Nueva York. Allí nació nuestro héroe: "Church Street 90, Manhattan. Siempre fui un memorión", presume con un brillo malicioso en la mirada. Aquel jovencito decidió de adolescente que nadie escribiría su historia: luego de un intento fallido de enrolarse con los brigadistas que llegaron a España a pelear por la República, se alistó en el Ejército de Estados Unidos. Los días corren deprisa. Apenas alcanzada la mayoría de edad, Louis se vio a bordo del acorazado "Mississippi", con destino a una desconocida ensenada hawaiana cuyo evocador nombre, Pearl Harbor, pronuncia en su estupendo inglés mientras desgrana cómo sobrevivió al ataque japonés.

Frente del Pacífico. La contienda, que hasta 1941 se desplegaba solo en suelo europeo, alcanza entonces carácter global. Aunque pareció lo contrario en un primer momento, fue un capítulo que decantó la guerra para los aliados.

Su barco tenía que haber estado esa mañana bajo fuego nipón, pero el Alto Mando decidió de repente que su sitio estaba lejos, muy lejos: en el Atlántico Norte. Así que Ortega se enteró por casualidad, dos días después, del bombardeo. Fue al sintonizar a bordo del "Mississippi" ¡¡¡Radio Nacional de España!!! Como entendía el idioma, Louis fue el primero en saber que Japón había conseguido lo que no lograron los nazis: que Estados Unidos entrara en la II Guerra Mundial.

"La radio decía que habían atacado el Gibraltar americano", rememora. Sintió un escalofrío. Breve. En esos días no daba tiempo para mirar atrás. Lo que parecía una plácida expedición hacia los mares de Europa derivó en una travesía bélica, con la misión de controlar aquel pasadizo norteño, objetivo estratégico de las potencias en conflicto. "Hubo un día en que vi hasta cuatrocientos barcos", evoca. "¡Cuatrocientos!". Desde ese momento, sus citas con la historia se suceden: viaja del frente europeo al asiático, combate en Okinawa, Guadalcanal y el resto de carnicerías y comprueba que, como los gatos, goza de siete vidas. Lo corrobora el día en que estando en su hoyo de tirador le llueven las entrañas de un compañero, destrozado bajo fuego enemigo. "Fue muy duro, los japoneses eran bravos, aunque no tanto como los coreanos". ¿Coreanos? Bueno, esa es otra historia.

Me olvidé de dormir

Seguimos en el frente del Pacífico. Ortega sobrevive al asedio nipón, pero a costa de contraer una malaria cerebral, mal que le depara una experiencia insólita: "Me olvidé de dormir". En medio de aquel infierno, entre mosquitos, francotiradores y un sol abrasador, le era imposible conciliar el sueño. De su infinita vigilia, el insomne marine escapó vivo, aunque no salió indemne. Algo en su interior se había quebrado. La voz se le ahoga, quiere beber. ¿Un vaso de agua? No, por favor: una copa de Rioja. "Esto es agua bendita", sonríe. Las nubes se apartan de su mirada. Vuelve al relato, retoma su odisea, llega al día del armisticio… que para él no fue tal. La guerra había acabado, pero la Sexta Flota, vértice del nuevo gendarme mundial, tenía una nueva misión: la Guerra de China, un episodio no muy conocido del siglo XX.

En esa contienda, Estados Unidos debía preservar la paz entre los partidarios de Mao y los de Chiang Kai Chek. Una encomienda en principio rutinaria, que se convirtió en otra cita con el destino, de aire bíblico: patrullando por un arrozal, escuchó sollozos procedentes de un minúsculo fardo. Entre los harapos se ocultaba una pequeña a punto de perecer, a quien depositó en un orfanato. De su bolsillo pagó el alojamiento y la manutención de esa niña que todavía vive y a quien considera su hija. Lo mismo que ella le tiene por su auténtico padre. Pero Louis rechaza atribuirse méritos. "Bah", sentencia con un manotazo al aire. "Cortesía militar".

Japón, China y Corea. Sí, porque también Corea reclamó su atención. Ya están aquí los "bravos coreanos" a quienes recuerda admirado el soldado, mientras muestra sus heridas de guerra: bajo la pernera del pantalón exhibe sin orgullo una cicatriz en la rodilla izquierda. ¿Metralla? "No, bayoneta". "La metralla me hirió aquí" y se señala una ceja, luego la barbilla, después la mano… Sí, sin orgullo ni afectación. Restando importancia a sus peripecias y repasando sus siguientes violentos destinos del violento siglo XX: la primera guerra del Líbano y su última misión, Vietnam.

Para entonces, Louis era un veterano héroe de película, con una vida también de película en paralelo a su oficio de soldado. En 1955, destinado en París, había conocido a Esther, una española que como tantas jóvenes de su generación había emigrado a Francia en busca de trabajo. Empleada en casa de una hermana del luego presidente François Mitterrand, esta riojana tropezó con su esposo gracias… Gracias al pasodoble. Ella estaba bailando en una sala de fiestas cuando el marine, que había aprendido esos pasos de su abuela gallega, apareció en escena como si en efecto fuera un galán del celuloide. "Nos casamos en Logroño", explica ella, "aunque él dice que primero estaba casado con la Marina". Era 1957. Louis volvió a filas y su esposa tuvo que peregrinar por los puertos próximos (Montecarlo, Niza, Barcelona) para verse. Finalmente, se plantó un día en Nueva York, en casa de su familia política, "sin saber nada de inglés", con la idea de edificar una vida con su marido. Mientras tanto, su hombre seguía viajando por los confines del globo, hasta que una mañana de 1958 desembarcó en Carolina del Norte y se encontró para su sorpresa con Esther. Un final feliz… truncado: no eran años fáciles. Aguardaba la invasión de Bahía Cochinos ("dormía con el equipo de combate puesto") y en el horizonte amenazaba Asia de nuevo. Destino, Vietnam.

Eran ellos o yo

El sargento era para entonces un padre de familia cansado de tan fatigosas tareas. Parece, escuchando cómo baja el tono de voz y mira ensimismado su copa de Rioja, que embarcó sin la energía de otras misiones. Y Louis no puede evitar que unas lágrimas se le escapen. "De Vietnam volvió muy mal", desvela Esther. Él sigue en silencio. Lo rompe para enunciar una curiosa teoría: "En el cerebro está todo, la parte del sí y la del no". Un elegante modo de explicar que también en Vietnam tuvo que disparar. "El sí y el no". De allí regresó con las máximas distinciones militares, que emergen entre la panoplia de recuerdos de su tiempo en las trincheras, como ese carboncillo donde aparece retratado con uniforme de combate. "Parece Lee Marvin, Louis". Y se ríe. Es una sonrisa triste. Vietnam sigue en su cabeza, que alberga otras pavorosas imágenes: Japón, China, Corea, Beirut...
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Dibujo al carboncillo de Ortega
Es usted un superviviente. Puede estar orgulloso.

Sí, lo estoy. Pero sobre todo estoy orgulloso de mis dos nietos.

Declina el mediodía mientras el salón de su casa de Logroño se puebla de memoria, hermosa y trágica. El camarada irlandés fallecido, el que le animó a alistarse; sus años de civil, con empleos tan curiosos como la seguridad del Club Play Boy de Nueva York; siempre el drama de la batalla, inolvidable en tantos sentidos. "La guerra es lo peor", concluye. "Imaginemos una pradera donde pastan todo tipo de animales. Solo hay paz y armonía, pero llega el hombre y se acabó. El hombre siempre trae la guerra".
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Con su mujer, en su casa de Logroño



Entrevistado por Jorge Alacid

Fuente: El Correo.com

Re: La guerra sin fin del marine Ortega

Publicado: 18 12 2014 23:56
por helen
Simplemente hermoso, hermosa historia, y para una amante de las biografías como lo soy yo, muy enriquecedora. Alguien que por años vivió en la guerra, al final de sus días, diserta: "El hombre siempre trae la guerra"... "La guerra es lo peor". Palabras sabias provenientes de alguien que sabe lo que habla y que tiene autoridad para decirlas, pero que lamentablemente el mundo no escucha porque seguimos en lo mismo, y la guerra y los pleitos siguen siendo pan de cada día.

Gracias Antonio.

Re: La guerra sin fin del marine Ortega

Publicado: 19 12 2014 09:05
por Bertram
Impresionante la vida de este Marine, menudo curriculum.

Re: La guerra sin fin del marine Ortega

Publicado: 19 12 2014 13:40
por tigerwittmann
Saludos camaradas.

Todo un veterano el sr. Ortega.
Segunda Guerra Mundial, Corea, Vietnam, es uno de esa generación de norteamericanos que lucharon en estas tres cruentas guerras. La de terribles cosas que sus ojos han debido ver.

Gracias por la noticia, Antonio.

Saludos.

Re: La guerra sin fin del marine Ortega

Publicado: 19 12 2014 15:47
por Currahee
Lo primero que pensé al leer el titular fue: "A que este también era gallego..." ¡y bingo!. Ya tenemos al Ryan gallego, Manuel Otero, y ahora al "My way" gallego. Si es que ni Lucy ni cuentos chinos, el hombre viene del Homo Gallaecis. Una vida de película que sin duda la tendría de tratarse de un estadounidense de pura cepa. Me quedo con su frase final:

"Imaginemos una pradera donde pastan todo tipo de animales. Solo hay paz y armonía, pero llega el hombre y se acabó. El hombre siempre trae la guerra".

Saludos desde Galicia.

Re: La guerra sin fin del marine Ortega

Publicado: 21 12 2014 00:36
por abhang
:lol: Muy bueno currahee, de casta le viene al galgo...;
en verdad toda una vida combatiendo, por esto sumamente interesante, digno de escribir sus vivencias en el hilo de Historia o en Curiosidades, y por supuesto, digno también de hacer una película sobre él.

Saludos.

Re: La guerra sin fin del marine Ortega

Publicado: 21 12 2014 14:06
por Toccoa
Simplemente me he quedado sin palabras... Es increíble lo que ha pasado en la vida este hombre.
Mas que de una película... Digno de una serie!!
Lo dicho, digno de honra y respeto eterno.

Saludos camaradas!

Re: La guerra sin fin del marine Ortega

Publicado: 21 12 2014 22:23
por CHESTERNIMITZ
Impresionante la vida de este Soldado. Y la verdad es que sobrevivir a todo eso se le puede decir que es un soldado de Fortuna.

Re: La guerra sin fin del marine Ortega

Publicado: 23 12 2014 17:46
por tavoohio
He querido averiguar mas de este valiente hombre, pero parece que apareció el día de la entrevista. Fuera de sus fotos y esta noticia en tres diarios de Internet no he encontrado nada mas. He querido averiguar donde nació (según esta noticia es en New York. Ciudad o Estado?), año y fecha y no he tenido suerte. Que hacia en Pearl Harbor? Me refiero unidad y compañía. Es que si este hombre peleo en tantas guerras, te aseguro, te aseguro que los Americanos lo tendrían en alto! Ellos aman y respetan a los que defienden sus ideales. Sera que el nombre tiene algún error? O posee un segundo nombre?


Existe algo de un farmaceusta con el mismo nombre al que le dedican un espacio en la Batalla de Guadalcanal. No he podido unir los dos nombres con la historia que trae Antonio.