El Papa pidió ayer “perdón y reconciliación” después de preguntarse: “Señor ¿Por qué has callado mientras todo esto ocurría?”
Tras caminar solo, con su figura blanca y el rostro casi petrificado de la emoción, por los senderos del campo de Auschwitz-Birkenau, al que llamó “este lugar de horror, de acumulación de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene parangones en la historia”, el Papa alemán pidió ayer “perdón y reconciliación” después de preguntarse: “Señor ¿Por qué has callado mientras todo esto ocurría?” Joseph Ratzinger, de 79 años, vivió como nadie ayer la peregrinación penitencial de recorrer el infierno en el que sus compatriotas asesinaron durante la Segunda Guerra Mundial a más de 1,5 millón de personas, de los cuales 1,1 millón eran judíos. El papa Pío XII estaba al comando del Vaticano en aquellos años y aún hoy se debate el significado de su papel histórico.
En la parte culminante de su visita, en Auschwitz II-Birkenau, situado a unos tres kilómetros de Auschwitz I, el campo de exterminio original, el Papa pronunció en italiano un discurso en el que incluyó varias improvisaciones, todas para enfatizar su repudio contra los crímenes cometidos contra el pueblo judío. Dijo en medio de un gran silencio por parte de la multitud de sobrevivientes del campo e invitados, que “es particularmente difícil y oprimente para un Papa que proviene de Alemania hablar en este lugar de horror”.
“En un lugar como este vienen a menos las palabras, puede restar sólo un estupefacto silencio que es un grito interior hacia Dios: ¿Por qué señor has callado?
¿Cómo has podido tolerar todo esto?”, preguntó. Y afirmó:
“Este silencio deviene después de un pedido a alta voz de perdón y de reconciliación. Un grito al Dios viviente de que no permita nunca más algo similar”.
El campo de Birkenau fue donde los nazis perfeccionaron la máquina de matar. Allí llegaban en ferrocarril decenas de miles de personas de toda Europa.
En Birkenau funcionaban los perfeccionados hornos crematorios, las cámaras de gas más modernas que en Auschwitz I, el campo fundado por los ocupantes alemanes en 1940. Había centenares de barracas donde se hacinaban los prisioneros, que morían apaleados, fusilados, gaseados, por hambre y sed o por las enfermedades.
Los judíos fueron las víctimas principales. Lo recordó varias veces Benedicto XVI, incluso con un enfoque teológico muy interesante.
Dijo que “los potentados del Tercer Reich querían aplastar al pueblo judío en su totalidad, eliminarlo del elenco de los pueblos de la Tierra”. En realidad, “esos criminales violentos querían, al aniquilar al pueblo judío, matar a Dios”.
Ratzinger fue comprensivo con sus compatriotas alemanes.
“Nuestro pueblo fue usado y abusado como instrumento de su manía de destrucción y dominio”, dijo, por “un grupo de criminales” que les hizo “promesas mentirosas en nombre de las perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y también con la fuerza del terror y la intimidación”.
Durante la ceremonia un rabino entonó el kaddish, un canto judío en homenaje a los muertos.
También testimoniaron líderes religiosos ortodoxos y protestantes, en representación de los 22 pueblos que lloran a sus muertos en Auschwitz.
El Papa había comenzado su visita en el campo original (Auschwitz I) caminando solo, delante de un grupo de cardenales y obispos.
Benedicto XVI se arrodilló en el “muro de la muerte” donde fusilaron a cientos de prisioneros y entró luego en el adyacente bloque 11, en cuyas celdas se cometieron las peores tropelías. Bajó a las celdas de los sótanos y dijo una plegaria en la celda donde murió el padre franciscano polaco Massimiliano Kolbe, desde 1982 santo de la Iglesia. El padre Kolbe sustituyó por su voluntad a un padre de familia y pasó dos semanas de agonía, sin comer ni beber, en esa celda. Los nazis decidieron acelerar su final con una inyección de veneno.
El Papa saludó uno a uno, junto al “muro de la muerte”, a 32 sobrevivientes del campo de exterminio que le contaron brevemente sus experiencias.
El presidente polaco Lech Kaczynski asistió a la ceremonia y despidió al Papa al pie del avión que lo condujo a Roma.
Fuente: Periódico El País En la parte culminante de su visita, en Auschwitz II-Birkenau, situado a unos tres kilómetros de Auschwitz I, el campo de exterminio original, el Papa pronunció en italiano un discurso en el que incluyó varias improvisaciones, todas para enfatizar su repudio contra los crímenes cometidos contra el pueblo judío. Dijo en medio de un gran silencio por parte de la multitud de sobrevivientes del campo e invitados, que “es particularmente difícil y oprimente para un Papa que proviene de Alemania hablar en este lugar de horror”.
“En un lugar como este vienen a menos las palabras, puede restar sólo un estupefacto silencio que es un grito interior hacia Dios: ¿Por qué señor has callado?
¿Cómo has podido tolerar todo esto?”, preguntó. Y afirmó:
“Este silencio deviene después de un pedido a alta voz de perdón y de reconciliación. Un grito al Dios viviente de que no permita nunca más algo similar”.
El campo de Birkenau fue donde los nazis perfeccionaron la máquina de matar. Allí llegaban en ferrocarril decenas de miles de personas de toda Europa.
En Birkenau funcionaban los perfeccionados hornos crematorios, las cámaras de gas más modernas que en Auschwitz I, el campo fundado por los ocupantes alemanes en 1940. Había centenares de barracas donde se hacinaban los prisioneros, que morían apaleados, fusilados, gaseados, por hambre y sed o por las enfermedades.
Los judíos fueron las víctimas principales. Lo recordó varias veces Benedicto XVI, incluso con un enfoque teológico muy interesante.
Dijo que “los potentados del Tercer Reich querían aplastar al pueblo judío en su totalidad, eliminarlo del elenco de los pueblos de la Tierra”. En realidad, “esos criminales violentos querían, al aniquilar al pueblo judío, matar a Dios”.
Ratzinger fue comprensivo con sus compatriotas alemanes.
“Nuestro pueblo fue usado y abusado como instrumento de su manía de destrucción y dominio”, dijo, por “un grupo de criminales” que les hizo “promesas mentirosas en nombre de las perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y también con la fuerza del terror y la intimidación”.
Durante la ceremonia un rabino entonó el kaddish, un canto judío en homenaje a los muertos.
También testimoniaron líderes religiosos ortodoxos y protestantes, en representación de los 22 pueblos que lloran a sus muertos en Auschwitz.
El Papa había comenzado su visita en el campo original (Auschwitz I) caminando solo, delante de un grupo de cardenales y obispos.
Benedicto XVI se arrodilló en el “muro de la muerte” donde fusilaron a cientos de prisioneros y entró luego en el adyacente bloque 11, en cuyas celdas se cometieron las peores tropelías. Bajó a las celdas de los sótanos y dijo una plegaria en la celda donde murió el padre franciscano polaco Massimiliano Kolbe, desde 1982 santo de la Iglesia. El padre Kolbe sustituyó por su voluntad a un padre de familia y pasó dos semanas de agonía, sin comer ni beber, en esa celda. Los nazis decidieron acelerar su final con una inyección de veneno.
El Papa saludó uno a uno, junto al “muro de la muerte”, a 32 sobrevivientes del campo de exterminio que le contaron brevemente sus experiencias.
El presidente polaco Lech Kaczynski asistió a la ceremonia y despidió al Papa al pie del avión que lo condujo a Roma.