Vayamos por partes, porque detecto muchos errores de apreciación y valoración de estas armas.
En primer lugar, sobre las V1 tripuladas, conocidas como Fi 103 'Reichenberg" existe una ficha en el Foro que yo mismo elaboré hace aproximadamente un año. Dejo el enlace a la misma. Creo que en el texto queda bastante claro del tipo de "arma" del que estamos hablando:
Dicho esto, vayamos al tema. Trataré de ser claro.
Las V1 y V2 no eran misiles balísticos, ni misiles guiados, ni misiles de crucero, ni nada remotamente parecido, a pesar de que en publicaciones de divulgación general se las llame de esa forma u otras similares (por ejemplo, en la Wikipedia). Una cosa es que fuesen precursoras de ese tipo de misiles y otra, bien diferente, que funcionasen como tal, con las características de un arma de ese tipo. Sobre la V3, cualquier opinión es mera especulación que roza la ciencia ficción, pues tal arma demostró no servir absolutamente para nada al ser utilizada en bombardeos puntuales con resultados desastrosos: en enero de 1945 se hicieron con ella 142 impactos contra la pequeña ciudad de Luxemburgo con el resultado de 10 muertos y 35 heridos. No era, desde luego, un arma de gran poder destructivo.
[Se puede leer sobre ella a Peter Thompson,
The V-3 Pump Gun, 1999]
Las V1 y V2 eran exclusivamente “armas de represalia”, como indica su propio nombre: “Vergeltungswaffe”. Esa represalia era dirigida exclusivamente contra la población civil. No tenían, por tanto, ningún valor militar ni posible uso estratégico, por un motivo muy sencillo: su “precisión” para usos militares era nula. Literalmente, solían caer “a la buena de Dios”, generalmente donde se les acababa el combustible o se averiaban. Con suerte, en una zona poblada; con muchísima suerte, en zona urbana. Pero estadísticamente, la mayoría de ellas caían en zonas despobladas, como es lógico, pues la mayor parte del territorio es rural y está sin habitar.
Las posibilidades de “apuntar” eran escasas: se podía intentar que alcanzasen un blanco en función de su lanzamiento y de los primitivos sistemas de guiado que incorporaban, pero nada garantizaba que le acertasen. De hecho, casi nunca lo hacían: menos de la cuarta parte de las bombas volantes lanzadas contra Inglaterra llegaron a su objetivo, pero hay que entender que ese “objetivo” era definido en términos tan amplios como “Sur de Londres”. Es decir, ni hablar de un blanco más pequeño o preciso de una decena de kilómetros.
La
V1 se subía a una rampa, se contactaba y se dejaba volar. Funcionaba prácticamente como un pequeño avión a reacción no tripulado. Su vuelo era casi plano, parecido al de un aparato tripulado. Por ello, su trayectoria era muy fácil de visualizar e interceptar desde que era visualizada, pues no podía cambiar de rumbo. Desde que eran avistadas, bastaba con volar junto a ellas y golpearlas con las alas del avión interceptor para desestabilizarlas y hacerlas salirse de rumbo. Su sistema guía sólo controlaba la altitud y la velocidad, con sistemas mecánicos de péndulo. Incluso una racha de viento fuerte podía hacer que la bomba perdiese su trazado. Incluso, en el mejor de los casos, el blanco era determinado por un cronómetro accionado por la propia corriente de aire, con lo cual podía haber enormes variaciones, además del hecho de que se hubiese predeterminado mal el tiempo de vuelo necesario para alcanzar el blanco deseado. Como se puede ver, era casi un milagro que el vuelo de la V1 acabase destruyendo un objetivo predeterminado. En cuanto los ingleses superaron el miedo inicial a esta arma vieron que no era para preocuparse.
La
V2 funcionaba mejor porque, esta sí, era prácticamente indetectable. Su vuelo ya no era balístico sino parabólico: despegaba como un cohete y caía prácticamente vertical. Pero el sistema de guiado se basaba en su hermana mayor. Aunque era más sofisticada, seguía siendo muy imprecisa: se dependía de haber trazado bien la trayectoria de ascenso para que, en el momento justo, el guiado desconectase la propulsión y la bomba cayese por gravedad de forma vertical. Cualquier pequeño fallo durante la fase de vuelo provocaba el desvío irreparable de la trayectoria. Si todo iba bien, la bomba caía de forma indetectada en la zona deseada, con algunos kilómetros de margen de error. No obstante, dada la complejidad de sus mecanismos experimentales muchas veces no llegaba a explosionar, al dañarse el armado por el camino. Es más, la V2 era tremendamente peligrosa ya en su plataforma de lanzamiento: hay que tener en cuenta que lanzar una V2 era, literalmente, tan arriesgado como un despegue de un cohete suborbital. Hubo muchos accidentes en sus lanzamientos que, además, requerían una cierta “tranquilidad” para poder ser llevados a cabo. Dicho de otro modo: no era un arma que se pudiese lanzar mientras la aviación del enemigo te asedia.
Como ya ha expuesto acertadamente el camarada Stephen Maturin, estas armas carecían de la más básica movilidad. Sólo se podían usar desde un territorio totalmente controlado y pacificado para atacar zonas muy próximas geográficamente. De hecho, las V1 y V2 a duras penas alcanzaban Londres, pese a lanzarse desde la costa francesa. Esto las convertía en absolutamente imposibles de utilizar en una campaña militar, que obliga a trasladarse con el frente. De hecho, no tenían movilidad alguna: las bases de lanzamiento eran costosas de edificar y se tardaba su tiempo en prepararlas y dotarlas. Por no mencionar que las bombas debían producirse cerca para evitar el peligroso traslado de las mismas. Toda esa logística sería simplemente de locos en el Frente Oriental. Inaplicable.
Pero supongamos por un momento que no fuese así. Imaginemos que las V1 y V2 pudiesen ser fácilmente trasladadas al frente, lanzadas sin problemas en plataformas móviles. Imaginemos incluso que tuviesen una precisión similar a la de un misil guiado de verdad. ¿Para qué servirían? Para destruir un aeródromo eran precisos centenares de bombas que hiciesen blanco, mientras que sólo se podían lanzar un par de decenas de V1 y V2 en un día. En toda la guerra se lanzaron contra Inglaterra 1.400 bombas V2. Sólo contra la ciudad de Amberes fueron lanzadas casi 1.700 unidades de esta arma, sin causar destrucciones irreparables. Con todas esas bombas cayendo a la vez sobre un aeródromo se podría conseguir mantenerlo fuera de combate dos o tres semanas, antes de ser reparado. Un coste desorbitado para apenas estorbar al enemigo. Aun en el caso de que la precisión de estos cohetes fuese realmente como la de un misil guiado actual sería un despilfarro gastar una V2 para acabar con un barco o tanque enemigo cuando se podía hacer igualmente con un bombardeo convencional.
Considerar que cualquiera de estas armas podría haber cambiado el rumbo de la guerra o desequilibrado algún frente es un error básico de análisis. Implica no entender cómo se usaban y para qué servían, además de mitificarlas muy por encima de sus verdaderas capacidades. Nunca se pensaron para desequilibrar la guerra ni para derrotar a un ejército rival: sólo se concibieron para atemorizar a la población civil de los Países Bajos e Inglaterra, en la creencia errónea de que se aceleraría su rendición. El grave error de esa concepción fue el mismo que el de los grandes bombardeos de ciudades: los bombardeos no acaban con la moral de la población civil sino que la incitan a rebelarse contra el enemigo y resistir con mayor empeño. Muchos altos mandos de la RAF y la Luftwaffe sabían esto perfectamente y, por ello, desaconsejaban bombardear civiles.
Sólo la megalomanía de Hitler pudo ignorar este hecho para apoyar un arma tan cara e inútil como las bombas volantes. Y, de todas maneras, pese a su coste desorbitado, su efectividad era muy escasa: tengamos en cuenta que cerca de 1.000 bombas V2 hicieron blanco en Inglaterra a lo largo de la guerra, sin causar daños catastróficos que desequilibrasen la balanza de la contienda.