(4 de enero al 19 de mayo de 1944)
Otro factor a tener en cuenta es la bravura y la tenaz resistencia de los defensores alemanes. Soldados paracaidistas y granaderos panzer, que sólo salieron de allí al recibir la orden de evacuación. El General Alexander reconoció la talla de los paracaidistas alemanes enemigos con las siguientes palabras: "Es extraordinaria la tenacidad de estos paracaidistas alemanes. Estuvieron sometidos a toda la fuerza aérea del Mediterráneo bajo la mayor concentración de potencia de fuego que se ha visto jamás. Dudo que haya otras tropas en el mundo que hubiesen podido levantarse y seguir luchando con aquella ferocidad". Este comentario, con toda seguridad, incluía a sus propias tropas.
Curiosamente, la batalla fue ganada por los aliados, pero se puede afirmar que no la ganaron directamente, sino más bien ampliando el frente y envolviendo a los defensores alemanes de Montecassino, que al verse que iban a ser irremediablemente cercados, optaron por una retirada estratégica, dejando solamente entre las ruinas a algunos heridos y médicos.
A comienzos de 1944 la parte oeste de la Línea Gustav, cuyo pivote principal se situaba en las escarpadas pendientes de Monte Cassino, estaba sostenida por los alemanes que tenían posiciones en los valles del río Rápido, Liri y Garigliano y algunos picos y peñascos cercanos, aunque no en la histórica abadía de Montecassino, fundada en el año 524 por San Benito, aunque sí contaban con posiciones de defensa en las escarpadas pendientes por debajo de las paredes de la abadía. El 15 de febrero el monasterio, que estaba emplazado sobre un morro sobre el pueblo de Cassino, fue destruido por bombardeos de aviones americanos B-17, B-25, y B-26. Dos días después del bombardeo, paracaidistas alemanes se atrincheran entre las ruinas para defenderlas. Entre el 17 de enero y el 18 de mayo, la colina fue atacada cuatro veces por las tropas aliadas, dando como resultado un total de un 67,5% de bajas, mientras las bajas alemanas ascendieron a un total de un 19%.
Los principales caminos desde Nápoles, el cuartel general aliado, hasta Roma pasaban a través del valle del Liri o por la costa oeste de Italia. Sin embargo, la entrada del valle estaba bloqueada por una colina, en cuyo centro se alzaba el pueblo de Cassino. El punto más alto de la colina (1.100 metros) fue elegido por los alemanes para detectar cualquier movimiento aliado, así como dirigir la artillería contra ellos con precisión. Precisamente en ese punto se encontraba la abadía de Montecassino. Después de la guerra los alemanes negaron rotundamente haber utilizado el monasterio como fortaleza, si bien algunas unidades aliadas declararon lo contrario. Lo cierto es que durante la batalla el monasterio fue destruido, y entonces los alemanes sí utilizaron las ruinas del edificio para resguardarse.
Los sucesivos ataques
La decisión de bombardear el monasterio fue tomada por el comandante neozelandés Bernard Freyberg, sin embargo, antes pidió permiso al Papa Pío XII, que aceptó. El mismo día los B-17 arrojaron 2.500 toneladas de bombas sobre el monasterio, inmediatamente los alemanes utilizaron los escombros para fortificar su línea defensiva. Antes de la contienda, la irreemplazable biblioteca de la abadía fue enviada a Roma y sobrevivió a la batalla.
El último ataque contra Montecassino fue llevado a cabo por el Segundo Cuerpo Polaco y la Cuarta División India.
El primer asalto (11 de mayo al 12 de mayo) causó enormes bajas aliadas, pero el Octavo Ejército Británico logró atravesar las líneas enemigas, logrando alcanzar el valle del Liri, justo debajo del monasterio.
El segundo asalto (17 de mayo - 19 de mayo) fue cuantioso en cuanto a bajas se refiere entre las filas polacas, pero la Cuarta División de tropas marroquíes logró empujar a la Primera División de Paracaidistas alemanes fuera de sus posiciones en las colinas, que rindieron las ruinas del monasterio. En la mañana del 18 de mayo, la vanguardia polaca ocupó el monasterio, que ya había sido abandonado. La captura de Montecassino permitió el avance aliado a Roma y liberó a las tropas atrapadas en Anzio, la capital italiana cayó el 4 de junio de 1944.
La idea era desembarcar varias divisiones en Anzio a espaldas de la Línea Gustav de forma que obligara a levantar la línea y retroceder hacia Roma. El desembarco se haría en forma simultánea con un masivo ataque frontal a la línea intentando las tropas de la Commonwealth, los franceses, los polacos y los norteamericanos abrirse camino hacia el valle del Liri, y una vez en el Liri, hasta Roma.
El ataque consistió de ocho oleadas sucesivas, con 240 bombarderos lanzando casi 600 toneladas de alto explosivo sobre la abadía. Todos los edificios quedaron destruidos, y el lugar lleno de hoyos y cráteres.
Cuando buena parte de las tropas norteamericanas estaban en esta tarea, los panzergrenadiers, que habían sabido cobijarse durante los bombardeos, abrieron fuego con armas automáticas y morteros. En pocos minutos, en la orilla sur del Rápido se amontonaban los muertos y heridos norteamericanos. Fue una carnicería tal, que sin ni siquiera haber alcanzado los puntos de cruce y abordado sus botes, los asaltantes ya sufrían un 25% de bajas.
Sólo unos pocos pelotones y compañías incompletas alcanzaron la orilla norte, pero una vez allí, quedaron aisladas buscando cobijo desesperadamente ante el aluvión de fuego que se les venía encima y no pudieron consolidar la cabeza de puente.
A pesar de las terribles pérdidas, el General Clark ordenó volver a intentar el cruce, asumiendo que los defensores alemanes también habrían sufrido pérdidas difíciles de reponer y ordenó un segundo intento de cruce la noche del día 21 al 22 de enero.
Los mandos de la 15ª Panzergrenadier fueron consultados por el general Frido von Senger en relación a cuál era la situación y si podrían resistir el ataque enemigo. La respuesta fue: "Los destacamentos de asalto del enemigo que cruzaron el río han sido aniquilados". El Congreso de los Estados Unidos ordenó una investigación de lo sucedido creándose una Comisión de Investigación poco después de terminar la guerra.
Nada más producirse el desastre de la 36ª División, el 24 de enero, el tozudo General Clark ordenó que el Rápido fuera cruzado de nuevo esta vez por la 34ª División, permitiendo reorganizarse a la 36ª. Se eligió una zona del río donde la poca profundidad facilitaría el cruce de los infantes y el material, al norte del pueblo de Cassino. La idea era tras cruzar el Rápido, dividirse la fuerza en dos grupos, uno que atacaría Cassino y otro que intentaría alcanzar las colinas que dan paso al valle del Liri. Para apoyar a los atacantes, los norteamericanos decidieron emplear carros de combate con la 34 División.
A principios de febrero, un batallón americano alcanzó la colina 445, a sólo 360m de la abadía de Monte Cassino, pero nuevamente, los panzergrenadiers contraatacaron y les obligaron a abandonar la cima y replegarse. Los estadounidenses estaban exhaustos y habían perdido su empuje. Las pérdidas se acumulaban. Se decidió entonces que tropas coloniales francesas (excelentes soldados de montaña) que se encontraban a 3km al norte de la 34ª División intentaran unirse a ésta para presionar sobre los alemanes. Los franceses conquistaron Monte Belvedere, pero cuando les quedaba poco trecho para enlazar con los norteamericanos los grenadiers consiguieron detener su avance definitivamente.
El 11 de febrero se decidió finalmente cancelar la fracasada ofensiva, pero para entonces, las bajas aliadas alcanzaban la cifra de 4.200 estadounidenses y 2.500 franceses caídos en acción. A cambio, se había tomado Monte Belvedere y se había cruzado el Rápido, pero sin haber conseguido avanzar más allá, ni alcanzar Cassino, ni la abadía y mucho menos el valle del Liri.
Durante los días 13 y 14 de febrero, los veteranos paracaidistas alemanes se han desplegado en el pueblo y las laderas próximas, pero tienen órdenes expresas de no ocupar la abadía y el monasterio para evitar que sean objetivos militares.
Los aliados, desconfiados, decidieron bombardear Monte Cassino el 15 de febrero, lanzando 600 toneladas de explosivo. En el lugar sólo se encontraban los monjes y civiles refugiados y heridos. Muchos de ellos murieron en el bombardeo.
El día 15, tras el ataque, el General Senger dio por fin permiso a los paracaidistas para ocupar las ruinas de Monte Cassino y convertirlo en un segundo baluarte defensivo detrás del pueblo.
Ahora era el turno de las tropas británicas y de la Commonwealth de demostrar si eran más capaces que sus aliados estadounidenses y conseguirían finalmente atravesar la Línea Gustav. Durante los días 16 y 17 de febrero, la 4ª División India lanzó varios valientes asaltos sobre Cassino y las colinas próximas. Las bajas fueron terribles. Si los panzergrenadiers habían demostrado no estar dispuestos a ceder ni un palmo de terreno y a contraatacar cuando fuera necesario, los fallschirmjäger eran todavía peores enemigos. Por poner un ejemplo, en el ataque a una de las colinas próximas al pueblo (cota 593), el batallón de los Royal Sussex perdió el 50% de sus hombres, lo cual es una auténtica barbaridad.
Enviadas las mejores tropas de la Commonwealth, los fusileros de Rajputana y dos batallones de los temibles Gurkhas, tampoco consiguieron avanzar y las bajas fueron nuevamente escalofriantes.
Sólo los maoríes neozelandeses consiguieron alcanzar el pueblo y tomar la estación de ferrocarril, pero por poco tiempo. El 18 de febrero, la ya fogueada 15ª Pz.Gr. lanzó un contraataque a cargo del 211ª Pz Gr Rg (Regimiento de Granaderos Panzer) junto con algunos cañones de asalto y expulsó a los maoríes del pueblo otra vez.
A partir del 18 de febrero comenzó a nevar copiosamente y se detuvo el ataque británico, que además de no conseguir ningún avance, había supuesto ya centenares de muertos y heridos para sus unidades. Era evidente que los alemanes no estaban dispuestos a ceder y que contraatacarían cualquiera que fueran las circunstancias donde hiciera falta.
Hasta el 15 de marzo no se reanudó el asalto aliado sobre Cassino, nuevamente encabezado por los británicos. Para aniquilar a los defensores del pueblo, se preparó la ofensiva con un bombardeo previo de 500 aviones que lanzaron sobre el pequeño casco urbano e inmediaciones, 1.000 toneladas de explosivos.
Por si esto fuera poco, la artillería lanzó otras 2.500 toneladas más de proyectiles. El suelo tembló en 10km a la redonda como si se tratase de un terremoto.
No podía haber supervivientes. No quedó ni un solo edificio en pie y los cráteres se superponían unos a otros en un espectáculo dantesco, semejante al paisaje lunar.
A estas alturas de la batalla, la 15ª Pz.Gr.Div. había sido relevada por los paracaidistas (y bien ganado se lo tenía esta fabulosa unidad). En Cassino, los defensores soportaron horas de bombardeo escondidos en sótanos y cloacas. Algunos quedaron enterrados en vida y desde luego, muchos otros murieron.
El día 23 de marzo, más de un mes después del inicio del asalto, el General Alexander ordenó abortar la ofensiva. Los Gurkhas y los hindúes aislados consiguieron retirarse de las colinas donde habían quedado aislados, pero dejando un rastro de cadáveres en el camino.
En esta ofensiva, la artillería aliada empleó 600.000 proyectiles, para no conseguir absolutamente nada. Sólo entre la Colina del Castillo y la estación de Cassino, se contabilizaron 2.000 muertos aliados.
El último asalto
El siguiente capítulo en esta sangrienta historia lo escribirían los polacos del II Cuerpo de Ejército, acérrimos y rencorosos rivales de los alemanes. Ni americanos, ni franceses, ni británicos, ni indios, ni neozelandeses, ni gurkhas, habían conseguido someter Cassino.
El 11 de mayo, los polacos tras la habitual barrera artillera se lanzaron al ataque. Ocuparon una cresta a 1.500 metros de la abadía (hacia el este) llamada Cresta Fantasma (cota 593). A pesar de las bajas acumuladas y del volumen de fuego, los paracaidistas organizaron un nuevo contraataque obligando al enemigo a (por enésima vez) abandonar su conquista, retrocediendo los polacos con gran número de bajas.
Una patrulla del XII regimiento de lanceros polacos, al mando de Podolski, tuvo el honor de tomar la abadía en la mañana del 17 de mayo de 1943, tras cinco meses de encarnizado combate. Ésta estaba completamente destruida, donde el abad y algunos monjes cuidaban de los heridos alemanes que habían sido dejados a su suerte. Dependiendo de la fuente, se dice que alrededor de 100.000 muertos fue el costo de la batalla, aunque al fin los aliados tuvieron el camino abierto hacia Roma.]
Las consecuencias
Habrá quien dirá que el terreno ayudaba enormemente a los defensores y esto es cierto. Pero téngase en cuenta que tanto los granaderos como los paracaidistas se distinguieron por sus exitosos contraataques a varias colinas y cimas desalojando a los defensores, cuando la naturaleza del terreno jugaba en su contra como atacantes, sin olvidar que los aliados contaron en todo momento con superioridad aérea y un abrumador apoyo artillero cada vez que lo necesitaron. Estos hombres merecen ser recordados como algunos de los mejores soldados de toda la II Guerra Mundial.
Enlace relacionado: El desembarco en Anzio
Fuentes, referencias e imágenes:
http://www.historiasiglo20.org
Wikipedia
historiasconhistoria.es
Mundoerrante.com
La Segunda Guerra Mundial (Editorial Codex)
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