Hay tantos motivos para tatuarse como personas tatuadas, pero lo que exponen estos jóvenes judíos se clavan como una lanza en el corazón de la sociedad alemana: quieren llevar tatuado en el brazo un pedazo de Auschwitz.
Unos 4.000 supervivientes por el mundo tiene todavía tatuado el número de serie con el que fueron marcados en los campos de concentración, pero lentamente se están llevando a la tumba esa prueba palpable del horror.
Allí donde sus hijos se limitaron a bajar la vista y servir de apoyo en la superación del trauma, sus nietos levantan la cabeza y recogen hoy con orgullo el testigo de la memoria. Surge con fuerza una tendencia entre la tercera y desinhibida generación que lleva a los jóvenes a tatuarse esa misma cifra en su propia piel para mantener vivo el recuerdo.
Ayal Guelles tiene los mismos ojos que su abuelo Abramo Najson, y el mismo número tatuado: A-15510. "Es un símbolo de mi fuerte conexión con mi abuelo, su herencia", ha explicado este joven de Tel Aviv de 28 años a la prensa internacional.
Guelles estaba de viaje en Argentina cuando decidió tatuarse. "De vuelta a Israel, se lo enseñé a mi abuelo, y no le gustó nada. Le hice sufrir, lloró incluso, es lo último que quería volver en vida, quisiera que sus nietos fueran ajenos a la maldad intrínseca que representa. Pero después ha entendido que es mi forma de impedir que se olvide su historia y ha llegado a decirme que está orgulloso de mí".
Al principio, los SS marcaban el número de serie con tinta indeleble en la parte del uniforme que cubría el pecho de los prisioneros, pero cuando se debilitan e incluso antes de que murieran, otros prisioneros les robaban el uniforme para abrigarse, de forma que con la llegada del invierno, se encontraban a diario con docenas de ellos muertos imposible de identificar. Así fue como decidieron iniciar la práctica del tatuaje a partir de 1941. Comenzaron utilizando un sello especial de metal que tenía números intercambiables compuestos de agujas de aproximadamente un centímetro de longitud. De este modo era posible marcar el número de serie completo de una sola vez, en la parte superior izquierda del pecho del prisionero. Después se frotaba con tinta la herida sangrante. Posteriormente, se perfeccionó el método con un dispositivo de una sola aguja, que perforaba en la piel el contorno de los dígitos del número de serie en el antebrazo izquierdo, en el mismo momento del ingreso en el campo. Hasta 1945 fueron asignados más de 400.00 números de serie.
Pero a medida que aumenta el número de tatuajes en las nuevas generaciones, aumentan también las autoridades judías que desaconsejan esa práctica. "Los nazis profanaron nuestros cuerpos, no hagamos ahora lo mismo", ha escrito el rabino Yisroel Cotlar, disgustado porque muchos de estos jóvenes no respetan los preceptos judíos por los que perecieron sus antepasados y sufrieron sus queridos abuelos. Los portavoces de la Central de los Judíos de Berlín, por su parte, aseguran que en Alemania la práctica de los tatuajes "no es un tema" y relegan a "casos aislados" su importancia, sugiriendo que su auténtica funcionalidad es individual y psicológica. Pero estas explicaciones no sirven para la mayoría de los supervivientes, que han sobrellevado el trauma a pelo y no desean que se perpetúe el uso de los tatuajes. Antoni Dobrowolski, hijo del recientemente fallecido Andrzej Dobrowolski, el superviviente más longevo de Auschwitz, acusa a los jóvenes desde Debno, Polonia, de "frivolizar" con los números de serie.
En Alemania, al igual que el tatuaje, el Holocausto es también una herida profunda en la piel de la historia reciente y rellena con la tinta de la culpa. Aún no ha cicatrizado. Quizá lo haga cuando desaparezca el último tatuaje.
Fuente: EL MUNDOAllí donde sus hijos se limitaron a bajar la vista y servir de apoyo en la superación del trauma, sus nietos levantan la cabeza y recogen hoy con orgullo el testigo de la memoria. Surge con fuerza una tendencia entre la tercera y desinhibida generación que lleva a los jóvenes a tatuarse esa misma cifra en su propia piel para mantener vivo el recuerdo.
Ayal Guelles tiene los mismos ojos que su abuelo Abramo Najson, y el mismo número tatuado: A-15510. "Es un símbolo de mi fuerte conexión con mi abuelo, su herencia", ha explicado este joven de Tel Aviv de 28 años a la prensa internacional.
Guelles estaba de viaje en Argentina cuando decidió tatuarse. "De vuelta a Israel, se lo enseñé a mi abuelo, y no le gustó nada. Le hice sufrir, lloró incluso, es lo último que quería volver en vida, quisiera que sus nietos fueran ajenos a la maldad intrínseca que representa. Pero después ha entendido que es mi forma de impedir que se olvide su historia y ha llegado a decirme que está orgulloso de mí".
Al principio, los SS marcaban el número de serie con tinta indeleble en la parte del uniforme que cubría el pecho de los prisioneros, pero cuando se debilitan e incluso antes de que murieran, otros prisioneros les robaban el uniforme para abrigarse, de forma que con la llegada del invierno, se encontraban a diario con docenas de ellos muertos imposible de identificar. Así fue como decidieron iniciar la práctica del tatuaje a partir de 1941. Comenzaron utilizando un sello especial de metal que tenía números intercambiables compuestos de agujas de aproximadamente un centímetro de longitud. De este modo era posible marcar el número de serie completo de una sola vez, en la parte superior izquierda del pecho del prisionero. Después se frotaba con tinta la herida sangrante. Posteriormente, se perfeccionó el método con un dispositivo de una sola aguja, que perforaba en la piel el contorno de los dígitos del número de serie en el antebrazo izquierdo, en el mismo momento del ingreso en el campo. Hasta 1945 fueron asignados más de 400.00 números de serie.
Pero a medida que aumenta el número de tatuajes en las nuevas generaciones, aumentan también las autoridades judías que desaconsejan esa práctica. "Los nazis profanaron nuestros cuerpos, no hagamos ahora lo mismo", ha escrito el rabino Yisroel Cotlar, disgustado porque muchos de estos jóvenes no respetan los preceptos judíos por los que perecieron sus antepasados y sufrieron sus queridos abuelos. Los portavoces de la Central de los Judíos de Berlín, por su parte, aseguran que en Alemania la práctica de los tatuajes "no es un tema" y relegan a "casos aislados" su importancia, sugiriendo que su auténtica funcionalidad es individual y psicológica. Pero estas explicaciones no sirven para la mayoría de los supervivientes, que han sobrellevado el trauma a pelo y no desean que se perpetúe el uso de los tatuajes. Antoni Dobrowolski, hijo del recientemente fallecido Andrzej Dobrowolski, el superviviente más longevo de Auschwitz, acusa a los jóvenes desde Debno, Polonia, de "frivolizar" con los números de serie.
En Alemania, al igual que el tatuaje, el Holocausto es también una herida profunda en la piel de la historia reciente y rellena con la tinta de la culpa. Aún no ha cicatrizado. Quizá lo haga cuando desaparezca el último tatuaje.