
Enemon Kawaguki era un ingeniero en Mitsubishi durante la Segunda Guerra Mundial, en una fábrica en Hiroshima, dedicada a la industria bélica, un blanco militar que fue atacado varias veces. Kawaguki no se quejaba, los bombardeos eran peligrosos, pero se repetía a sí mismo que más peligroso era estar fuera de Japón peleando en el ejército o la marina. Por aquella época contaba con 40 años y era un hombre enérgico y deportista. La mañana del 6 de Agosto de 1945, alrededor de las 8 de la mañana, estaba en su despacho.
Un B-29 se acercó a la ciudad, las sirenas de alerta no habían sonado, tal vez fuera un avión de reconocimiento o de propaganda. Después de las oleadas de aviones que dejaban caer “alfombras” de bombas, uno en solitario no era nada.
Sonaron las alarmas cuando ya casi estaba sobre la ciudad. Los obreros de la fábrica se dirigieron a los refugios y él se demoró un instante antes de seguirlos.
Un intenso resplandor y quedó inconsciente. El calor, de quizá 3.000º C, convirtió instantáneamente en cenizas a miles y una oleada de incendios consumió la ciudad. Otros sobrevivieron unos segundos y murieron al ser golpeados por escombros o sepultados por edificios al caer. Pero el peor regalo fue la radiación y las quemaduras, la mitad de las víctimas morirían hasta diez años después.
Muchos se tiraron a ríos cercanos. Murieron más de 200.000 personas, la mitad de la población de la ciudad, y desaparecieron unos 60.000 edificios.
Al despertar Enemon, estaba desnudo (su ropa había ardido).
La fábrica estaba desierta y ardía. Kawaguki estaba 5 kilómetros del punto cero. Tenía dos heridas, una en la cabeza, debida a un hierro, y otra en la espalda, por una teja. Aturdido se alejó de la fábrica y del centro de Hiroshima desde el cual soplaba un aire desagradable.
Corrió hacia el mar y luego hacia el río que rodeaba la fábrica. Estuvo bastante tiempo en el agua y subió a una colina desde donde pudo ver la desolación provocada. Se quedó dormido.
Despertó por la tarde. Las heridas y las quemaduras le dolían. Camino hacia la periferia de la ciudad, siguiendo las vías del tren encontró un vagón. Ya había anochecido y tenía frío, así que entró en el vagón, se acurrucó en el interior y volvió a dormirse.
Despertó dos días después, sin recordar nada, estaba a bordo de un tren y médicos y enfermeras habían atendido sus heridas. El tren avanzaba y avanzaba y parecía no detenerse nunca. Al final, la mañana del 9, el tren se detuvo y Kawaguki bajó del vagón por su propio pie junto a otros supervivientes, empezó a caminar hacia el centro de la ciudad.
Parecían una hermosa ciudad, alejada de la guerra y de sus horrores. A los pocos minutos oyó el sonido de un solitario B-29 acercándose desde el mar. Kawaguki se arrojó al piso y se pegó al suelo todo lo que pudo. Los otros caminantes que pasaban por su lado le miraban sorprendidos creyendo que se había vuelto loco. Estaban a unos 4 kilómetros del punto cero de Nagasaki. Otra vez el resplandor, el calor y la destrucción. Esta vez no perdió el conocimiento, pudo ver el hongo nuclear y cómo estalla en llamas todo a su alrededor.
El ingeniero nunca se recuperó de experiencia atómica. Tras curarse de las heridas de la segunda explosión se dedicó a vagar sin rumbo. Incapaz de concentrarse, vigilaba temeroso el cielo por si volvía a ver un avión solitario.
Después de 12 años, en 1957, Kawaguki murió en un hospital de Nagasaki. Finalmente no fue capaz de soportar la radiación recibida. Fue archivado como el caso clínico 163.641, el que sobrevivió a dos bombas atómicas.
Palabras de los Pilotos
“Una luz brillante llenó el avión”, escribió el teniente coronel Paul Tibbets, el piloto del Enola Gay, el B-29 que lanzó la primera bomba atómica. “Nos volvimos a mirar a Hiroshima. La ciudad fue ocultada por aquella nube horrible … hirviendo, la proliferación”. Por un momento, nadie habló. Entonces todo el mundo estaba hablando. “Mira que ¡Mira! Eso! ¡Mira eso!”. -exclamó el copiloto, Robert Lewis, golpeando sobre el hombro de Tibbets. Lewis dijo que podía probar la fisión atómica, que sabía como el plomo. Luego se volvió a escribir en su diario. “Dios mío”, se preguntó, “¿Qué hemos hecho?” [Newsweek, 24 de julio de 1995].
Fuente: http://extravia.net/2010/03/21/los-8-qu ... -atomicas/
Fuente de la foto: http://www.google.com.ar/images?hl=es&q ... 40&bih=732