Una de las imágenes con las que Antonio Hernández ilustra el horror de Mauthausen en su cuenta de Twitter.
La cuenta, en la que se han volcado 250 espeluznantes fotografías, ha reunido a más de 40.600 seguidores, que han ido dando ánimos a Antonio –“No desfallezcas! ¡Tienes que sobrevivir”-, e incluso han preguntado por seres queridos –“Antonio, mi abuelo está en el campo. ¡Mira a ver si está vivo!”-. El periodista Carlos Hernández, autor de Los últimos españoles de Mauthausen, (Ediciones B) pretendía dar a conocer así la historia de los más de 9.300 españoles que pasaron por los campos de concentración nazis; “que lucharon por la libertad de España y Europa y sin embargo, en su patria siguen siendo los grandes olvidados”.
[right]http://s14.postimg.cc/eg6h3x23l/antonio_hernandez.jpg[/right]Este es un resumen de esos cuatro años y medio de infierno a través de más de 800 tuits. Un ejemplo de cuánto horror cabe en 140 caracteres.
25 de enero de 1941. El tren llega a Mauthausen. En el interior de los vagones de ganado, cientos de hombres hacinados y sedientos oyen ladrar a unos perros. “¡Están abriendo las puertas!”, escribe Antonio a las dos de la mañana. “Nos hacen formar en filas de a cinco. No son soldados del Ejército regular alemán. Llevan calaveras en sus uniformes. ¡Son de las SS!”. Un prisionero traduce al español: “Vosotros que habéis entrado por esa puerta, perded la esperanza. Solo saldréis por allí”. Antonio, asustado, explica en un tuit a qué se refiere: “¡Está señalando la chimenea del crematorio!”.
Los SS le quitan una foto de su familia y la rompen en mil pedazos. “Unos barberos nos quitan hasta el último pelo del cuerpo. Sus navajas están tan desgastadas que nos arrancan la piel”. Tras una ducha que alterna agua hirviendo y helada, los sacan al patio. “Estamos desnudos sobre la nieve. Reparten unos uniformes rayados (...) me han dado un número de prisionero". Antonio tardará años en volver a escuchar su nombre. A partir de ahora es el preso 4.443.
Jueves 29 de enero. Antonio y un grupo de albañiles son llevados a las obras de construcción de un muro. “Estamos construyendo nuestra propia prisión. Esto es una verdadera locura”, escribe. Pese a todo, ha tenido suerte porque le podía haber tocado un destino peor. Domingo 1 de febrero, 19h. “Ahora regresa al campo el grupo que trabaja en la cantera. Vienen destrozados y detrás va un carro que traslada los cadáveres de este día”. Mañana habrá más.
Martes, 3 de febrero,19:05. “Pensaba que no acabaría nunca este día. Tengo las manos destrozadas y estoy hambriento. Necesito comer, necesito comer, necesito comer...” Miércoles, 20.00: “Me encuentro mal. Se me nubla la vista y noto que las piernas no me sostienen. Creo que esta va a ser mi última noche. Quizá sea mejor así”. Sábado 7. “¡Se me hiela la sangre! Hoy está supervisando nuestro trabajo el capitán Bachmayer. Es el número dos del campo y es un sanguinario” (...) “¡Tengo que hacerme invisible! ¡Que no se fije en mí! Acaba de matar a un compañero porque sí. Le ha pegado un tiro en la cabeza sin pestañear”.
21 de febrero. Han trasladado a Antonio a la cantera. Allí descubre uno de tantos macabros juegos de las SS. “10.30. Ya han tirado a siete prisioneros desde lo alto de la cantera. Los SS lo llaman El salto del paracaidista...”.
El 27 de febrero, a las 14.14, Antonio escribe con determinación: “No me voy a hundir. Esto está diseñado para matarnos a todos, pero yo voy a sobrevivir. No van a conseguir que me hunda”. Pero al día siguiente, a las 9.12, sus fuerzas flaquean: “Es sábado. Creo que voy a lograr terminar otra semana más con vida. Lo que no sé es si merece la pena seguir adelante. ¿Para qué seguir sufriendo?”, se pregunta.
Ese mismo día se da cuenta de que la situación podía ser peor. “Me alegro mucho de estar aquí solo, sin nadie de mi familia. Si esto es un infierno, aún lo es más si ves cómo pegan a tu padre o a tu hermano”. Otro prisionero español, José Alcubierre, un chaval barcelonés de 15 años, le hace, atormentado, una confesión: “Me comí su pan. Yo, su hijo, me comí su pan. Me lo dio y yo no lo rechacé”. Llora. Al padre de Alcubierre se lo ha llevado a Gusen.
Durante julio, agosto y septiembre llegan muchos convoyes cargados de españoles. “El campo está abarrotado y cada vez dormimos más apretados”, escribe. 4 de enero de 1942. Antonio publica una estremecedora imagen con el siguiente mensaje: “Cada vez son más los que se lanzan a la alambrada. ¿Por qué aún no han despegado a ese pobre hombre?”.
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