El ex combatiente, nacido en Nuevo México, sobrevivió ese día y siguió combatiendo en Normandía hasta que fue herido. Y regresó al frente alemán, para ser herido otra vez.
Durante 47 años desde el fin de la guerra no contó a nadie sus experiencias, ni siquiera a sus familiares.
Una vez conocida su historia, se pudo investigar que Solano merecía 13 medallas por sus esfuerzos en la Segunda Guerra Mundial, las que recibió en 2002.
Éste es su testimonio.
Nos dijeron que no fuéramos a ninguna parte, porque íbamos a salir ese mismo día para Francia, a Omaha Beach. Fuimos en estas lanchas, íbamos ochenta en una lancha. Pero en Omaha Beach, estas lanchas no llegaban a la orilla del mar, llegaban como a una milla (1,6 km), nos dijeron que nos bajáramos.
Brincamos, y el agua nos pegaba a la cintura. Oía yo las balas que zumbaban a los costados. Había como una milla, con el agua a la cintura, había matorrales que creaban una barrera natural como de un metro y medio de altura. Vi los cuerpos de soldados nuestros. Otros estaban nadando en el agua. Pero yo alcé mi rifle para arriba, a mí no me importaba que me mojara yo, pero el rifle no se mojó. Y dije yo entre mis pensamientos 'si Dios me da la vida y salud para llegar a esos matorrales'... Yo me decía que si llegaba a los matorrales, ya no era más peligroso.
Cuando nos levantamos en la mañana, caminamos todo el día, y todo el día estuvimos peleando con el enemigo. Avanzamos muy cerca de 15 millas. Y llegamos a este lugar, Saint Lo. Agarrábamos la placita de Saint Lo y luego nos la quitaban. Ahí estuvimos como cinco días peleando.
Y vino el general y nos dijo, "agarren a los paracaidistas". Y le dijeron que no había, que todos estaban en África. Y dijo, "pues agarren voluntarios". Y yo me presenté como voluntario. La idea era que nos soltaran en el aeroplano detrás del enemigo. Me decían mis amigos que me iba a matar en el aire. Pero yo lo que quería era saber cómo saltar de un aeroplano.
Para brincar no tuvimos problema, porque el sargento estaba en la puerta del aeroplano, y al que no quería saltar él lo empujaba. La gente gritaba, no quería brincar. Cuando yo brinqué, había ocho soldados antes que yo. Cuando bajamos y estaba ya en el suelo, había detrás de mí un tanque de Alemania, que me tiró una bala muy gruesa. Saltaron todos los pedacitos y una bala me pegó atrás, con tan buena suerte que tenía mi impermeable doblado atrás, porque sin él habrían pasado pedazos de esquirlas.
Nos atendieron en una carpa, y ahí estuve un mes, y cuando me dijeron que me iba ir de regreso, yo dije que quería seguir con mi compañía, que ya estaba en Alemania. Y en el Día de Acción de Gracias, me pegó otro tanque en la mano derecha en medio del dedo chiquito y el otro, y luego en los pies y la rodilla, que estaban llenos de pedacitos de bala. Me hirieron otra vez y fui al hospital. Cuando volví, ya no fui a la frontera, ya Alemania se entregó.
Cuando llegué aquí a Estados Unidos, le di gracias a Dios que me cuidó, y a los rezos de mi tía y mi hermana. Me dio mucho gusto ver que Dios me había cuidado. Pero al mismo tiempo, tres de mis compañeros sí no volvieron, y me sentí muy mal de ver que no volvieron. Yo dormía con ellos en su casa y nos cuidábamos los unos a los otros.
De una vez me acosté, no quería pensar, pensaba en muchos de ellos, yo fui el único que volví. Como por seis meses, no quería nada. Siempre pensando en mis amigos. No he ido a Normandía, yo quería ir, pero ya no.
Fuente http://news.bbc.co.uk