Mientras las autoridades intentaban cumplir con las exigencias federales imprimiendo dinero sin parar, el marco se devaluó a velocidades vertiginosas hasta situarse en un cambio de cuatro billones respecto de un solo dólar estadounidense. «La inflación acabó con mis esfuerzos», recordó el propietario de un pequeño negocio. «El hambre y la privación volvieron a instalarse en mi hogar. Maldije al gobierno que autorizó semejante miseria.» Como muchos otros, el frustrado empresario se sintió atraído por las palabras desafiantes de Hitler y se unió al Partido Nazi.
En 1924, la crisis económica empezó a disminuir a medida que la austeridad doméstica y los préstamos del extranjero empezaron a estabilizar el marco. Pero, cinco años más tarde, el crash de la Bolsa estadounidense volvió a traer penurias a los alemanes. Los bancos que en 1923 habían repartido moneda inflacionaria a montones, ahora cerraban sus puertas.
Los ciudadanos de clase media que habían capeado la primera tormenta empeñando sus posesiones más preciadas, ahora mendigaban trabajo en las calles. Había demasiados hambrientos y sin hogar para el sistema de bienestar alemán, y miles de desamparados recurrieron a la búsqueda de comida en la basura o al robo. Otros se dedicaron a la prostitución o al tráfico de drogas, o se unieron a alguno de los partidos extremistas que ofrecían respuestas simplistas y comidas calientes.
Ningún grupo tuvo más éxito que los nazis en capitalizar esta época de pesadilla. En palabras de Joseph Goebbels, el partido de Hitler estaba preparado «para organizar odio y desesperación con frío cálculo».
Fuente:
El Tercer Reich, El asalto al poder (tomo 5) por "Editores de Time-Life Books