El historiador británico, Antony Beevor, regresa en su nuevo libro a la II Guerra Mundial para retratar con precisión la Batalla de las Ardenas
El autor que mejor ha narrado la Segunda Guerra Mundial. El sábado 16 de diciembre de 1944, Hitler inició su ''última jugada'' en los bosques nevados de las Ardenas. Su intención era realizar un ataque por sorpresa que, avanzando hacia Amberes, dividiese los ejércitos aliados e hiciese posible infligirles una severa derrota: un nuevo Dunquerque que cambiase el curso de una guerra que había llegado a una situación angustiosa, con los Ejércitos soviéticos avanzando en suelo alemán. El ataque, en el que intervendrían dos ejércitos blindados, se complementaba con la actuación en la retaguardia de un comando de soldados alemanes, con uniformes y vehículos norteamericanos. Como hiciera en Stalingrado, Beevor consigue aquí combinar una visión épica de la que fue la mayor batalla de la guerra en el frente occidental -una batalla librada en condiciones extremas, que llegó a implicar a un millón de hombres y en la que los dos bandos cometieron crímenes brutales- con una aproximación directa al heroísmo, el miedo y el sufrimiento de los seres humanos.
Extracto del libro:
Sábado, 16 de diciembre. A las 05.20 horas del 16 de diciembre, diez minutos antes de la hora cero, abrió fuego la artillería del VI Ejército Panzer de "Sepp" Dietrich. En su afán por librarse del frío helado de la nieve húmeda durante las dieciséis horas de oscuridad la mayor parte de los soldados estadounidenses dormía en las granjas, cabañas de guardabosques, pajares y establos para las vacas diseminados por la zona. No estaba previsto que amaneciera hasta las 08.30 h. A lo largo de casi todo el frente, al sur del bosque de Monschau, el terreno recordaba al del bosque de Hürtgen, con espesas arboledas, gargantas rocosas, pequeños arroyos, pocos caminos y senderos y cortafuegos saturados de agua, en los que el barro llegaba a alcanzar tal profundidad que resultaban casi intransitables para los vehículos.
Los comandantes de la artillería alemana, sabiendo que los soldados estadounidenses preferían permanecer a cubierto, apuntaban siempre sus cañones hacia los edificios. A los centinelas les habían dicho que no se quedaran nunca en las casas al lado de la puerta. Debían meterse en un pozo de tirador a corta distancia del edificio para defenderlo en caso de que se produjeran ataques por sorpresa de los alemanes. Al ver aquellos destellos en el horizonte, que semejaban relámpagos de una tormenta de verano, los centinelas corrieron a despertar a los que dormían en el interior. Pero hasta que las bombas no empezaron a estallar a su alrededor, no se produjo el comprensible revuelo de hombres que, dominados por el pánico, intentaban salir de sus sacos de dormir y agarrar de cualquier manera el equipo, el casco y las armas.
He de reconocer que soy un incondicional de Beevor. Siempre estoy esperando su última obra y esta tardaba.
Saludos.
"Aunque el engaño sea detestable en otras actividades, su empleo en la guerra es laudable y glorioso, y el que vence a un enemigo por medio del engaño merece tantas alabanzas como el que lo logra por la fuerza."
Nicolás Maquiavelo.