Mensaje
por Erwin Rommel » 28 08 2011 05:32
Touché, camarada Gualtier Malde. Tienes toda la razón.
Creo que, por desgracia, he sido víctima de la demagogia sembrada en los últimos años por ciertos autores.
Un historiador tiene todo el derecho a tener la tendencia que quiera. Y, desde luego, también tiene todo el derecho del mundo a ser tendencioso: de esta manera un simpatizante de cierta corriente política está en su derecho como autor de ser más benévolo al analizar los logros de gobiernos o jefes de estado más próximos ideológicamente. Es útil, siempre, saber la tendencia intelectual, política e ideológica del autor al que leemos, porque nos ayudará a interpretar su obra.
Pero incluso un autor puede valorar positivamente aspectos de un régimen políticamente nefasto o criminal. Esto hay que tenerlo muy en cuenta: no es delito hablar bien de la URSS, ni de la España de Franco, etc. En todo caso, sería delito hablar bien de los crímenes de Estado de Stalin, Franco y otros dictadores.
Por ejemplo, hay autores perfectamente demócratas, como Max Hastings o David M. Glantz, que elogian abiertamente al Ejército Rojo. ¿Significa que esos autores son cómplices de la matanza de Katyn? No, desde luego, de igual manera que un autor como Beevor puede hablar estupendamente del desempeño de la Waffen-SS sin por ello estar justificando ni disculpando los actos criminales cometidos por esas unidades. En el libro de Hastings que estoy leyendo no se corta en hablar muy bien de Stalin como diplomático y muy mal de Roosevelt en casi todos los aspectos, incluido el humano. Y no por ello este autor es un estalinista (nada más lejos de la realidad), ni mucho menos un cómplice de los crímenes del NKVD.
Lo que no puede hacer un historiador es falsear los datos (que no los hechos, cosa mucho más escurridiza). Cuando algunos que se llaman "historiadores", que no volveré a citar, falsean deliberadamente fechas y documentos, llegando incluso a inventarse papeles que jamás han existido, están cometiendo un grave atentado contra el conocimiento.
Una cosa es minimizar un hecho y otra afirmar que no haya existido o retorcer el lenguaje para quitarle gravedad.
Por otro lado, es absurdo imponer criterios de "ecuanimidad" y "objetividad" a un historiador. Por ejemplo, en España actualmente es prácticamente imposible escribir y publicar sobre los crímenes del bando nacional en la GCE a menos que hables también de los crímenes del bando republicano en la guerra, porque eso supuestamente hace que la obra sea "objetiva". Esto es absurdo: ¿acaso cuando alguien escribe una biografía de Goebbels se le demanda que debería haber hablado también de Atlee, para equilibrar?
Si un autor quiere publicar un libro sobre, pongamos, las fosas comunes del franquismo en la provincia de Zaragoza, nadie tiene derecho a tacharlo de nada, de igual manera que nadie puede tachar de subjetivo a otro autor por estudiar y escribir sobre las checas. En todo caso, será criticable con la mayor dureza si cualquiera de esos autores se inventa documentos o falsea las fechas y fuentes para dar una imagen positiva de un hecho criminal.
(De hecho, en Alemania, por hacer algo así te arriesgas a terminar a la sombra, con toda la razón)
Desgraciadamente, a base de trabajar con un buen respaldo mediático, los revisionistas del franquismo han logrado fijar un peaje. Hoy día cualquier autor que escriba cosas negativas sobre el franquismo o favorables a la república es rápidamente tachado de marxista de la peor clase, cuando no directamente de criminal, en más de una decena de medios de prensa, en papel y electrónicos. Si alguien quiere, por ejemplo, elogiar ciertos avances educativos, sociales o civiles introducidos por la Segunda República se ve obligado a matizar hasta la extenuación, desvirtuando la propia exposición.
Esto es una trampa mortal, una mordaza a la investigación, muy similar a la puesta en marcha por en NSDAP.
Y yo mismo he caído inocentemente en esa trampa, al verme en la situación de matizar a un autor como Julián Casanova, un historiador profesional que nunca ha falseado una fuente, cosa de la que no pueden presumir los autores de todas las críticas que circulan sobre sus trabajos.
Lo lamento.
Saludos