Suiza, que siempre había negado su colaboración, aceptó este año facilitar la búsqueda de cuentas dormidas de judíos víctimas del holocausto. Este descubrimiento es un paso más en el intento que realiza el Congreso Mundial Judío para seguir el rastro y localizar las cuentas que los nazis abrieron en los bancos helvéticos.
El dinero depositado en estas cuentas procedía con frecuencia del robo "legal" perpetrado contra víctimas judías. Adolf Hitler dio a sus contemporáneos una imagen de político generoso y asceta.
Desde el principio, aquel pintor que pasaba hambre en Viena se negó a cobrar un sueldo del NSDAP (Partido Nazi), a pesar de dedicarle toda su existencia. Pero se reservó el derecho a meter mano en la caja a su antojo. Hitler y su partido aplicaron esta misma filosofía al adueñarse del Estado alemán. Los nazis no distinguían entre la economía pública y la privada.
Hitler consideraba que él encarnaba el Reich y podía disponer de todo el presupuesto.
En 1938 sus ingresos anuales ascendían a 483.000 marcos y en 1941, a 570.000 marcos. Los galeristas Karl Haberstock y María Dietrich hicieron buenos negocios con Hitler, que siempre pagaba el precio exigido. La Dietrich vendió a Hitler por 180.000 marcos un Boucher que le había costado 120.000.
Baldur von Schirach recordaba en la prisión de Spandau: "Cuando Hitler quería dinero para lo que fuera, tanto si era una casa para premiar a un miembro del partido como un regalo para Eva Braun, Bormann pagaba". Desde que se hizo cargo de la caja privada de Hitler, Martin Bormann se convirtió en uno de los personajes más importantes del régimen nazi. Todo el mundo le hacía la corte, en particular aquellos que tenían fabulosas cuentas por cobrar.
Los derechos de autor de Mein Kampf le reportaron millones porque cada pareja que se casaba en Alemania recibía de regalo un ejemplar costeado con dinero público. Martin Bormann se inventó la "Adolf Hitler Spende der Industrie" que suministraba cuantiosas sumas a la caja privada del dictador.
Cada año Hitler invitaba a los industriales a un banquete en la Cancillería con un programa de gala en que intervenían los mejores cantantes de la Opera de Berlín. En cualquier sistema democrático, la confusión o falta de delimitación entre la propiedad privada y el dinero público sería castigada por malversación de fondos públicos.
Para Hitler y los nazis esta ambigüedad era consustancial al sistema.
El propio Führer lo entiende así, cuando en su testamento privado afirma: "Los cuadros comprados por mi en el transcurso de los años nunca fueron reunidos con fines privados, sino con el propósito de instalar un museo de pinturas en la ciudad de Linz, sobre el Danubio". Este suele ser el propósito de la mayoría de coleccionistas con la diferencia de que en las democracias el coleccionista privado paga su afición con dinero privado, no público.
Si se decide crear un museo, queda clara desde el principio la institucionalidad de su financiación, ubicación y gestión.
Si el Estado también quedase destruido, en tal caso no son precisas instrucciones de ninguna clase", dice Hitler en su testamento, no se sabe si con ingenuidad o sarcasmo.
El Führer había usufructado todas las posesiones del Estado alemán incluso más allá del derecho feudal. Se erigió en dueño y señor de la vida de los alemanes, de sus posesiones, de sus creencias, de su libertad. Estableció una gradación y clasificación de su pueblo, que luego él mismo transgredió. Su palabra fue la ley.
Alemania toda estaba en sus manos. Y la ahogó, porque nunca un país puede caber en las manos de un sólo hombre.
Fuentes:
http://www.diariocordoba.com
http://www.ihr.org
http://www.theatlantic.com