La Reunión de Terranova (Carta del Atlántico)

Descripción: El 9 de agosto de 1941, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt se reunieron en Placentia, Bahía de Argentia en Terranova, Canadá.

Etiquetas del tema: Carta del Atlántico Reunión de Terranova

Estudios de la Segunda Guerra Mundial

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Alcazar
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La Reunión de Terranova (Carta del Atlántico)

Mensaje por Alcazar » 25 01 2008 15:56

LA REUNIÓN DE TERRANOVA


Vista de Argentia, localidad situada en una pequeña península en la bahía de PlacentiaVista de Argentia, localidad situada en una pequeña península en la bahía de Placentia
Hasta mediados de 1941, la guerra en Europa sólo había propiciado reuniones de índole militar entre los participantes del los dos bandos en conflicto. Pero, luego de la invasión a la Unión Soviética, cuando las potencias occidentales se encontraron de un momento a otro con un poderoso aliado, que hasta no hacía mucho incluso había sido expulsado de la Liga de Naciones por haber invadido Polonia, las cosas cambiaron. La iniciativa de un nuevo tipo de reuniones las tomaron Estados Unidos y Gran Bretaña.

El 9 de agosto de 1941, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt se reunieron en Placentia, Bahía de Argentia en Terranova, Canadá. Para esa fecha, aunque Estados Unidos oficialmente no participaba en la guerra, su "neutralidad" era relativa debido a las estrechas relaciones político-culturales con Gran Bretaña.

El nuevo aliado, la Unión Soviética, sólo llevaba dos meses escasos de lucha y se encontraba en franco repliegue ante el empuje de las fuerzas alemanas que apuntaban a Moscú como objetivo final. En esa reunión en Terranova, los dos gobernantes plantearon sus preocupaciones inmediatas y procedieron a la definición común de sus fines de guerra. Ese documento, publicado poco después de la entrevista, fue conocido como la Carta del Atlántico.

Desde luego, la elaboración de la Carta del Atlántico no planteó los problemas insuperables entre Inglaterra y los Estados Unidos, únicos partícipes de aquella primera reunión. Sus respectivas nociones políticas eran muy similares e iguales su lengua y su cultura, y la Carta, por otra parte, tenía como contenido y tono el de una proclamación de principios generales sobre los que frecuentemente es fácil todo acuerdo; ahora bien, su aplicación práctica ya era cosa más delicada.

El principal argumento de la Carta del Atlántico era que las dos potencias no buscaban ampliar sus fronteras. La carta no debía servir para hacerle ningún cambio territorial a los pueblos interesados, que fuera contrario a la voluntad libremente expresada por ellos, que tendrían el derecho a elegir asimismo su forma de gobierno.

Las naciones que en el mundo se encontraban ocupadas, recobrarían su libertad y la carta les garantizarían el derecho de todos los pueblos para disponer de su futuro. Pero, en mayor grado que en los fines de la primera guerra mundial, los dos gobernantes prestaron especial atención a los problemas económicos y sociales.

Todos los Estados, grandes o pequeños, vencedores o vencidos, deberían tener sobre la base de la igualdad de derechos, acceso al comercio internacional, así como a las materias primas indispensables para su prosperidad.

Se garantizaba instaurar la colaboración internacional más completa en el orden económico, de manera que permitiera a todas las naciones mejores condiciones de trabajo y una seguridad social generalizada.

Todo el mundo debería poder vivir en libertad, libres del miedo y de las carencias económicas. Y por último, la Carta del Atlántico hizo un llamamiento para el establecimiento de un sistema de seguridad colectiva que impida el recurso a las armas y alivie a los pueblos de la pesada carga de la inversión en material bélico.

Para la Unión Soviética, la Carta del Atlántico no era más que una réplica de los principios definidos por Stalin en su proclamación del 3 de julio de 1941. En esa oportunidad, la Unión Soviética se erigió en adalid de la libertad de los pueblos coloniales, que las potencias "democráticas" occidentales todavía mantenían bajo su dominio.

Stalin, que no fue invitado a participar en la reunión y al que sólo se informó de ella posteriormente, dio muestras de desagrado por "la desfachatez" de los dos líderes occidentales. Stalin no reclamaba derecho alguno como autor o partícipe en la creación de la famosa declaración, sino que más bien se sentía molesto por la alusión que se hacía a la «liberación» de las nacionalidades surgidas de su territorio en 1918-1920, y que su "Realpolitik" de 1939 y su entendimiento con los alemanes le habían permitido invadir y reincorporar a la URSS, específicamente se hablaba de Polonia, Letonia, Estonia y Lituania.



  1. INICIOS
  2. EL IDEALISMO AMERICANO CHOCA CON EL CINISMO BRITÁNICO
  3. UNA CIERTA IDEA DE LA ONU
  4. POLÉMICA EN TORNO A LA MESA
  5. MENSAJE DE AMISTAD A STALIN
  6. LOS ALEMANES
  7. FUENTES



1. INICIOS
La necesidad de un encuentro personal con Roosevelt fue comprendida inmediatamente por el Primer Ministro inglés Winston Churchill al día siguiente del ataque alemán a la URSS. Los Estados Unidos hablan extendido a la Unión Soviética los beneficios de la ley de "Préstamo y Arriendo", y esto aconsejaba proceder a una serie de cambios en la estrategia global, tanto militar como política. Pero para alcanzarlo todo hacía falta un contacto directo.

La apertura, por parte de los Estados Unidos, de créditos prácticamente ilimitados para utilizar en la defensa (este era el significado de la ley de "Préstamo y Arriendo") no había resuelto todos los problemas para Churchill, ya que aparecía siempre con mayor evidencia que los americanos pretendían discutir cada pedido de material estratégico, e incluso su destino.

Se había llegado a manifestar un inquietante estado de ánimo de incomprensión y desconfianza. Cuando Churchill propuso a Roosevelt una reunión, el Presidente de los Estados Unidos repuso calurosamente coincidiendo en su oportunidad. Se trataba de fijar el lugar de la cita.

Estaba fuera de discusión que el Presidente americano, jefe de una nación neutral, se aventurase en Europa para reunirse con el Primer Ministro de Inglaterra. Parecía fuera de lugar también que el Primer Ministro inglés marchara a los Estados Unidos en un momento como aquél, ya que la visita habría asumido inmediatamente un significado inequívoco para los alemanes, los cuales tenían ya muchas razones que alegar sobre la singular "neutralidad" americana.
Franklin D. RooseveltFranklin D. Roosevelt
Se llegó rápidamente a un compromiso: Churchill iría al otro lado del Atlántico y recibirla al Presidente Roosevelt a la altura de las costas canadienses. Una cita casi a medio camino.

La partida del Primer Ministro británico se hizo desde Scapa Flow, el 4 de agosto de 1941. El navío en que se embarcó fue el "Prince of Wales", el más moderno acorazado de la flota inglesa. Churchill alimentaba ya un vivo deseo de encontrarse con Roosevelt, con el que mantenía correspondencia desde hacía casi dos años, y al que se sentía llevado a tratar con creciente sentido de confianza y casi con familiaridad.

Escoltado por un grupo de destructores, el "Prince of Wales" salió a mar abierto aquella misma noche. A bordo Churchill tenia a mano al consejero del Presidente Roosevelt, Harry Hopkins, que había llegado algunos días antes, de regreso de la visita a Stalin, y que los médicos habían bloqueado en Scapa Flow porque no estaba en condiciones de seguir el viaje.

Hopkins estaba aquejado por una grave enfermedad, pero, sin embargo, era capaz de enorme cantidad de trabajo. No obstante, el viaje a Rusia lo había verdaderamente agotado. En cuanto Churchill pudo finalmente encontrarse con él, tuvo la sorpresa de encontrarlo restablecido en parte, y trabajando con los secretarios en la elaboración de los informes destinados al Presidente.

De primera mano, el Primer Ministro inglés recogió las impresiones que el "explorador" había sacado sobre la Unión Soviética y sobre Stalin. Churchill comprendió que la URSS era un aliado en el que se podía verdaderamente confiar, y que Stalin sería un hueso duro también para Hitler.
Acorazado británico HMS Prince of WalesAcorazado británico HMS Prince of Wales
El tiempo pasó así velozmente en el acorazado que penetraba en el Atlántico en rumbo de zigzag para escapar a los submarinos alemanes. Churchill, que inicialmente había sido alojado en un gran camarote encima de las hélices, tuvo que ser trasladado al puente de mando porque las vibraciones, sumadas al mar agitado, no le dejaban dormir.

Pasó el tiempo repasando con sus colaboradores los puntos del orden del día, paseando lo más posible a lo largo y a lo ancho del buque, leyendo placenteramente.

El capitán Hornblower, de Forrester (que le habían regalado), y echando siestas reparadoras. Fueron como unas inesperadas vacaciones, como un crucero de verano, aunque privado de compañía femenina. Menos agradables fueron aquellos días para los encargados de la seguridad del Primer Ministro y su séquito.

El viaje se había mantenido rigurosamente en secreto tanto en Inglaterra como en América, pero nadie podía estar seguro de que no llegara alguna indiscreción a oídos del enemigo. Se temía especialmente que los alemanes supieran de alguna manera que el "Prince of Wales" se había hecho a la mar y que decidieran mandar detrás un navío como el "Tirpitz".
Harry HopkinsHarry Hopkins
Esto planteaba si no convendría forzar lo más posible la marcha, y cuando se comprendió que para hacerlo sería necesario prescindir de la escolta, se prefirió seguir la ruta en solitario, dejando los destructores. Incluso el Viceprimer ministro Clement Attlee, Lord del Sello Privado, que en ausencia de Churchill presidía el Gobierno, fue presa del pánico cuando se le planteó la posibilidad de que un diputado pudiera pedirle noticias sobre el Primer Ministro o sobre el "Prince of Wales". ¿Acaso se hablaba ya en los ambientes parlamentarios del inminente encuentro entre Churchill y Roosevelt. Llamado por Atlee, el Primer Ministro respondió en tono tranquilizante en un mensaje cifrado: 'No veo que pueda venir mucho daño de una indiscreción. Si se planteara una pregunta concreta (en la Cámara se debe rogar al interpelante que retire la petición. Si persistiese, deberá responderle: 'No puedo ocuparme de rumores incontrolados'. En cuanto al 'Tirpitz', creo que no seremos tan afortunados...".
Winston ChurchillWinston Churchill
Aparte de los golpes de ingenio, el peligro existía realmente. Por esta razón, por ejemplo, el Presidente Roosevelt había tomado la precaución de camuflar su viaje anunciando que se tomaba unos cuantos días de reposo (además, era precisamente la época de vacaciones) a bordo del yate presidencial.

Se había hecho ver cuándo partía en el "Potomac" por las costas de Connecticut y había bromeado con los periodistas anunciando que se sentía en forma e iba a hacer estragos en los peces a la altura de Massachusetts. Después, en la noche del día 4, bajó a una lancha y fue llevado a bordo del crucero "Augusta", mientras el "Potomac" continuaba su fingido crucero enarbolando en el palo más alto la flamante enseña presidencial.

El crucero "Augusta", protegido por numerosa escolta, había tomado rumbo norte y había echado el ancla en la bahía de Placentia, al sudeste de Terranova.

Al alba del 9 de agosto —era sábado— surgió de la niebla el "Prince of Wales", y Churchill, que en gran parte de la navegación había respetado el silencio de la radio, ordenó telegrafiar a Londres: "El Primer Ministro a Su Majestad el Rey: Me permito humildemente informarle de haber llegado sano y salvo. Veré al Presidente por la mañana".

Las dos naves cambiaron las rituales señales de reconocimiento y los saludos tradicionales, mientras el acorazado inglés entraba en el amplio e impenetrable cerco de protección formado por los torpederos norteamericanos de escolta.

Cumplidas las formalidades, Churchill con su séquito fue llevado a bordo del "Augusta", donde los estaba esperando el Presidente. Para subrayar la deferencia hacia el jefe del Gobierno inglés, Roosevelt quiso recibirlo de pie, aunque esto obligara a su hijo Elliot a sostenerlo. Ambos se estrecharon la mano, escucharon en silencio los himnos nacionales, y luego Roosevelt volvió a su sitio en el sillón de ruedas al que lo encadenaba la poliomielitis.

Churchill le ayudó a sentarse con amigable deferencia, y luego le entregó la carta personal del Rey. Los dos estadistas fueron guiados hacia una sala de reuniones, y las conversaciones tuvieron comienzo.

Como primera cosa Roosevelt subrayó la oportunidad de que los dos países firmaran un documento en que se enumeraran los principios irrenunciables por los que se consideraba oportuno luchar. Esta declaración común se comunicaría al mundo junto con la noticia de la reunión, y no podía contener ningún compromiso supletorio porque Roosevelt no podía asumirlos; haber obtenido aprobación del Congreso, aunque debería contener alguna cosa verdaderamente concreta.

El Presidente aclaró a Churchill su pensamiento y le entregó también un memorándum para que lo estudiase. En definitiva, el Presidente parecía desear que la declaración común recalcase en cierto modo el mensaje que había presentado al Congreso el enero anterior, con ocasión del discurso con que había inaugurado su tercera administración. Churchill tomó nota y guardó el memorándum del Presidente.
El USS McDougal DD-358 junto con el HMS Prince of Wales, transfiriendo al Presidente Franklin D. Roosevelt al acorazado británico para una reuniónEl USS McDougal (DD-358) junto con el HMS Prince of Wales, transfiriendo al Presidente Franklin D. Roosevelt al acorazado británico para una reunión
Entre los primeros temas en que se detuvieron los dos estadistas estaban las cuestiones de reciproco interés, y entre éstas la situación de relaciones con Japón.

El Imperio japonés era aliado del Tercer Reich y de Italia, y de sus orientaciones no parecía haber dudas, aunque por el momento parecía haber conseguido acertadamente quedar ajeno al conflicto. Con todo, varios indicios hacían temer que en Tokio se formasen decisiones dignas de la mayor atención.

Había subido al poder la facción más dura de los militares, y era por tanto previsible que la situación hiciera crisis. Sobre las intenciones agresivas del Japón, ni Churchill ni Roosevelt tenían la menor duda. Había sido suficiente la decisión japonesa de proceder a la ocupación de Indochina francesa para disipar toda duda.

Estaba claro que los japoneses intentaban sustituir a las potencias coloniales europeas en toda la cuenca del Pacifico, e Inglaterra estaba evidentemente interesada en el desarrollo de esta situación.

Era previsible que en caso de guerra el Japón ocuparía Hong Kong, Singapur y las colonias anglo-holandesas, alargándose peligrosamente hasta en dirección a Nueva Zelanda y Australia. Inglaterra no podía defender su imperio de Extremo Oriente y por eso tenia necesidad de la ayuda americana.

Roosevelt respondió que si el Japón hubiera decidido entrar en guerra, habría sin duda tenido en cuenta que la potencia a derrotar era la americana. Porque los ingleses no habrían quedado solos.

También a los americanos interesaba precisar desde ahora que difícilmente habrían podido combatir en defensa del imperio inglés. Este era un detalle en el que Roosevelt, así como sus consejeros, empezando por el secretario de Estado Sumner Welles, habían insistido con especial claridad desde el principio.

La alianza angloamericana y la comunidad de intenciones que unía las dos potencias no podían cambiar la situación. Para muchos americanos Inglaterra seguía siendo una potencia colonial tan detestable como había sido detestada en la época de los padres fundadores y de la revolución.

Los americanos podrían ser convencidos de luchar por la libertad de los pueblos y por un mundo mejor, pero no de morir por el imperio de Su Majestad.
Sumner WellesSumner Welles
Churchill dejó pasar este discurso, que por lo demás iba formulado en tono bastante velado, sin detenerse en ninguna objeción, aunque tuviese guardadas algunas reservándose volver a ello en el momento oportuno.

Por el momento le convenía obtener de Roosevelt una declaración que sirviese de disuasoria. ¿No podrían declarar los Estados Unidos que en la eventualidad de un conflicto anglo-japonés se colocarían al lado de Inglaterra? Los americanos sacudieron la cabeza.

El Presidente no tenía autoridad ni autonomía para ligar el país a un pacto que en realidad podría llevarlo automáticamente a la guerra. Además, una declaración de este tipo habría dado óptimos argumentos a la opinión pública aislacionista en los Estados Unidos. Todo esto aclaró a Churchill, de modo irrevocable, los límites de la alianza que había ido a lograr. Los americanos rechazaban una alianza de tipo militar e incluso de tipo defensivo.

Otro de los temas contemplados se refería a la eventualidad de que Hitler procediese, con una de sus acostumbradas operaciones fulminantes, a la conquista de España y de Portugal. Tal eventualidad preocupaba no poco a Gran Bretaña, porque este movimiento habría puesto en manos de Hitler la base aeronaval de Gibraltar y habría dado a los alemanes la posibilidad de amenazar más eficazmente las rutas atlánticas.

Era éste otro argumento de interés común, desde el momento en que los convoyes que transportaban mercancías americanas a Inglaterra estaban cada vez más protegidos por unidades navales de Estados Unidos. El Gobierno de Londres se había puesto de acuerdo con el portugués de Salazar para concretar los movimientos destinados a enfrentarse ante tal crisis.

Si los alemanes hubieran ocupado Portugal, Salazar y su Gobierno se habrían refugiado en las Azores, y habrían asegurado allí la continuidad constitucional bajo protección de la flota inglesa. En la eventualidad de que la flota británica no estuviese en disposición de asegurar esta protección a su aliado, preguntaba Churchill, ¿estaría dispuesta la Marina americana a sustituirla en la defensa de las Azores? Roosevelt respondió que si, pero pidió que Salazar hiciese la petición concreta al Gobierno americano. El 10 de agosto era domingo. Los ingleses invitaron a la delegación americana a bordo del "Prince of Wales".

Antes de comenzar la reunión, se celebró en el puente de la gran nave un servicio religioso, en torno a un altar de campaña levantado bajo los potentes cañones del acorazado. Las conversaciones entre las delegaciones sobre temas más específicamente militares se desenvolvieron bajo el signo de la franqueza.

Se habló de la ayuda que los americanos estaban concediendo a los ingleses por el "Préstamo y Arriendo", y por parte británica se interesaron en que los proyectados y previsibles envíos americanos a la URSS no perjudicaran los abastecimientos a Inglaterra. Se habló también de la necesidad de proteger los convoyes y se estableció que los americanos tendrían cada vez mayor parte en la protección de la travesía del Atlántico, mientras que los ingleses se ocuparían a cambio, en los límites de lo posible, de los convoyes destinados a llegar a la URSS por la ruta ártica.

Se animó más la discusión cuando se profundizó en el tema de las perspectivas estratégicas. Según los ingleses, se debía apuntar hacia el bloqueo económico de la Europa hitleriana hasta dejarla privada de abastecimientos esenciales. En ese punto los aliados estarían en situación de reunir una flota aérea imponente y capaz de alcanzar, desde bases situadas en puntos estratégicos bien preparados, todo los ángulos del continente.

Empezaría así una ofensiva aérea basada en incesantes bombardeos. En virtud de tal supremacía aérea, y mientras el Ejército Rojo presionara desde el este, serían suficientes pequeños contingentes acorazados para liberar a los diversos países.



2. EL IDEALISMO AMERICANO CHOCA CON EL CINISMO BRITÁNICO
La estrategia inglesa, expuesta por Churchill con ayuda de sir John Dill, estaba dictada por la experiencia que el primer ministro había madurado en el curso de la "Batalla de Inglaterra".

Churchill estaba convencido de que difícilmente conseguirían los alemanes mantener bajo su bota las naciones conquistadas de Europa si las poblaciones de estos países y sus centros industriales fueran sometidos a bombardeos semejantes a los soportados, por ejemplo, en Coventry por los ingleses.

Los americanos, especialmente el general Marshall, jefe del Estado Mayor unificado de las Fuerzas Armadas USA, no parecían compartir los designios estratégicos del Estado Mayor británico. A su parecer no había que confiar mucho en una estrategia que fuese a la destrucción sistemática de Europa y la matanza de sus habitantes, ya evidentemente agobiados por la ocupación alemana.

Marshall, que era el único general en el que Roosevelt tenía incondicional confianza, sustentaba sus objeciones con argumentos de carácter político, y esto hacía una extraña impresión sobre todo en Churchill, que no concedía a los generales la facultad de hablar de política.

La idea de Marshall era, en suma, análoga a la que ya había sido sumariamente explicada por Stalin. Para doblegar a la Alemania de Hitler sería necesario un desembarco en el norte de Francia con el consiguiente ataque en masa en dirección al Rin y a la "fortaleza" alemana. Este desembarco presuponía naturalmente, según Marshall, un ingente esfuerzo de hombres y material por parte de los ingleses, pero tenía la gran ventaja de poder ser efectuado dentro de un plazo razonablemente breve (y esto era indispensable si no se quería que el tiempo trabajase en favor de Alemania) y de asegurar de tal modo la oportuna ayuda a los ejércitos soviéticos.
John DillJohn Dill
Frente a estas argumentaciones, Churchill no quiere replicar en los términos que le brotaban espontáneamente del corazón, y se limitó a proponer un aplazamiento de la decisión, ya que, según dijo, una ofensiva de tal género debía considerarse absolutamente prematura.

La razón que animaba a Churchill a desconfiar de una estrategia tan comprometida era reconocible en el hecho de que, según el primer ministro británico, Inglaterra no podría estar nunca en situación de adjudicarse la misión de la liberación de Europa, ni siquiera con ayuda de los países de la Commonwealth.

Sería inútil hacerse ilusiones en tal sentido, y mejor resultaba prepararse a organizar una flota aérea que pudiera acorralar a Hitler. Esta flota aérea, calculaba Churchill, estaría dispuesta apenas la máquina industrial americana hubiera comenzado a funcionar a pleno ritmo.

Los americanos desconfiaban de esta estrategia principalmente por una razón: el hecho de que era posible necesariamente a largo plazo, y contaba exclusivamente con el desgaste de las poblaciones europeas. Un elemento demasiado aleatorio para poderlo creer, y al mismo tiempo demasiado cruel para que la opinión pública americana pudiera aceptarlo sin protestar. Como era previsible, el tema más arduo y comprometido fue el de la declaración conjunta.

Cuando Roosevelt replanteó el tema, el Primer Ministro extrajo de su cartera un borrador del documento. Roosevelt leyó en silencio las propuestas del Primer Ministro inglés, y luego pasó la hoja al secretario de Estado Sumner Welles y a Hopkins.

La discusión empezó. En cierto punto Churchill habla escrito que las dos naciones se esforzarían "por hacer una justa y equitativa repartición de las materias primas esenciales, no sólo dentro de las fronteras de sus países, sino entre todas las naciones del mundo".

Según Roosevelt, el principio del libre acceso de todos los pueblos al mercado de las materias primas había sido formulado de manera demasiado ambigua como para resultar aceptable.

El Presidente propuso una fórmula más explícita e incluso la introducción de dos principios más: el relativo a una "paz tal que garantizara a todos la seguridad por mares y océanos" y el que tendía a obtener el desarme de los potenciales agresores



3. UNA CIERTA IDEA DE LA ONU
La discusión fue muy animada, y varias veces tuvo que suspenderse para dar a todos ocasión de calmarse y reordenar las ideas.

Los americanos tendían a confirmar su fe en un mundo en que la paz fuese asegurada por un desarme general. Los ingleses mantenían que eso no seria posible sin la institución de una "organización internacional eficiente", algo distinto a la Sociedad de Naciones.

Una institución que se apoyase en Inglaterra y los Estados Unidos, vencedores de la guerra y por tanto garantes de la paz restituida al mundo. Cuando las delegaciones, con el Presidente y el Primer Ministro a la cabeza, volvieron a discutir y el desacuerdo se mantuvo en el mismo punto.

Roosevelt dijo muy claramente a Churchill, ya para empezar, que los Estados Unidos no querían aventurarse a hablar de una "organización internacional", ya que esta fórmula evocaba el infausto fantasma de la Sociedad de Naciones, en la que había fracasado el optimismo de Woodrow Wilson.

El Presidente Roosevelt tenía una experiencia demasiado directa sobre aquel episodio como para no alimentar temor al respecto. Churchill objetó que si no se lograba imaginar algo que, valiéndose del prestigio y autoridad de las potencias vencedoras, hiciese de algún modo de gendarme de la paz, el mundo no estaría nunca tranquilo. Roosevelt asintió, pero sólo aceptó una anodina alusión a la creación de un poco específico "sistema más vasto y duradero de seguridad colectiva".

Se volvió luego a hablar del libre acceso a las materias primas. Los ingleses rechazaron la fórmula propuesta por los americanos porque hablaba de asegurar una justa repartición de las materias primas esenciales a todos los países del mundo "sin discriminación y sobre la base de igualdad".

El primer Ministro inglés pidió que las palabras "sin discriminación" fueran suprimidas. De repente, en torno a la mesa se hizo un hondo silencio.

Los americanos se miraron sin comprender, juzgando irrazonable la petición británica. Churchill sonrió y trató de suavizar la voz, y luego explicó que no podía firmar una declaración de ese género por que el término "sin discriminación" era una clara ruptura del tratado de Ottawa, del que habla nacido la Commonwealth, la asociación de Estados que habían libremente decidido aplicarse mutuamente especiales tarifas de aduana favorables, "discriminando" así a todos los demás países.

El Tratado de Ottawa había hecho nacer el nuevo ordenamiento del Imperio británico, y si Inglaterra hubiera aceptado contradecir una cláusula tan fundamental, habría minado irreparablemente sus relaciones con los Dominios. Roosevelt respondió que comprendía las exigencias inglesas, pero hizo notar que en América ninguno se conmovería por el Imperio británico. "La opinión pública americana —intervino Sumner Welles— no logra borrar el hecho de que la Gran Bretaña sea el país más colonialista del mundo. Esta circunstancia la coloca a sus ojos casi al mismo plano que el Tercer Reich".



4. POLÉMICA EN TORNO A LA MESA
Churchill bajó la mirada sobre la carpeta que tenía delante y fingió no entender. Después, buscando dar a su voz un tono neutro, trató de obtener alguna modificación secundaria de escaso relieve en un intento de desdramatizar el ambiente. En un cierto momento pidió sustituir la palabra "mercados" por la palabra "comercios".

Por parte americana alguno preguntó si mister Churchill trataba de discutir también la libertad de comercio. Esta vez el primer ministro no podía callar porque había sido desafiado directamente, y su respuesta fue tan maliciosa como la pregunta: "No creo que los Estados Unidos puedan presentarse como paladines de la libertad de comercio cuando se han defendido siempre con altas tarifas aduaneras. ¿No es verdad que también recientemente han desencadenado una nueva oleada de proteccionismo? No creo que sea del caso recordar que Inglaterra ha mantenido siempre con sus colonias las más amplias exportaciones".

Harry Hopkins dijo una broma para aliviar la tensión, pero ya la atmósfera se había helado. El secretario de Estado Sumner Welles trató de reanimar la polémica, pero lo hizo con una pregunta desafortunada: Mister Churchill, ¿se da cuenta de que está cometiendo un grave error ante la opinión pública americana y de todo el mundo'?".

Churchill esta vez no desperdició la invitación y respondió con el orgullo que su posición le permitía: “La opinión pública internacional, señor secretario de Estado, ve en Inglaterra el país que sostiene por sí solo el peso de la guerra contra Hitler en nombre de la libertad".

Se discutió aún, pero sobre otros puntos, hasta que Lord Beaverbrook, ministro de la producción aérea, llevó el hilo al tema más delicado y formuló una propuesta de compromiso: para consentir a la delegación británica aprobar la declaración sin quebrantar los acuerdos de Ottawa, sería oportuno añadir a la fórmula propuesta por los americanos las palabras "con el debido respeto para las obligaciones ya existentes".

La situación quedaba desbloqueada y aunque Sumner Welles trató de buscar aún cualquier otro pretexto, Churchill logró llevar adelante la negociación.



5. MENSAJE DE AMISTAD A STALIN
El Primer Ministro se apresuró a enviar a Londres la declaración, con intención de obtener la aprobación del Gabinete de Guerra.

Su mensaje cifrado llegó a Londres después de medianoche, y a las cuatro de la mañana los ministros lo hablan ya discutido y aprobado.

El líder laborista Clement Attlee era sin duda eficaz, porque habla logrado sacar de la cama a todos los ministros y hacerlos reunirse en Downing Street en pocos minutos y en plena noche.

De Londres fueron propuestas otras modificaciones, que la conferencia discutió en la mañana del 12 de agosto, en el curso de la última reunión.

El acuerdo se logró fácilmente y la declaración común fue aprobada. Aunque en el momento ninguno de los dos firmantes pareciera darle un significado excepcional, el documento fue la base de una alianza mundial entre todas las naciones unidas contra el fascismo y nazismo, y pasó a la historia con el nombre de "Carta del Atlántico".

El documento contenía unos principios sobre los cuales las dos potencias afirmaban querer reconstruir el mundo una vez pacificado después de la destrucción de la tiranía nazi:

1) Libertad de expresión; 2) libertad de religión; 3) libertad de la necesidad; 4) libertad del miedo. La reunión se había terminado, y aunque hubo momentos de cierta tensión, había servido a remachar los vínculos entre los dos países, ligados ya por un pacto indisoluble.

En el curso de las conversaciones, Churchill y Roosevelt hablan hablado de la situación en la Unión Soviética sólo para observar los oportunos elementos de orden militar, pero antes de separarse los dos estadistas redactaron un mensaje común destinado a Stalin:

"Hemos aprovechado la ocasión que ofrecía el examen del informe del señor Harry Hopkins al regreso de Moscú, para preguntarnos el modo mejor en que nuestros dos países pueden acudir en ayuda del vuestro para sostenerlo en la magnífica defensa que opinéis al ataque alemán. En este momento estamos actuando de común acuerdo para darles la mayor cantidad de suministros de los que tenéis necesidad urgente.

Ya muchos barcos han dejado nuestros puertos, y otros partirán en un futuro inmediato. Ahora debemos volver la mente a la elaboración de una política de más largo plazo, ya que hay que recorrer todavía un largo y fatigoso camino antes de poder obtener la victoria completa sin la cual nuestros esfuerzos y nuestros sacrificios serían vanos".

"La guerra se desenvuelve en muchos frentes. Antes de que acabe se habrá extendido probablemente a otros. Nuestros recursos, aún grandes, tienen sus límites. Se debe, pues, plantear el problema de dónde y cómo emplearlos con mayor eficacia para contribuir en medida más amplia al esfuerzo común. Esto vale tanto para los suministros de productos acabados como para las materias primas". "Las necesidades y las peticiones de vuestra y nuestras fuerzas armadas sólo pueden ser determinadas conociendo del todo los varios factores que se toman en consideración para poder decidir.

A fin de decidir rápidamente en vistas a la distribución de nuestros recursos comunes, proponemos que se prepare una reunión que se celebraría en Moscú, a la que enviaríamos representantes autorizados para discutir estos problemas directamente con usted. Si la idea le parece bien, deseamos hacerle saber que en espera de las decisiones de tal conferencia, continuaremos enviándole víveres y materiales con la máxima rapidez posible..."
Clement AttleeClement Attlee
Era la premisa para la consolidación inminente de la gran alianza de los tres. Cuando el "Prince of Wales" reanudó su camino, Winston Churchill estaba cansado pero satisfecho.

No todo en la famosa declaración le convencía, y algo en el fondo del corazón le decía que el Imperio británico estaba en vísperas del fin, pero se llevaba a casa cuanto era suficiente para hacer entender a Hitler una vez por todas que Inglaterra no estaba sola porque tenía tras de si la potencia industrial americana. Hitler comprendería, si todavía no lo había logrado por si solo, que sería inútil invadir Gran Bretaña.

El Tercer Reich no estaría tranquilo tampoco después de tal empresa porque otros, en el mundo, les presentarían guerra sin cuartel. A los que le hacían observar que en definitiva no había obtenido de los Estados Unidos más de lo que éstos ya le habían ofrecido, Churchill respondería que nunca en la historia de un país neutral se había llegado al punto de aclarar de modo oficial cuál era la potencia que consideraba su mortal enemiga y para cuya derrota se preparaba. Y esto fue un enorme éxito también de Roosevelt en el plan de la política interna, ya que concluía finalmente la fase del aislacionismo americano.



6. LOS ALEMANES
Los servicios de espionaje alemanes interceptaron detalles de la reunión tres días antes de ella (el 7 de agosto). Inmediatamente partió de la base naval de Lorient el U-230 con destino a Terranova, con la misión de unirse al U 123 (comandado por Reinhard Hardegen), en la cuadrícula BD 44-Intersección BC 66 y atacar al Prince of Wales en un fondeadero de Terranova (dicho fondeadero está entre Winlandia, una pequeña isla al sur de Terranova, y Terranova en sí) entre los dos.

El combate nunca se produjo porque el U-230 se retrasó demasiado. Fue interceptado a la altura de la cuadrícula BF11 al toparse con un convoy que llegaba del Estado de Georgia. Las escoltas de dicho convoy bombardearon al U-230 y dejaron inoperativo el compresor de aire, destruyeron el montaje antiaéreo y dañaron seriamente el periscopio, con lo que el submarino tenía ahora mucho menor aguante en inmersión y un Catalina lo reconoció en BE 82 en la madrugada del día 9. El U-230 se sumergió.

El Catalina (cedido por la USN a la RAF en 1940 por la Ley Préstamo y Arrendamiento), envió un informe a una patrulla de dos destructores que acababan de recalar en Irlanda. El U230, sabiendo su comandante que probablemente ya estuvieran sobre su pista, decidió enviar un mensaje al U 123 diciéndole que no llegaría a tiempo.

Después puso proa a Brest a toda máquina. Era el día 11 cuando el U123 recibió la noticia. Se separó del buque corsario Hektor (que lo había aprovisionado)y recibió nuevas órdenes del BdU: Intercepción normal de convoyes hacia el Reino Unido.



7. FUENTES

http://www.exordio.com
http://commons.wikimedia.org
http://en.wikipedia.org
http://www.historiasiglo20.org
http://conferencias2gm.galeon.com
http://sapiens.ya.com
http://www.artehistoria.jcyl.es
http://usinfo.org
http://americanhistory.about.com



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Re: La Reunión de Terranova (Carta del Atlántico)

Mensaje por Foxcat » 03 07 2015 23:21

Buenas, que lástima que ésta parte de la Carta no se cumplió:"Las naciones que en el mundo se encontraban ocupadas, recobrarían su libertad y la carta les garantizarían el derecho de todos los pueblos para disponer de su futuro."
"No sé con qué armas se peleará la Tercera Guerra Mundial, pero si sé con cuáles lo harán en la Cuarta Guerra Mundial: piedras y palos" Albert Einstein

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