Ambos bandos construyeron auténticas infraestructuras bélicas a gran altitud, destacando las primeras vías ferratas, trincheras talladas en el hielo de varios glaciares y rudimentarios funiculares para transportar al personal y las municiones hasta cumbres de difícil acceso. Junto al gas mostaza y los cañones, uno de los peores enemigos de ambos bandos fue el frío, pues durante la guerra las temperaturas bajaron hasta los -30ºC. Tampoco tenemos que olvidar las avalanchas en primavera, que segaron la vida de miles de soldados.
Los primeros materiales históricos se encontraron a lo largo de la década de los año 90. Incluían cartas, armas, diarios y fragmentos de periódicos rusos, pues los austriacos obligaron a viajar hasta los Alpes a prisioneros de guerra rusos capturados en el frente oriental, para poder utilizarlos como mulas de carga humanas o para que realizaran los trabajos mas duros a gran altutud. La cantidad de restos humanos y de material encontrado empezó a ser tan numeroso que los habitantes de Peio crearon un museo temático (en 2008 publicamos un artículo sobre el tema en la revista Desnivel). Es importante mencionar que en 2004, Maurizio Vicenzi, guía de montaña y director del Museo de la Guerra de Peio, encontró tres cuerpos de soldados austriacos momificados en una pared de hielo cerca del pico de San Matteo, en el grupo de cumbres del Ortles-Cevedale, a unos 3.600m. Según Vicenzi de los tres cadáveres estaba armado y todos llevaban vendas en los bolsillos, lo que hizo suponer a los historiadores que se trataba de camilleros que murieron durante la batalla de San Matteo, el 3 de septiembre de 1918.
Hasta la fecha, y contando los últimos cadáveres recuperados, los glaciares alpinos han devuelto a unos 80 soldados, la mayoría de ellos habían pasado casi un siglo bajo el hielo y estaban momificados. Tal y como explican las autoridades de Peio, el último funeral de víctimas de la Primera Guerra Mundial en el cementerio local tuvo lugar durante el mes de septiembre de 2012: se trataba de dos austriacos de 17 y 18 años de edad cuyos cadáveres fueron hallados en el glaciar de Presena, en una enorme grieta donde los habían “enterrado” sus compañeros, debido a la imposibilidad de darles sepultura a tamaña altitud. Según varios arqueólogos y glaciólogos de la región, en los próximos años, los hielos devolverán muchos cuerpos, debido al movimiento y al deshielo de muchos glaciares fronterizos. Cien años después, la montaña nos recuerda no solo lo crueles que son las guerras, sino la capacidad de resistencia y la imaginación que el ser humano desarrolló a mas de 3.000m, con el objetivo de escalar cumbres y agujas para instalar baterías, puestos de vigilancia y campamentos militares.