El escritor e historiador Mario Escobar (@EscobarGolderos) rescata esta curiosa historia ocurrida en este campo de exterminio y concentración
Auschwitz-Birkenau
La primera vez que cayó en mis manos un libro sobre Auschwitz apenas tenía catorce años. El padre de un amigo tenía una colección completa de las atrocidades que las SS hicieron con los prisioneros en los cientos de campos de exterminio y concentración con los que sembraron Polonia, Alemania y Austria. Cuando me hice historiador y escritor continué leyendo e investigando sobre el tema. En la actualidad, casi un tercio de mi biblioteca trata sobre ese tema. Desde entonces deseé escribir un libro sobre Auschwitz, pero no encontraba el enfoque que quería darle, ni una historia que de una manera u otra ya hubiera sido contada.
Hace un par de años, en la última reunión que asistía a una organización de la que era miembro ejecutivo, presentaron a un nuevo vocal. Al saludar, esta persona comentó que era presidente de la Asociación para la Memoria del Genocidio Gitano por los Nazis. Me quedé de piedra, ya había leído sobre el salvaje trato de los nazis a los gitanos, pero enseguida pensé que aquel hombre debía conocer alguna historia que yo pudiera plasmar en un libro.
Nos vimos un mes más tarde en una cafetería en el centro de Madrid. Aquel hombre me llevó más de una docena de historias sobrecogedoras del genocidio gitano, pero una de ellas destaca entre todas, era la vida de Helene Hannemann.
Una de la cosas que más me sorprendió al principio de Helen fue su coraje. A pesar de las duras situaciones que tuvo que atravesar en su vida nunca renunció a llevar la riendas de su propia destino.
Cuando la policía alemana entró en su apartamento de Berlín para llevarse a su esposo y sus cinco hijos a un campo de concentración en mayo de 1943, ella no titubeó, decidió acompañar a su familia e ingresar voluntariamente en Auschwitz.
Únicamente conozco otro caso parecido, el de un esposo ario que tras ser apresada su mujer decidió viajar con ella a un campo de concentración, pero de los millones de personas que pasaron por Auschwitz, podemos afirmar que ninguna o casi ninguna fue voluntariamente a una muerte prácticamente segura.
Los hijos y el esposo de Helene habían cometido un único delito, ser gitanos. La familia fue transportada en un vagón infame hasta Auschwitz y encerrada en el Campo Gitano o Zigeunerlager.
Hace un par de años, en la última reunión que asistía a una organización de la que era miembro ejecutivo, presentaron a un nuevo vocal. Al saludar, esta persona comentó que era presidente de la Asociación para la Memoria del Genocidio Gitano por los Nazis. Me quedé de piedra, ya había leído sobre el salvaje trato de los nazis a los gitanos, pero enseguida pensé que aquel hombre debía conocer alguna historia que yo pudiera plasmar en un libro.
Nos vimos un mes más tarde en una cafetería en el centro de Madrid. Aquel hombre me llevó más de una docena de historias sobrecogedoras del genocidio gitano, pero una de ellas destaca entre todas, era la vida de Helene Hannemann.
Una de la cosas que más me sorprendió al principio de Helen fue su coraje. A pesar de las duras situaciones que tuvo que atravesar en su vida nunca renunció a llevar la riendas de su propia destino.
Cuando la policía alemana entró en su apartamento de Berlín para llevarse a su esposo y sus cinco hijos a un campo de concentración en mayo de 1943, ella no titubeó, decidió acompañar a su familia e ingresar voluntariamente en Auschwitz.
Únicamente conozco otro caso parecido, el de un esposo ario que tras ser apresada su mujer decidió viajar con ella a un campo de concentración, pero de los millones de personas que pasaron por Auschwitz, podemos afirmar que ninguna o casi ninguna fue voluntariamente a una muerte prácticamente segura.
Los hijos y el esposo de Helene habían cometido un único delito, ser gitanos. La familia fue transportada en un vagón infame hasta Auschwitz y encerrada en el Campo Gitano o Zigeunerlager.
Auschwitz-Birkenau
Joseph Mengele se enteró de que en el hospital del campo había una mujer aria y pensó que sería la directora perfecta de la guardería o Kindergarten que deseaba abrir. Fue la segunda vez que Helene tuvo que decidir y tomar las riendas de su destino. Era consciente de que el Dr. Mengele no pretendía ayudar a los niños, pero también sabía que con la creación de la guardería podría proteger a sus propios hijos y a los del resto de las mujeres gitanas del campo.
Mengele cumplió su promesa y dotó a la guardería de todo lo necesario. Desde pizarras, pupitres y cuadernos, hasta un proyector, películas de Disney y columpios.
Helen eligió un equipo de profesoras judías y madres gitanas para que le ayudaran y durante algo más de un año la guardería llevó esperanza y amor a casi un centenar de niños en medio del infierno de Auschwitz.
A medida que los nazis perdían la guerra la situación en Auschwitz fue empeorando, pero Helen intentó mantener la moral alta en el campamento. En mayo de 1944 los nazis intentaron exterminar a los gitanos para dejar sitio a las oleadas de judíos húngaros que no dejaban de llegar para ser exterminados.
Helene resistió y logró demostrar que la dignidad humana va más allá de las circunstancias o de las depravadas imposiciones que intenten imponer por la fuerza unos sádicos asesinos. Aquella madre venció ella sola al sistema represor de los nazis.
Cuando conté esta historia al vicepresidente de mi editorial, Larry Downs, se quedó callado por un momento y después contestó: “Tenemos que dar a conocer al mundo la labor de esta increíble mujer”.
Unos meses después le vi en México DF, en una cena con otros escritores y tomando la palabra comentó: “Comencé en el mundo editorial siendo muy joven y Canción de Cuna de Auschwitz es el libro que llevo toda la vida buscando para publicar”.
Una guardería en el infierno es la prueba más palpable de que no tenemos excusas para rendirnos. Siempre podemos tomar la iniciativa y dirigir nuestro destino.
Fuente: 20 minutos