Perfil psicológico de Hitler

Descripción: Hitler era un chico afeminado, reacio al trabajo manual, que de joven soldado se mostraba molestamente servil con sus oficiales superiores y sufría pesadillas.

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ulyses62
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Perfil psicológico de Hitler

Mensaje por ulyses62 » 08 03 2009 21:24

Hitler era un chico afeminado, reacio al trabajo manual, que cuando era un joven soldado se mostraba "molestamente servil" con sus oficiales superiores y sufría pesadillas que de notaban en gran medida un "pánico homosexual". Los asesinatos masivos que perpetró tiempo después fueron resultado, en parte, de un odio desesperado a su propia debilidad pasiva y a la humillación de haber sido golpeado por un padre sádico.

Así, al menos, lo sostiene el primer perfil psicológico de Hitler, ordenado por la Oficina de Servicios Estratégicos (OSE), una predecesora de la CIA. El documento acaba de ser publicado en el sitio web de la Biblioteca Legal de la Universidad de Cornell. Si bien había sido desclasificado hace algunos años, este informe, elaborado en 1943, nunca fue muy citado y tampoco estuvo a disponibilidad de la gente, aclararon los historiadores de Cornell.

La biblioteca publicó este análisis luego de recibir la autorización pertinente de parte de un familiar de su autor, el fallecido doctor Henry Murray, un destacado especialista de Harvard de mediados del siglo pasado.

"Durante mucho tiempo la gente creyó que existía nada más que un perfil psicológico de Hitler que fue ordenado por la OSE", observó el doctor Jerrold Post, profesor de Psiquiatría en la Universidad George Washington y fundador de la rama psicológica de la CIA, en alusión a un informe de tiempos de guerra elaborado por el doctor Walter Langer, con quien Murray llegó a trabajar. Ese texto finalmente fue publicado en 1972 con el título "La mente de Adolfo Hitler".

El documento difundido ahora en Internet por la Universidad de Cornell es una versión condensada de la evaluación de Murray, una mezcla de teoría psicoanalítica, especulaciones y vivos detalles sobre la vida de Hitler que bien podrían haber sido sacados de una novela policial.

El experto de Harvard hizo un diagnóstico de Hitler que habla de neurosis, histeria, paranoia, tendencia edípica, esquizofrenia, "humillación infinita" y "sifilofobia", mal que describe como el temor a contaminarse la sangre a través del contacto con una mujer. Pero menciona en forma vaga sus fuentes y no ofrece ninguna prueba.

"Los dos padres de Hitler eran figuras ambivalentes para él. A su padre lo odiaba y respetaba, mientras que a su madre la amaba y despreciaba. Todas sus flagrantes acciones fueron una imitación de su padre, no de su madre", dice el informe.

El doctor Murray llegó a especular, incluso, con la posibilidad de que salvo que se produjera un atentado mortal o un caso de locura, Hitler hubiera permitido que lo matara un alemán o un judío para completar así el mito del héroe traicionado. Y supuso que, de lo contrario, el líder nazi se iba a retirar a su búnker para matarse de forma dramática.

En la primavera boreal de 1945, y tal como pueden dar fe los historiadores, eso es exactamente lo que hizo Hitler.

http://www.clarin.com/diario/2005/04/03 ... -04815.htm



ulyses62
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Re: Perfil psicológico de Hitler

Mensaje por ulyses62 » 13 03 2009 19:13

Aquí os dejo un artículo muy curioso sobre el tema que estamos hablando, se llama HITLER: MITOS Y VERDADES ACERCA DE LA PSICOLOGÍA DE UNA FIGURA HISTÓRICA y está escrito por William Montgomery Urday. Es bastante largo pero es interesante.


No avives tanto la hoguera contra tu enemigo, que puedes chamuscarte a ti mismo.

Shakespeare


Sesenta años después de su desaparición física, la figura de Adolf Hitler —que un escritor norteamericano poco sospechoso de simpatías nazis (Robert Waite, citado en Bene [1983], nota del editor) predeciría como la de mayor impacto histórico después de la de Jesucristo— está constantemente bajo la mirada general. Sobre la vida y eventos vinculados al déspota germano se han escrito miles de libros —de hecho, como se declara en una reciente obra acerca del tema (Lukacs, 2004/1997), Hitler es quien más libros ha inspirado en el siglo XX—, se han hecho cientos de documentales y a su personaje se le ha llevado al cine y a la televisión muchas veces, la mayoría en fugaces apariciones y en plan peyorativo; haciendo circular múltiples imprecisiones sobre él.

Para el psiquiatra español Vallejo-Nágera (1980), los estereotipos hitlerianos que circulan son los que construyeron sus enemigos y vencedores, quienes al amparo del repudio legítimo por el genocidio judío no le perdonaron nada de lo que hizo o dejó de hacer. A este tipo que inventó el Volkswagen, la blitzkrieg y las terroríficas sirenas de los Stukas le negaron hasta el mínimo resquicio de razón: según ellos el hombre debía estar totalmente loco y desquiciado, o poseído por algún numen diabólico. Era incapaz de tener sentimientos y siquiera de comportarse amablemente. Aquellos que lo siguieron eran estúpidos o estaban hipnotizados. Era además un caudillo inepto: sus éxitos se debieron a errores o descuidos de sus adversarios. Los Generales ganaban las batallas por él, mientras que las derrotas fueron todas responsabilidad suya. Sus arranques enérgicos o de furia liderezca eran “arrebatos histéricos”. Cuando levantaba la voz no gritaba, sino “aullaba”. Ciertos autores, basándose en el testimonio de renegados nazis como Rauschning (1940/1940) y de amigos de juventud de Hitler (Kubisek, 1955/1954), hablan de su “mirada fija y sin vida” o “alucinada”, cuando algo que particularmente se destacó en su tiempo entre sus fieles fue la llamada “mirada de águila”, que se nota en la mayoría de las imágenes conservadas como reconcentrada y analítica. Su físico, bastante dentro del promedio del hombre del pueblo por cierto, fue satirizado al punto de connotarlo con frecuencia como el de un “hombrecillo insignificante” y hasta “repugnante”. (Recuerdo que un amigo mío influido por tales leyendas me dijo creer que Hitler era un enano, y se sorprendió mucho cuando le revelé que medía 1.73 mts.; talla mayor que las de Napoleón, Mussolini o Stalin entre otros)[2].

Aquel individuo tan repugnante, bizarro e inepto según sus críticos logró extrañamente, sin embargo, sobrepujar algunas de las mayores hazañas políticas y militares de la historia. Hitler, al margen de sus nefandos crímenes contra la humanidad, pertenece a ese exclusivo club (nada inocente, por cierto) de “conquistadores del mundo” —Alejandro, César, Napoleón, entre los más grandes—, del cual hasta hoy es el último representante, como lo reconocen sus dos principales biógrafos (Shirer, 1983/1959, Bullock, 1962/1952). Para los analistas sesgados de su trayectoria que le niegan la menor virtud, tal hecho es tan misterioso como el “inexplicable” amor que el Führer le tuvo a su sobrina Geli Raubal (“¿cómo pudo ese sujeto haber amado a alguien?”), o el que Eva Braun sentía por él mismo (“¿cómo pudo alguien amar a Hitler?”). Todo eso revela, a los ojos del especialista imparcial, una concepción maniquea, ingenua (o quizá conveniencia) de hombres inteligentes pero prejuiciados acerca de la psicología humana —especialmente de la de un individuo al que no aprueban—, y a pesar de ello pervive como verdad profunda.

El reciente estreno de dos películas poco difundidas aunque de buena calidad, una hecha para el cine (“Max”, 2002) y otra para la televisión (“Hitler. El reinado del mal”, 2003, premiada con un Emmy), que se salen de las pautas preestablecidas respecto al común de creencias sobre su personalidad[3], remueve el tema y provoca reflexiones encontradas. En el caso específico de Max, una producción en la cual se abordan ciertos aspectos humanos del personaje, su estreno en Japón (2004) y el uso promocional de una acuarela hecha por el caudillo germano en su juventud produjeron reacciones por parte de diversos grupos vinculados a los derechos humanos, logrando amedrentar y aminorar el afán de los organizadores por promover la película y mantenerla en cartelera (esto recuerda en menor escala el absurdo revuelo mundial por La Ultima Tentación de Cristo). Lo extraño del asunto es que la principal causa esgrimida por quienes protestaron es que Max constituye un intento de “humanización” de Hitler, lo que de pasar desapercibido “sería un estímulo para los grupos pronazis y una consiguiente desensibilización del ciudadano promedio frente al holocausto”. ¡Prohibido, entonces, el pensamiento y el arte independientes porque, según la paranoia de los autoproclamados guardianes de la conciencia humana, tales ejercicios sirven a fines odiosos o sentimentalmente ingratos y hacen eco entre un público muy crédulo!

Vallejo-Nágera (1980) describe bien el carácter pacato y tonto de la actitud exageradamente antinazi después de más de medio siglo de transcurridos los acontecimientos, indicando que dicha perspectiva confunde la atracción y curiosidad histórica o psicológica que se pueda sentir por una figura extraordinaria como la de Hitler y por un tiempo como el del Tercer Reich, con la identificación ideológica hacia su régimen, y peor aun, con la convalidación moral de sus hechos (a pesar de todo, como dice Ian Kershaw [2003], la fascinación y la repulsión no son conceptos tan incompatibles). Puede que semejante afán de censura filomedieval tenga explicación en el trauma sufrido a raíz de los horrores nazis, pero ningún fundamentalismo es bueno, ni aun aquel que pretende acogerse bajo la égida de la justicia.

Basado en estos argumentos pretendo ocuparme imparcialmente de este tema, dada la importancia que tiene para el quehacer psicológico. Lejos de mí el deseo de “rehabilitar” a Hitler, ni menos de negar o minimizar la gravedad del holocausto en la línea, por ejemplo, de Irving (1988/1977); lo que busco es simplemente establecer criterios de mayor objetividad en el análisis del caso, aceptando que, después de todo, Adolf Hitler era un ser humano con defectos, virtudes y debilidades como cualquier otro individuo, o déspota, de la historia. El conflictivo ambiente en que vivió y la magnitud de los acontecimientos que lo rodearon lo hace muy especial, pues quizá ningún personaje ni tiempo históricos ofrecen tal cantidad de material para el análisis que los mencionados aquí, donde el fanatismo, la genialidad y la criminalidad se dan la mano en tan estrecha coyunda puesta al servicio de la dominación psicotecnológica de una inmensa masa de individuos.

Aquí se ventilarán sólo tres aspectos medulares en la visión que se tiene de Hitler, procurando revisarlos con una mirada objetiva: 1) el ángulo psico(pato)lógico de su personalidad, 2) su conducta sexual, 3) su aparente relación con el ocultismo.


EL ÁNGULO PSICO(PATO)LÓGICO

A Hitler se le ha procurado analizar desde diversos ángulos, pero aquí interesa particularmente el psicológico. Entre los psicólogos profesionales que se han dado el trabajo de sugerir interpretaciones sobre el caudillo austroalemán sobresalen Fromm (1985/1941) y Erikson (1948). Cada uno de ellos, en su indagación psicoanalítica, realizó un profundo estudio de la obra semiautobiográfica de Hitler: Mi Lucha, basándose en aquella para sacar buena parte de sus conclusiones.

Erich Fromm especula en el Capítulo VI de su obra El Miedo a la Libertad (“Psicología del Nazismo”) sobre la hipótesis del sadomasoquismo como distintivo general de la personalidad del líder teutón y de sus principales seguidores. Hitler, afirma Fromm, odiaba a los débiles y amaba a los fuertes, y gozaba con el éxtasis de sentirse inmerso en una gran colectividad de autosacrificio y a la vez sojuzgarla. Esa tendencia signó, sin duda, su conducta personal y todo el carácter de su régimen político.

Erik Erikson, por su parte, hace un estudio que denomina psicohistórico acerca de la evolución personal llena de tensiones y conflictos y un ambiente especial que hicieron de Hitler un fanático racista y autoritario. En tal sentido analiza con largueza tanto las experiencias de la niñez hitleriana como las costumbres nacionales germánicas. Las características de la crianza de la niñez alemana de aquellos tiempos le dan a Erikson la clave para entender cómo es que el ambiente familiar y cultural de fines del siglo XIX y principios del XX producía adolescentes con un desviado espíritu revolucionario, orientándolo hacia la suplantación de la autoridad paterna por un culto místico-romántico: el del exagerado nacionalismo. Por otro lado, el aspecto antijudaico lo atribuye a la envidia que —en aquellos tiempos de crisis agobiante—, inclinaba a los oprimidos alemanes arios a buscar “chivos expiatorios” de su situación en ciertos representantes de la clase capitalista.

Debo añadir que, a pesar de que en los años cuarenta en los círculos académicos y literarios eran muchas las tentaciones para endilgar marbetes psiquiátricos al Führer, ni Fromm ni Erikson cayeron en tal simplicidad. Por el contrario, los numerosos apuntes acerca de la psicología hitleriana hechos por muchos de sus historiadores y comentaristas (quienes carecen, como es natural, del talento especializado), suelen pecar de facilistas en sus calificativos acerca del estado patológico de Hitler. El periodista americano John Gunther (1939/?), por ejemplo, parte del punto de vista de que “todos los dictadores son anormales; se trata de un hecho axiomático... la mayoría de los dictadores son profundamente neuróticos” (p 34). Incluso Vallejo-Nágera (1989), un defensor de juicios más moderados al respecto, cae en ese tipo de aseveraciones ingenuas calificando, sin más, de “loco” a Hitler.

La complejidad del asunto es mucho mayor, tal como lo nota el historiador alemán P. E. Schramm (1965/1963):

Nunca se agota la cuenta si se trata de captar al hombre Hitler: su contacto con los niños y con los perros, su alegría ante las flores y las cosas cultivadas, su admiración por las mujeres hermosas, sus relaciones con la música... eran cosas auténticas; pero también era auténtica la tenacidad despiadada, implacable... con la que saltándose todas las consideraciones morales, aniquilaba a los adversarios de su poderío... Hitler, al variar guiado por la razón, por el humor y el oscuro impulso, era más enigmático de lo que lo haya sido ningún hombre en toda la historia alemana. (p. 48)

En la obra Carisma, Charles Lindholm (1992/1990) también dedica extensos comentarios psicológicos al fenómeno nazi y al carácter de su líder, expresando la dificultad de explicarlo mediante simplificaciones. Dice, entre otras cosas lo siguiente:

Hitler era una figura proteica, febril y difícil de aprehender en quien apenas se disimulaban las contradicciones: aprobó legislaciones para asegurar la muerte indolora de las langostas de mar y era tierno con los niños y los animales, pero podía ser inhumanamente cruel o enfurecerse aterradoramente; su letargo alternaba con períodos de inmensa hiperactividad: era un aspirante a artista cuyos sueños de creación contrastaban con sus fantasías de aniquilación; un pragmático presa de ilusiones antojadizas; un soldado valeroso petrificado por sofocantes temores; un compañero encantador o absolutamente brutal; un hombre austero con hábitos libertinos. (p. 147)

Todo ello, según Lindholm, llevaría a la conclusión de que se trata de una personalidad psicótica en el sentido psicoanalítico, si no fuera porque Hitler encontró en el servicio militar, en el nacionalismo y en el sentimiento de su propio destino providencial, la forma de controlar esos impulsos en público y conservar la coherencia, llegando únicamente a un estado limítrofe. Pronto aprendió también a usar su talento oratorio de manera catártica y a “echar sus demonios internos hacia fuera”, contagiando de frenesí al público asistente a sus multitudinarios mítines.

La singular exaltación que Hitler manifestaba en sus discursos es, aun ahora a través de la visión de documentales que lo reviven, fuente de asombro: por un lado se le considera una especie de “poseso” y “maníaco”, y por otro lado un “maestro”, incluso un “genio”, de la comunicación de masas. Pero, debido al estigma de locura que carga la figura del líder nazi, es mayor el impacto de las primeras calificaciones. Poco importa recordar que, en la época de la Europa de pre-guerras, el estilo oratorio de corte ampuloso y teatral era común entre los políticos y revolucionarios. Sin ir muy lejos, en su tiempo Mikjail Bakunin lo practicaba casi con la misma pasión y vivacidad que el Führer, sin que a nadie se le ocurriera decir que estaba loco por ello.

A propósito de esto último, algo que ha contribuido a cimentar la idea de un Hitler desquiciado antes de 1942[4] es el abundante conjunto de relatos que describen episodios de rabia incontenible en los cuales el líder nazi echaba “espumarajos”, “se le hinchaban las venas del cuello”, “golpeaba las paredes”, etc. (cosa que, por lo demás, recuerda a cualquier sargento instructor de reclutas en el ejército). Al respecto, Bullock (1962/1952) señala que muchos de esos estallidos de cólera eran hábiles mascaradas, recursos calculados para hacer capitular a sus interlocutores molestos. Parecida estrategia era la usada por Napoleón ¾no tan estridente porque vivió en una época de trato mucho más ceremonioso¾, según se puede ver en la biografía que de él escribe Emil Ludwig.

Lo cierto es que, contra la opinión general[5], Hitler no limitaba su capacidad sugestiva a sus apariciones como tribuno. En realidad era un manipulador psicológico a tiempo completo de todos cuantos se cruzaran con él, sin importar su rango social o militar (véase Picker, 1965/?). Así lo pinta el talentoso arquitecto del Reich, Albert Speer (1976/1975), quien compartió largos períodos de trabajo con el líder alemán:

El no manipuló tan sólo el instrumento de las masas populares; fue también un psicólogo magistral frente al individuo. Adivinó los más secretos temores y esperanzas de cada interlocutor... [fue] un psicólogo como jamás me fuera dado conocer otro, y lo sigue siendo. Me imagino que, algún día, los historiadores lo considerarán únicamente grande en esa medida. (p. 190)

Evidentemente un “enfermo mental”, incapaz de pensar racionalmente según muchos quieren presentarlo, no tendría la frialdad y el autocontrol suficientes como para provocar con sus acciones semejantes comentarios. Hitler era claramente un psicópata en el sentido lato del término, que involucra tendencias obsesivas, histriónicas, narcisistas y hasta paranoides, pero no era un esquizofrénico. Hace varios años el psiquiatra y criminólogo alemán Wolfgang de Boor hizo un minucioso estudio-peritaje post-mortem, en el cual concluyó que “se deben excluir en Hitler tanto trastornos psíquicos patológicos como locura o profundas perturbaciones mentales en el sentido que marca la ley” (véase la noticia del diario El Comercio de Lima-Perú, del 07/04/86; p. 19).


LA SEXUALIDAD DE HITLER

La inquina hacia el recuerdo del Führer nazi es tal que en algunos documentales biográficos modernos (como por ejemplo el emitido hace algunos años por Mundo Olé) se presentan escenas que, puestas en cámara lenta y en retroceso, parecen mostrar gestos feminoides del Dictador, tratando de sembrar la idea de homosexualidad (lo cual, desde luego, no tendría nada de malo si fuera verdad). Recientemente, un libro sensacionalista de Lothar Matchtan (2004/2004) —rápidamente traducido al español, lo que denota el morbo que despierta este tema— vuelve a traer a colación el asunto de la supuesta identidad secreta “gay” de Hitler. Parece que las mismas personas que abominan al nazismo por su discriminación racial utilizan la discriminación homofóbica para añadir supuestos baldones a su imagen.

Por ejemplo ya Rauschning (1940/1940), en Hitler me Dijo, que es el testimonio de un ex-funcionario nacionalsocialista ¾entonces ya emigrado¾, hacía algunas alusiones malintencionadas al respecto de la sexualidad hitleriana. Las siguientes citas del libro de este hombre que, por propia confesión, no se atrevía a chistar cuando estaba ante la presencia de su Führer, son sólo pequeñas muestras, aclarando que las palabras en cursiva son señaladas por mí:

... Goering tuvo siempre una actitud opuesta a la de Hitler, y... en el círculo de sus amigos íntimos, no tenía empacho en expresar groseramente su opinión sobre el “loco afeminado”. (p. 78)

Su boca arrojaba espuma; jadeaba como una mujer histérica y eructaba exclamaciones entrecortadas... (p. 82)

Fue la merienda tradicional de las familias alemanas. Hitler hacía de dueña de casa. Sosegado el espíritu, casi amable. (p. 84)

Recuerdo una frase de Forster, el amigo íntimo de Hitler. “Bubi” Forster, el niño terrible entre los gauleiters: “Ah, si tan siquiera Hitler pudiera saber cuan agradable es tener entre los brazos a una joven en flor... Ese pobre Hitler”... Me guardé de hacerle ninguna pregunta. (p. 223)

Pero Rauschning no calculaba varias cosas que podrían mellar la credibilidad de sus “confidencias”: 1) no hay otro registro alguno de que Goering se expresara así de Hitler en privado; 2) el histerismo puede ser común a hombres y a mujeres por igual, así que calificarlo de “mujer histérica” suena a insulto vulgar tanto a Hitler como a las mujeres en general, y 3) posteriormente se descubriría que Forster, a quien atribuye una conducta de mujeriego, era, sí, un auténtico homosexual.

Pese a que sí se sabe que uno que otro individuo del círculo dirigente nazi era homosexual (especialmente los jefes de las SA que fueron asesinados en “la noche de los cuchillos largos”), como por ejemplo Roehm, Heynes y el mismo Forster; realmente no hay la menor prueba sólida de que el Dictador alemán lo fuera. Es más, durante la dictadura hitleriana se persiguió a los homosexuales y era notoria la aversión personal del Führer hacia ellos: en una ocasión, con Hossbach (el autor del famoso Protocolo Hossbach), Hitler le replicó hablando sobre uno de sus Generales investigado por el servicio secreto: “Ud. se equivocó. Von Fritsch no es sólo un ser desviado, sino también un embustero. Claro que todos los homosexuales son embusteros” (Brissaud, 1975/?, p. 186).

Sin embargo, queda como un misterio la verdadera conducta sexual del Dictador nazi. Ciertamente se codeó con muchas mujeres y generaba reacciones histéricas de adoración en gran parte de las asistentes a sus mítines, mas no se le conoce con certeza romance alguno en el sentido convencional, excepto, en parte, los tenidos con su sobrina Geli y con Eva Braun; y ni aun en los mejores momentos de la relación de Hitler con ésta última hubo demostraciones de afecto íntimo entre ellos en público. Aunque algunos indicios llevan a considerarlo un sadomasoquista que sometía a sus amantes a crudas experiencias (Shirer, [1983/1959], al parecer Hitler embebido en la política nunca se preocupó eróticamente demasiado por las mujeres, al punto que muchos lo consideraban “neutro” o “asexuado”. Davidson (1981/?), consigna que durante su juventud el futuro Canciller expresaba su disgusto por la prostitución cuando pasaba por las zonas rojas de Viena, y Gunther (1939/?) anota que Hitler veía a las mujeres más como amas de casa o madres, comportándose con ellas como un caballero dado al besamanos “y nada más”.

Vallejo-Nágera (1980) dice al respecto lo siguiente:

La vida íntima de Hitler ha dado lugar a muchas elucubraciones. En parte debido a que Hitler fue siempre extremadamente discreto, en parte porque con su gran instinto propagandístico comprendió que una aureola de misterio en torno a su persona era muy conveniente para montar sobre ella las invenciones de la propaganda y, en parte, porque se veía obligado a ello al tener en verdad “algo que ocultar”. (pp. 18-19)

Lo que Hitler tenía que ocultar sólo puede conjeturarse. El informe de la autopsia de Hitler, hecho por los médicos soviéticos y misteriosamente guardado hasta 1968 (lo que después de todo suscita sospechas de fraude), indica la ausencia de un testículo, defecto congénito que no implica disfunciones mayores, pero que a nivel psicológico puede ser devastador. Los investigadores franceses Charlier y de Launay (1980/1979) esbozan una posible explicación de la conducta sexual del líder nazi fundados en ello, anotando que había cierta constancia en la relación de Hitler primero con mujeres maduras o “amigas maternales” como Winifred Wagner, y después con mujeres-niñas como Geli Raubal o Eva Braun. Señalan que:

Si admitimos la existencia de un complejo de origen psíquico o físico, su preferencia por las mayores, que lo perdonan todo, y después por las adolescentes, que no saben nada y aceptan las explicaciones de un héroe de la guerra, puede explicar la adaptación de nuestro hombre. (p. 74)

Otras pistas llevarían a la hipótesis de una sífilis, posiblemente contraída en la Primera Guerra Mundial cuando Hitler era soldado. Según eso, los síntomas mentales y físicos del Dictador durante los últimos años de su vida (delirios, alucinaciones, temblores, etc.) se deberían a un estado terciario de esta enfermedad.

De cualquier manera había algo extraño relacionado con la autoimagen sexual de Hitler. Datos conexos a esto que confirmarían la existencia de un complejo psicológico son sus dos hábitos inveterados: por un lado rehusaba absolutamente ser visto en ropa de baño (o desnudo frente al masajista), y por otro cuando estaba en actitud de espera acostumbraba tomarse las manos a la altura de la ingle, pose en la cual aparece en una gran cantidad de fotografías. Lo cómico es que muchos de sus subalternos lo imitaron, como si se tratara de un gesto eminente. Algo así como la mano de Bonaparte metida en la solapa.


HITLER Y EL OCULTISMO

Algunos (Ribadeau, 1980/1975); Pennick, 1984/1981) consideran que la conducta de los fanáticos líderes nazis sólo tiene explicación en el marco de una cosmovisión ocultista. Basándose en fragmentarios indicios cuyo origen está en la cercanía que algunos de sus más cercanos colaboradores (Hess, Himmler) tuvieron con las llamadas “ciencias ocultas”, los partidarios de esta postura sostienen que el intento revolucionario de Hitler y sus asociados habría sido esencialmente mágico: la creación de una raza de superhombres con poderes psíquicos, capaces de dominar el universo y alcanzar la inmortalidad. Ello requería primero hacer una limpieza de lo “subhumano”, empezando por judíos y gitanos.

Desde la perspectiva ocultista, hay toda una serie de datos que se manejan para demostrar la inclinación de Hitler por lo esotérico. Se dice, por ejemplo, que de niño le atraía la vida religiosa, conociendo las cruces gamadas (antiguo emblema de las razas del norte y símbolo de la luz) en el Monasterio de Lambach. A los doce años se familiarizó con la música de Wagner y con todo lo que eso significaba como información sobre los ancestrales mitos germánicos, fascinándole Wotan, el Dios de la posesión demoníaca. Poco a poco se convirtió en una especie de “vidente” signado por el destino para “llevar a su pueblo hacia la libertad”, y pasaba el tiempo en las bibliotecas leyendo libros sobre religiones orientales, yoga, ocultismo, hipnotismo y astrología. Según Ribadeau (1980/1975), un librero de Viena que era cultor del espiritismo hizo amistad con Hitler y le inició en “un ambiente de satanismo y perversión sexual” bajo el signo esvástico de una secta paramasónica. En ella frecuentó a otros miembros y, a través de Rudolf Hess llegó a la Sociedad Thule[6], un cenáculo interesado en cultivar la vieja tradición germánica (incluyendo preservar la pureza de la sangre), donde también se perfilaban ideas sobre la antigua conexión sagrada entre la geografía y la política. Allí el futuro Mesías bebió de fuentes cosmológicas que cimentaron su mística creencia en la supremacía del germanismo, y en su propio papel como realizador de esa utopía.

En este ensayo sería imposible dar una relación completa de todas las afirmaciones hechas en esta línea por los partidarios de una explicación ocultista del fenómeno nazi. Como toda “teoría de la conspiración” mezcla verdades y mentiras, hechos comprobados e hipótesis plausibles al lado de rumores absurdos e ideas jaladas de los pelos[7]. Si bien lo esotérico tiene un lugar dentro del desarrollo general del nazismo y de sus dirigentes, el hecho es que Hitler era cualquier cosa, menos un ingenuo. Probablemente en algún momento este Maestro del Engaño supo utilizar a manera de bluff en su beneficio —como hizo con todo lo que se cruzó por delante: individuos, acontecimientos, ideas— el “arma de propaganda” ocultista para impresionar a cierta gente y lograr ciertos objetivos, pero es dudoso que íntimamente se lo tomara en serio. Muchas veces se refirió con desdén hacia las creencias de su secretario Hess y en general hacia el ocultismo (véase Bullock, 1962/1952); y la mejor prueba objetiva de ello son sus propias órdenes en las cuales prohibió toda conferencia sobre astros, espiritismo, telepatía y clarividencia, así como todo anuncio de ellas en los diarios. En palabras de Schramm (1965/1963), “las supersticiones le eran totalmente extrañas” (p. 39). Posteriormente mandaría arrestar a más de cien astrólogos, mediums y videntes, y suspender la Sociedad Thule. Eso es lo real.


A MANERA DE CONCLUSIÓN

Aquí se han examinado algunos de los aspectos más polémicos de la personalidad de Hitler, tratando de hacerlo con objetividad. Es tanta la carga emotiva que evoca un personaje de esta naturaleza que quizá desmentir ciertos prejuicios que coadyuvan a deformar su imagen puede ser juzgado por sus críticos como un solapado apoyo pro-nazi. No me preocupa esa objeción pues no comulgo con el llamado “revisionismo del holocausto” ni soy antisionista; pero es de lamentar la hipocresía de quienes, bajo el pretexto de combatir tendencias totalitarias ajenas, las ejercen a su vez en contra de otros impidiendo cualquier debate racional sobre lo que se cree indiscutible.

Lo que es evidente e incontestable, es que Hitler fue durante la mayor parte de su vida un psicópata (como también lo fue su colega Stalin, o como lo puede ser hoy en otra escala y ambiente un Maradona, por ejemplo), empeorado por las obsesiones de su terrible fanatismo, y que en algún momento de su carrera de los últimos años las circunstancias extraordinariamente difíciles que lo rodearon, y la calidad de vida que llevó, hicieron mella en su personalidad poniéndola en el límite de la cordura. Sin embargo, es exagerado decir que comenzó a vivir en un mundo de fantasía pura o que se convirtió en un enajenado. Tenía momentos de tanta lucidez como podía esperarse para un individuo en su posición y en una situación apocalíptica semejante. El que sus postreras intuiciones o razonamientos fallaran en la apreciación de los acontecimientos era muy natural, dado el escaso margen de información segura a la cual tenía acceso desde el aislado Bunker. Sus decisiones de “tierra arrasada” o de genocidio planificado no tienen excusa, pero no son fruto de la demencia, sino de la crueldad trágica típica de cualquier tenebroso verdugo de la historia. Lo que las hace más impactantes son las dimensiones colosales del escenario en que se produjeron y el número de víctimas involucradas. En cuanto a su suicidio y cremación, ésto no fue, como tantas veces se ha asegurado desde la cómoda posición de un escritorio, un acto de cobardía. Y no fue tampoco una salida heroica. Fue simplemente lo único que cabía hacer: Hitler, demasiado conocido y que además estaba muy mal de salud (lo que le impedía fugarse y convertirse en un “sumergido”), sabía muy bien lo que le esperaba si caía vivo o muerto en manos de sus tan implacables como innumerables enemigos (recuérdese el destino de Mussolini), y por ello lo ilógico hubiera sido tratar de resistir a mano armada o de entregarse.

Como se probó en el Juicio de Nüremberg (véase Heydecker y Leeb, 1970/1958), los millones de personas muertas y la serie innumerable de dolores que causó el régimen nazi no deben achacarse únicamente a su caudillo, como tampoco debe achacarse sólo a Mao la barbarie de la Revolución Cultural china, ni a Bonaparte el inmenso coste humano y material de su aventura imperialista. Fue, en realidad, toda una pandilla de criminales y fanáticos respaldados por la posibilidad del ejercicio del poder absoluto, sin frenos, la que produjo tanto mal. Y esta pandilla de agitadores, sicarios y verdugos creció y actuó en relación a una cantidad de factores ideológicos, étnicos, geográficos, socioeconómicos e idiosincrásicos operantes a manera de contingencias interdependientes de dimensión gigantesca.

Científicamente, utilizando el concepto de moldeamiento en la forma utilizada por Skinner (1982/1971, p. 260), puede decirse que el comportamiento nazi se moldeó en un entorno plagado de estimulación aversiva y de reforzamiento negativo, lo que, aunado a una multiplicidad de factores situacionales y personales de Hitler (su nacimiento fruto de la unión de padres distanciados generacionalmente, la influencia de alguno de sus profesores y de un ambiente provincial de frontera, su frustración por no poder seguir la profesión de artista, sus lecturas de Nietzsche, etc.); y a sucesos fortuitos diversos, dio por resultado el fenómeno hitleriano. Desde este punto de vista Hitler, aparte su habilidad genial como cabecilla de la banda, fue el exponente y el producto más visible, pero no el único, de tan complejas condiciones; y surgió en base a un liderazgo carismático en el sentido en que Tucker (1976/1970) toma esta expresión de Erikson, es decir rodeado de condiciones psicohistóricas específicas: todo estaba preparado en la Alemania de entonces para que estallara el polvorín racista y nacionalista.

Otro tipo de explicación cae obligatoriamente en providencialismos místicos que lo único que hacen es obscurecer el verdadero carácter de los acontecimientos, como ha ocurrido por más de medio siglo. Como dice Kantor (1978/1959), “para reconocer el carácter inevitablemente conductual de las cosas, su composición y estructura no necesitan ser revestidos con procesos o funciones psíquicas” (p. 235). La crítica a quienes han sesgado de esta y otras maneras la historia de Hitler debe tomarse en consideración.


http://www.ipside.org/dispersion/2004-3 ... gomery.htm

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Re: Perfil psicológico de Hitler

Mensaje por ulyses62 » 13 03 2009 21:01

Subo otro nuevo documento encontrado sobre el tema.

Si los gobernantes y lideres que han dejado, o pueden dejar una estela de atrocidades sociales, actúan bajo la condición mental denominada psicosis o locura, o por el contrario son totalmente responsables de sus actos, ha sido para la ciencia de la conducta un tema de investigación y controversia. Si es el primer caso, lo imperativo seria que la sociedad promueva la hospitalización psiquiátrica, y más hoy en día que se cuenta con excelentes esquemas farmacoterapeuticos. En la segunda situación, lo determinante es que la sociedad evite que gobiernen, o le imponga severas sanciones por sus actos. Pero en los dos casos, es de sentido común prevenir el futuro nefasto, y por un derecho social elemental, el ciudadano debe averiguar, exigir y conocer el estado mental y la conducta psicosocial de los aspirantes a regir los destinos de miles de humanos.

Esta semana acaba de publicar Oxford University Press un libro titulado Hitler: Diagnosis of a Destructive Prophet, cuyo autor es el Dr. Firtz Redlich, neurólogo y psiquiatra, profesor de la universidad de California y Yale. Esta publicación, ya esta creando una interesante confrontación y reviviendo la polémica y desacuerdo entre historiadores si dada la maldad que Hitler perpetró es imposible no atribuirse a la enfermedad mental, o por el contrario no estaba loco y es totalmente responsable de sus actos. El New York Time lo señala como la obra más amplia sobre los aspectos psicológicos y médicos del Führer, Kershaw, profesor de historia en la Universidad de Sheffield en Inglaterra, quien publicara en enero-99, "Hitler 1889-1936: La arrogancia", dice de la obra: "La investigación más completa de la condición médica de Hitler."

Redlich durante diez años revisa y consulta material, analiza las notas del Dr. Theodor Morell, medico personal de Hitler, del Dr. Cunther, nazista y autor de la biografía medica de Hitler, de sobrevivientes del Holocausto, la poca historiografía existente de su niñez y los análisis psicoanalíticos hechos sobre el personaje Es así como construye una patobiografía y concluye que si bien Hitler no era ajeno a reacciones paranoicas, idea delirantes y síntomas psiquiátricos, no termina de encontrarse el conjunto de indicadores que permitan concluir en una categoría de enfermedad mental, y que sus múltiples problemas físicos que iban desde espina bífida, hipospadia, arteritis de células gigantes, hasta la enfermedad de Parkinson que sufrió en sus últimos días, tampoco se asocian con enfermedad mental. Como tal Redlich puntualiza que "Hitler conoció lo qué él hacía y lo eligió para hacerlo con orgullo y entusiasmo." "Y que los crímenes y errores no eran ocasionados por enfermedad mental."

Diferenciar que lleva a un ser a producir daño siempre a sido un tópico de gran controversia. La conducta humana es tan versátil que a pesar que se utilicen criterios técnicos para calificar y diferenciar la conducta enferma de la no enferma pero transgresora, la línea es tan indeleble, que las fronteras fácilmente se confunden. Unos de los méritos de este trabajo biográfico de Redlich es que deja un planteamiento para pensar en las conductas de los gobernantes como actos que no siempre están en esa línea indeleble, invitándonos a salirnos de esa limitación de seguir considerando que dado la complejidad de la conducta humana hay que aceptar que se empañe la objetividad y por más aberrantes que sean los actos, no todos tienen que ser asociadas a enfermedad mental. La conducta humana y los actos del gobernante deben ser vistos como ejercicios de su voluntad y libertad, a los cuales corresponde el reconocimiento o las severas sanciones por parte de la sociedad, pero sobre todo, el mensaje del libro puede ser usado como un antídoto para no seguir mitigando y empañando los efectos nocivos de usar con sentido jocoso o actitud de resignación el "bondadoso" y acomodaticio calificativo de loco o locura, desvirtuado las consecuencias dantescas que puedan tener en el ejercicio del poder un individuo que sin ser loco, si puede llevar a la sociedad a una especie de "psicosis social", a una profunda "melancolía comunitaria, o aumentar, además de los índices de mortalidad, la muerte social, eso que el sociólogo francés Durkheim, a inicios de siglo, llamó la anomia. Además, esas referencias ligeras y permisivas de describir a los aspirantes a regir los destino del país como "locos", "viejos"... solo pueden servir para dejar pasar y no ver el futuro promisorio que trae, el exigir de una forma implacable la total responsabilidad que todo aspirante a gobernar debe tener por sus promesas, actos y fortalezas culturales y educativas, más cuando con esto compromete el presente y futuro de niños, madres, ancianos y adultos, seres libres, con derechos y deberes sociales. Seres además plenamente responsables para elegir, no entre aspirantes "locos" o cuerdos, pero si escoger entre individuos con diferentes ideas, emociones y actos, que finalmente es de lo que va a depender que el gobernante entienda, lidere y gerencie un país donde se trace la gran meta indispensable y prioritaria para lograr cualquier futuro social desarrollado, rico, prospero y estable: La Salud Mental.

http://www.analitica.com/vam/1999.01/nacionales/06.htm

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Re: Perfil psicológico de Hitler

Mensaje por ulyses62 » 13 03 2009 21:11

Herman Rauschning, jefe nazi de la región de Danzig e íntimo de Hitler, narra en su libro Hitler me dijo cómo el líder del III Reich le confesó en una ocasión que el Todopoderoso lo había enviado a la Tierra para cumplir la misión de liberar a la Humanidad. Rauschning dejó escrito que una persona próxima al führer le había asegurado que éste se despertaba habitualmente por las noches lanzando gritos convulsivos y pidiendo socorro.

«Esta misma fuente –escribe el jefe nazi del Danzig– me contó una de estas crisis (…). Hitler estaba de pie en su habitación, tambaleándose y mirando a su alrededor con aire extraviado. ‘¡Es él! ¡Es él! ¡Ha venido aquí!’, gemía. Entonces le dieron masajes y le hicieron beber algo. Pero, de pronto, rugió: ‘¡Allí! ¡Allí! ¡En el rincón! ¡Está allí!’. Daba patadas en el suelo y chillaba. Le tranquilizaron, diciéndole que nada ocurría de extraordinario, y se fue calmando poco a poco». Tiempo atrás, en plena adolescencia, su mejor amigo, August Kubizek, recuerda que después de ver una representación teatral y cuando ambos paseaban en plena noche, el futuro führer entró en un estado de éxtasis y ocurrió lo siguiente: «En imágenes geniales, arrebatadoras, desarrolló ante mí su futuro y el de su pueblo. Hablaba de una misión que recibiría un día del pueblo para liberarlo de su servidumbre y llevarlo hasta las alturas de la libertad».

No es ningún secreto: el responsable de la muerte de millones de inocentes se sentía un elegido, un «mesías». Las palabras que pronunció ante la periodista de la revista The New Yorker Janet Flanner abundan en esto mismo. Hitler le dijo a la informadora que en plena I Guerra Mundial, cuando se encontraba luchando en una trinchera, repentinamente escuchó en su cabeza una voz clara que le decía: «¡Levántate y vete de aquí!» Así lo hizo y, acto seguido, siempre según las palabras del dictador, un obús cayó justo en el lugar en el que se encontraba sentado anteriormente.

Esta fe inquebrantable en el especial destino que le tenía preparado la providencia también puede explicar su obsesión por el ocultismo, el paganismo y el misticismo ariosofista.

Ocultismo y paganismo

Los primeros escarceos de Hitler con la religión datan de su niñez. Estudió en un colegio de la localidad de Lambach, el cual se encontraba al lado de un monasterio benedictino. En sus paredes, Hitler contempló, seguramente, por primera vez, el símbolo que desgraciadamente popularizaría décadas después: la esvástica.

Había sido grabada en los muros del monasterio tras los viajes de uno de los monjes, Theodoric Hagen, que llegó hasta diversos países orientales –de donde procede el milenario símbolo–, como Irán, en busca de conocimientos ocultistas y astrológicos. De todos modos, parece que una de las personas que influyó en Hitler para que adoptara la esvástica como «marca» de su movimiento fue el astrólogo y esoterista Louis C. Hausser, quien antes de fallecer confesó que él había sido el percusor del pensamiento nacionalsocialista. Hitler nunca lo negó.

Durante la época que malvivió en Viena en la más completa indigencia, durmiendo en parques públicos, hogares para mendigos o pensiones de mala muerte, Hitler solía matar el tiempo en bibliotecas, leyendo todo tipo de libros sobre pangermanismo, mitología u ocultismo. Se sabe que era ávido consumidor de una publicación de corte esotérico y racista llamada Ostara, cuyo emblema era una cruz gamada. Su director, Jörg Lanz, recibió un día la visita de un muchacho desarrapado, a quien le regaló varios números atrasados. Ese joven, según el biógrafo de Lanz, Wilfried Daim, no era otro que Adolf Hitler.

Algunos autores opinan que también se relacionó en la capital austriaca con Guido von List, escritor ocultista y uno de los líderes del movimiento pangermanista. En sus rituales, List sustituía la cruz cristiana por la esvástica. Johannes Stein, que aseguró ser uno de los amigos de la etapa vienesa del futuro líder nazi, aseguró que él y Hitler entraron en contacto con un librero llamado Ernst Prezsche, que estudiaba todo lo relacionado con la alquimia y el ocultismo.

Prezsche inició a ambos jóvenes en el mundo de las «drogas sagradas». Mediante la ingesta de peyote, los dos amigos intentaron hallar sus anteriores reencarnaciones. Al parecer, Hitler, en esas visiones alucinatorias, se vio a sí mismo como Landuf II de Capua, señor en el siglo IX de un vasto territorio que abarcaba desde Calabria a Nápoles, y considerado uno de los personajes más terribles del cristianismo.

La mente del dictador

En 1943, Walter Langer, psicólogo de la OSS –agencia de inteligencia estadounidense precursora de la CIA–, llevó a cabo por orden de sus superiores un análisis exhaustivo sobre las creencias y carácter de Hitler. El dossier final, de 255 folios, supuso una «guía» para los líderes políticos y militares aliados a la hora de adelantarse a las estrategias del führer. Langer y su equipo estudiaron grabaciones, libros, discursos y entrevistas a Hitler y a otros importantes jerarcas nacionalsocialistas.

También pudieron acceder a las declaraciones secretas de desertores que habían estado muy cerca del líder nazi. Una de las conclusiones más llamativas del citado informe se refiere a los orígenes del irracional odio de Hitler hacia los judíos. Según el equipo de psicólogos, todo comenzó cuando Klara, la madre de Hitler, sintió un fuerte dolor en el pecho. Un médico judío, el doctor Edward Koch –conocido como «el médico de los pobres», porque atendía a las personas más desfavorecidas sin recibir nada a cambio–, descubrió que Klara tenía un cáncer de mama muy avanzado.

Así se lo hizo saber al entonces jovencísimo Hitler, quien sentía una indescriptible pasión por su madre. Al parecer, estuvo llorando desconsoladamente durante días. Koch tomó la decisión de amputar, pero la enfermedad no remitió. Entonces quemó un último y desesperado cartucho y le suministró a Klara un tratamiento de gas con yodoformo, sin ocultar en ningún momento el riesgo de envenenamiento que tan agresivo tratamiento acarreaba. Esto no sólo no curó a la madre de Hitler, sino que aceleró su muerte. ¿Pudo este hecho ser el origen de las cámaras de gas y el Holocausto judío?

Se puede estar más o menos de acuerdo con Langer y los suyos, pero no cabe duda de que se acercaron bastante a la mente del líder nazi, porque varios años antes de su muerte, este psicólogo de la OSS escribió: «Hitler seguramente se suicidará. Esta es la salida más plausible de todas. No sólo porque lo ha intentado en más ocasiones, sino porque encaja perfectamente en el perfil psicológico que hemos analizado (…). Pero no será un simple suicidio, Hitler es demasiado teatral como para pasar a la inmortalidad de una manera sencilla».

Otro de los puntos fundamentales del informe de la OSS para comprender la intrincada psicología de Hitler se refiere a sus relaciones con las mujeres. Todas terminaron mal o de forma violenta. En su época de soldado mantuvo un romance con una enfermera, cuyo esposo despechado, un capitán de infantería, la asesinó de un disparo. Más tarde intimó con una joven bávara que intentó suicidarse para acabar de una vez por todas con los terribles sufrimientos que Hitler le provocaba.

A mediados de los años 30 se relacionó con una conocida actriz, Renate Müller, que se suicidó tirándose desde la ventana de su apartamento. Otras fuentes aluden a que el dictador la mandó matar, al descubrir que mantenía un affaire con un joven judío. Su siguiente conquista, Unity Mitford, cuñada del fundador del Partido Nazi británico, se disparó en la boca y vegetó durante nueve años con la bala alojada en el cerebro. Angelika Raubal, hija de un medio hermano de Hitler, también se suicidó porque no podía aguantar más la obsesión que su tío sentía por ella.

Sobre su amante oficial, Eva Braun, es de sobra conocido cómo terminó sus días. Para Walter Langer, en sus relaciones con los demás, incluidas sus conquistas, Hitler buscaba placer provocando sufrimiento. En el citado informe de la OSS se afirma que era probable que padeciera cierta impotencia y que, además, sufriese alguna forma muy extrema de sadomasoquismo.


http://historia.alamedianoche.com/la-ca ... de-hitler/

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