La víspera del desembarco americano en las Filipinas. Onishi Takiyiro realizó una misión en el sudeste y llego, como ya hemos dicho, a Manila, justo a tiempo para poner en práctica sus ideas. Fue él personalmente quien dividió la escuadrilla en grupos y nombro a su jefe: “un joven que tuviese un alto valor técnico y moral”. Se eligió a un capitán piloto de bombarderos, procedente de Formosa, apellidado Seki.
Al amanecer el día 20 de octubre mientras los Marines americanos trataban de consolidar la cabeza de puente de Leyte, y la flota de Shima, Ozawa, Nishimura y Kurita navegaban a toda máquina hacia su destino, el comandante de la base de Manila despertó al Capitán Yukio Seki: “Seki, el Vicealmirante Onishi llegará dentro de un momento. Hemos decidido preparar un ataque Kamikaze, que se efectuara con cazas Zero cargado con bombas de 250 kg. Usted asumirá el mando”. “Pasaron cinco segundo antes de que Seki respondiera. Llevaba poco tiempo casado y el día anterior, precisamente, había escrito a su madre y a su esposa. Aceptó. Unas horas más tarde, en Mabataki, la escuadrilla de los primeros Kamikazes recibía su bautismo de muerte”.
El USS Bunker Hill fue atacado por 2 aviones suicidas en menos de 30 segundos de diferencia el 11 de mayo de 1945
La idea de los ataques suicidas se había propagado de forma espontánea, a medida que los pilotos se daban cuenta de la superioridad enemiga. Incluso la expresión “ataque kamikaze” había sido asimilada por los pilotos, ya que antes de la constitución oficial de dicho cuerpo por parte de Onishi se había producido, como se ha dicho anteriormente, numerosas tentativas personales y aisladas. La última de ellas la llevó a cabo el Contraalmirante Masafumi Arima, el 15 de octubre, en las costas de Formosa. Este jefe había tratado de estrellarse sobre el puente de un portaaviones americano, pero los cañones antiaéreos consiguieron abatirlo a tiempo. Al día siguiente otros dos pilotos trataron de hacer lo mismo, pero nunca se supo si tuvieron éxito, ya que no regresaron a su base.
Contraalmirante Masafumi Arima
A decir verdad, la primera demostración de los kamikazes tuvo un éxito discutible: aquel 21 de octubre, la primera oleada de aviones regreso sin haber avistado al enemigo; la segunda consiguió hundir al portaaviones USS Saint-Lô y había alcanzado a otros tres. El resultado podía ser reconfortante para Onishi, pero dejaba entrever que la nueva arma desesperada nunca sería un arma decisiva. Para Onishi y para el Alto Mando nipón bastaba con que los ataques de los pilotos suicidas demostraron ser más eficaces, que los ataques clásicos. E indudablemente, así era. Así, los kamikazes fueron adoptados también por la aviación del Ejército, que utilizó instructores de la aviación naval. Un mes después de la Batalla de Leyte, una escuadrilla de 27 kamikazes atacaba un contingente de fuerzas americanas, mientras otros 8 se lanzaban contra la escuadra naval, alcanzando seriamente a tres portaaviones.
La batalla de la Filipinas, que habría de prolongarse hasta finales de enero de 1945, se endureció a causa de los pilotos suicidas de Onishi, quien nunca tuvo dificultad para reclutar los candidatos a la muerte. La actividad de los kamikazes adquirió una importancia cada vez mayor conforme la situación empeoraba. “A medida que la guerra se aproximaba al Japón, los ataques kamikazes se intensificaron. Las tripulaciones se reclutaban diariamente en las universidades. Un total de 2.950 aviones, de los cuales 2.400 pertenecían a la Marina, partieron en misiones kamikazes; 450 de ellos lograron su objetivo, con un porcentaje del 18 por ciento. El Ejército, por su parte, utilizó 500 aviones para operaciones navales y otros tantos para ataques a bases terrestres”. Al final las autoridades japonesas empezaron a tener dificultades para imponer los métodos suicidas a sus jóvenes pilotos. Hubo que recurrir a un servicio destinado a vigilar el vuelo de los kamikazes, ya que en más de una ocasión, los pilotos suicidas cambiaban de idea en el último momento, modificando el rumbo y virando en redondo, para dejar a sus compañeros de vuelo y aterrizar en alguna isla del Pacífico, abandonadas por las fuerzas armadas niponas. Al parecer, muchos ex kamikazes vivieron completamente solos en estas islas, donde permanecieron incluso una vez acabada la guerra.
Piloto japonés vestido para realizar su última misión
Más eso no debe inducir a engaño. La casi totalidad de los jóvenes estudiantes enrolados para este supremo holocausto se mantuvieron fieles a sus propósitos y murieron en el solitario, atroz y exaltado martirio, a fin de salvar un Japón que ya estaba condenado. El aspecto más absurdo de todo el tema concierne al último grito de los kamikazes lanzaban antes de precipitarse sobre su objetivo, es “¡Diez mil años de vida al emperador!” en que se sintetizaba toda la simple y ciega fidelidad de los limpios corazones hacia su soberano. Mas el soberano era contrario a aquella guerra y no dejaba pasar ninguna ocasión de confesarlo a sus fieles. En cierto modo, también él era prisionero de los políticos y militares que habían intrigado para que el Japón se enzarzase en la contienda. Se trata de una circunstancia que no hay que infravalorar, ya que puede ayudar a comprender mejor el desarrollo de la situación interna del Japón en los últimos y atroces meses de la guerra, cuando el emperador Hirohito trataba en vano de preservar el país de la calamidad.[/align]
El Almirante Matome Ugaki antes de su última salida, en una operación kamikaze
Lo cierto es que la monarquía japonesa era una especie de pirámide invertida, el emperador, la encarnación de su dios en la tierra, sostenía todo lo demás, y en especial a la clase militar y a la aristocracia. Evidentemente, se trataba de una construcción ficticia, destinada a mantener sumisos a millones de súbditos, impidiéndoles ser auténticos ciudadanos, pero era la verdadera realidad. Generales, almirantes, políticos, financieros: todos se sometían de buen grado, al menos en apariencia, al rígido ceremonial impuesto por el hecho de que el emperador fuera un dios. Aceptaban tal ficción a cambio de que el soberano-dios les otorgase sus prerrogativas, su benevolencia y su autoridad.
Todos los generales que durante los años de la guerra condujeron los ejércitos al ataque, gozaban de una gran autoridad, pero el Estado Mayor nipón se vanagloriaba de ejecutar órdenes divinas. Esta situación ayudará a comprender lo que sucedía. Así, por ejemplo, podemos entender cómo 4.615 jóvenes de edades entre los veinte y veinticinco años, casi todos estudiantes universitarios, se inmolaron por su fanática mas pura fe en un dios que no deseaba la muerte, pero que nunca pudo encontrar las palabras para decirlo. Incluso sus jefes prefirieron morir antes que sobrevivir a sus inocentes víctimas: el Almirante Ugaki condujo el último vuelo de un grupo kamikaze, mientras que el Vicealmirante Onishi se hizo el harakiri.
Cubierta del USS Saratoga después del impacto de un avión el 21 de febrero de 1945
Las bajas que provocaron los kamikazes a la flota de Estados Unidos fueron elevadísimas. Resultaron hundidos un total de 53 barcos de guerra estadounidenses repartidos en: 4 portaaviones, 16 destructores, 3 dragaminas, 2 torpederos, 1 submarino, 8 cargueros militares, 2 petroleros, 16 transportes de tropas y 1 remolcador. La cifra de navíos dañados por kamikaze fue de 373 buques entre los que había 31 portaaviones. Las bajas entre marineros y la tropa estadounidense a manos de kamikazes fueron cerca de 7.000 muertos y 10.000 heridos.
B. ENTRENAMIENTO
Teniendo en cuenta la notable diferencia que existía, en orden al potencial bélico, entre el Japón y los aliados en los últimos años de la guerra del pacifico, para los japoneses ya estaba claro que el país tendría que afrontar una gravísima crisis, a menos que de una manera u otra lograran hacer intervenir elementos que fueran capaces, por sí solos, de cambiar radicalmente la situación. Así, pues, era muy natural que, en semejantes circunstancias los combatientes nipones estuvieran dispuestos a sacrificar sus vidas por el emperador y por la patria.
Su patriotismo tenía su origen en la convicción, profundamente arraigada en el ánimo de todos esos hombres, de que la nación, la sociedad e incluso el universo entero se identificaban en la persona del emperador, y por esa causa estaban decididos a sacrificar sus vidas. Por lo que respecta a la fundamental cuestión de la vida y de la muerte, la base espiritual de los japoneses, estaba constituida por una absoluta obediencia a la autoridad indiscutible del soberano, incluso, como ya se ha dicho, a costa de la propia vida.
Chicas de secundaria despiden a un piloto con ramas de sakura
El credo de los Kamikazes derivaba, en cierto modo, del Bushido, el código de conducta del guerrero japonés, basado en el espiritualismo propio del budismo y que revela una especial insistencia en el valor o en la conciencia del hombre. Otros de sus ardientes deseos era conseguir una muerte henchida de un profundo significado, en el momento justo y en el puesto que les correspondía, y no suscitar con su conducta la pública censura. Cuando se analiza el comportamiento de los Kamikazes hay que tener presente que ellos juzgaban aquellas misiones como una parte más de sus obligaciones, y que no consideraban ese deber como algo extraordinario ni fuera de lo normal. Se apasionaban de tal manera ante el problema de cómo alcanzar con éxito los buques señalados como objetivos que acababan por dar poca o ninguna importancia a su destino. A nivel de conciencia o de inconsciencia tenía la sensación precisa y profunda de “conquistar la vida a través de la muerte” y se comportaban y obraban de acuerdo con este principio.
Se utiliza el término “inconsciencia” precisamente para dar a entender que aquellos hombres ni siquiera eran conscientes de los sentimientos que se han descrito: estaban tan profundamente dominados por el sentimiento de amor hacia la patria, cultivado en la historia y en la tradición de su país, que no podían experimentar otra sensación. El ataque Kamikaze tenía, ante todo, un significado espiritual, y cualquier piloto dotado de una normal habilidad estaba capacitado para llevar a cabo su misión de manera adecuado. Por ello no existía un método especial de entrenamiento excepto el que consistía en hacer particular hincapié, ante los pilotos, sobre determinados factores que ya habían revelado tener cierta importancia, en el curso de las anteriores experiencias, en todos estos “ataques especiales”. Sin embargo, puesto que los pilotos elegidos para estas misiones habían recibido una preparación un tanto limitada y tenían una escasa experiencia de vuelo, por lo que se les sometió a un curso de adiestramiento técnico intensivo, con el fin de ponerles en situación de aprender, en un tiempo mínimo, los elementos fundamentales del ataque kamikaze.
El USS Columbia segundos antes de ser impactado por un avión el 6 de enero de 1945
Por ejemplo, el programa que debían de seguir los pilotos con base en Formosa se dividía en breves y diversas fases: en primer lugar, el adiestramiento de los nuevos pilotos kamikazes tenía una duración de siete días, dedicadas las dos primeras jornadas únicamente al ejercicio del despegue. Este tipo de ejercicios cubría el periodo de tiempo que iba desde el momento en que impartía la orden para una misión hasta el momento en que los aparatos quedaban en formación de vuelo. Los dos días siguientes se dedicaban al vuelo en formación, mientras al mismo tiempo proseguían practicando el despegue. Los últimos tres días estaban dedicados, de manera especial, al estudio teórico y a los ejercicios prácticos de aproximación al objetivo y al ataque, entre tanto, continuaban también los ejercicios de despegue y de vuelo en formación. Si aun se disponía de tiempo, se repetía el programa completo una segunda vez.
Para los cazas ligeros y rápidos, como los Zero (Zeke) y para los bombarderos embarcado tipo Suise (Judy) se adoptaron dos métodos de aproximación con vistas a los ataques especiales, métodos que se había revelado especialmente eficaces. La aproximación debía realizarse a la máxima o a la mínima altura posible. Aunque desde el punto de vista de la exactitud de la navegación y de la buena visibilidad hubiera sido preferible una altura media, se prefería renunciar a estas ventajas en consideración a otros factores. En efecto, la altura preferida estaba comprendida entre los 5.500 y los 6.500 metros, y ello por dos razones:
- Cuanto mayor es la altura, más difícil se hace la interceptación por parte del enemigo.
- Había que tener en cuenta la maniobrabilidad de un avión cargado con una bomba de 250 kg.
Por lo que respecta a la aproximación a muy poca altura los aparatos volaban lo más cerca posible de la superficie del mar, de manera que se retrasara el máximo su localización por los radares. En las postrimerías del año 1944 se consideraba que el radar americano tenía un alcance de 160 km a gran altura y de 30-50 km a baja altura. En las ocasiones en que disponían de muchas unidades de ataque, se aplicaba simultáneamente bien el método de aproximación a baja cota bien el de alta cota, que además se efectuaba en rutas distintas.
Imagen del Vicealmirante Onishi en el momento en que se dirige a algunos voluntarios kamikazes. Onishi luego se practicaría el harakiri
En la aproximación a gran altura era necesario que los pilotos estuvieran muy atentos, a fin de que el ángulo de picado no resultase excesivo, pues entonces el aparato sería más difícil de manejar y además, bajo la creciente acción de las fuerzas de gravedad, el piloto perdería fácilmente su control. Era, pues, de la mayor importancia que el picado fuera lo menos profundo posible y que el piloto prestase gran atención al viento de cola y a cualquier movimiento por parte del objetivo.
En el caso de la aproximación a baja altura, apenas se avistaba un navío enemigo el avión se remontaba bruscamente a 3.500-4.500 metros, para luego arrojarse en picado sobre el objetivo previsto. Este método requería una habilidad muy especial por parte del piloto, puesto que el impacto debía producirse en la cubierta del navío que se elegía como blanco. Además, el método de picado en candela, sobre la cubierta del buque resultó ser bastante más eficaz que el de estrellarse contra el costado del mismo. Por esta razón, los pilotos kamikazes eran inducidos a adoptar el método de picado en candela en cuanto su grado de adiestramiento lo permitía y siempre que las condiciones en que se desarrollaba el ataque fuera favorable.
Para llevar a cabo una misión kamikaze además de conseguir hacer blanco sobre el buque objetivo, era de suma importancia que el piloto supiera montar en su aparato, despegar, situarse en formación y conseguir luego volar siempre entre el violento fuego de los cañones enemigos. Con este fin, los pilotos kamikazes también eran sometidos a un entrenamiento muy riguroso respecto a todo aquello que se refería al embarco, al despegue, al vuelo en formación así como al ataque. En el caso de un despegue a plena carga, era muy importante que el piloto no remontase el vuelo demasiado bruscamente, que maniobrase los mandos con la necesaria lentitud y que se situase a unos 50 m de altura antes de recoger el tren de aterrizaje. Otro importante factor en el momento del despegue era el de alcanzar el conjunto de la formación y mantenerse en fila estrechamente cerrada, de manera que no fuera necesario realizar evoluciones demasiado amplias.
Pilotos japoneses hacen su reverencia en dirección a Tokio antes de su último vuelo
En el portaaviones, el mejor blanco era el elevador principal; seguía luego, en orden de preferencia, el elevador de popa u el de proa. En cuanto a los demás tipos de grandes unidades de guerra, el mejor blanco era la base del puente de mando. Y por lo que hace referencia a los destructores y a otros pequeños buques de guerra y de transporte un impacto en un punto cualquiera, situado en el puente de mando y el centro del navío, resultaba generalmente de gran eficacia. De no haber sido por la falta de número necesario de aparatos, lo ideal hubiera sido enviar contra cada gran portaaviones cuatro aparatos kamikazes; dos contra el elevador principal y los otros dos contras los de popa y proa respectivamente. Así, en teoría, dos o tres ataques se consideraban el número ideal para un portaaviones de escolta. Pero lo cierto era que en la práctica los portaaviones americanos eran demasiados, y los japoneses disponían de muy pocos aparatos para realizar esta tarea. En consecuencia, para obtener al menos un golpe “centrado” y eficaz, contra cada portaaviones se enviaba a un solo aparato: “un avión por cada buque de guerra”.
C. EL CREDO KAMIKAZE
He aquí algunas de las preguntas formuladas por la “Bombardment Investigation Mission” estadounidense después de la guerra, y las respuestas obtenidas de oficiales japoneses supervivientes de la 250ª División Aérea, o sea la División kamikaze. Las preguntas ponen de manifiesto la resistencia de los Aliados a creer que estos ataques fueran ejecutados voluntariamente, y en cambio en cada respuesta japonesa se refleja el estupor del interrogado ante esta incredulidad.
PREGUNTA: La filosofía en la que se funda todo el “credo” de la unidad kamikaze está en completa contradicción con los ideales dominantes en los Estados Unidos, donde nada es más preciso que la vida. Según usted, ¿cómo se explica que las fuerzas japonesas pudieran obligar a tan gran número de pilotos a realizar misiones de ataque suicida de este tipo?
RESPUESTA: La filosofía kamikaze surgió en un periodo muy antiguo de la historia japonesas y en la larga existencia de nuestro país puede hallarse muchos ejemplos de este tipo. La filosofía principal del Japón es el del sacrificio individual por el bien de la patria. Esta filosofía está profundamente arraigada en todos nosotros. En el curso de la guerra en el Pacífico, la situación crítica en la que llegamos a encontrarnos nos indujo a adoptar la idea del ataque kamikaze. Este tipo de ataques, pues, no fue impuesto desde el exterior. El Almirante Ohnishi se dio cuenta simplemente del sentimiento que animaba a los pilotos japoneses particularmente a los más jóvenes, sentimiento nacido de manera total y absolutamente espontanea. En la práctica fue el Almirante quien constituyo las unidades kamikaze, pero mucho antes de que él tomase esta iniciativa, los pilotos de combate ya habían discutido la idea de efectuar ataques kamikazes durante la batalla de Saipán; sin embargo, el Estado Mayor de la Marina no aprobó entonces la idea. Estoy firmemente convencido de que la idea del ataque kamikaze nació y se desarrolló de manera absolutamente espontanea en el ánimo combativo de nuestros más jóvenes pilotos.
PREGUNTA: ¿Qué opina del reclutamiento de los hombres destinados las unidades kamikazes? ¿Eran forzados o voluntarios?
RESPUESTA: Desde el primero al último hombre el reclutamiento fue siempre voluntario. Incluso se dieron los casos en que grupos aéreos completos se ofrecieron para misiones kamikaze, sobre todo al darse cuenta de la difícil situación bélica a que se habían llegado en diversos frentes, por ejemplo en el de las Islas Filipinas.
PREGUNTA: ¿Cómo se realizaba el reclutamiento de voluntarios para las unidades kamikazes en el suelo de la patria?
RESPUESTA: Cuando estuve encargado del reclutamiento de pilotos kamikazes para su adiestramiento en suelo japonés, pude comprobar que, prácticamente, todos los hombres de los diversos grupos aéreos estaban deseosos de participar en aquellas misiones. Algunos de ellos me hicieron llegar expresamente su solemne deseo escrito en sangre, mientras otros me despertaron varias veces por la noche para pedir que les enrolase. A veces, yo mismo me ocupe de seleccionar a los voluntarios, teniendo en cuenta su situación personal o familiar: nunca se aceptó a un piloto que fuera hijo único de una familia. Pues bien, aun así, tras conocer mi decisión por una carta que su único hijo le había escrito, una madre se dirigió a mí suplicándome que lo aceptase. De estos episodios se puede deducir fácilmente hasta qué punto el carácter del reclutamiento era exclusivamente voluntario.
PREGUNTA: Basándose en la mentalidad común de los jóvenes americanos de veinte años de edad, aproximadamente, nos es imposible creer en ninguna de estas afirmaciones. ¿Cómo podrían ustedes aceptar la idea de inmolarse en ataques suicidas de este tipo por la patria o por el emperador sin ninguna probabilidad de sobrevivir? ¿No existía escuela especial para el adoctrinamiento de los jóvenes japoneses destinados a las unidades kamikaze?
RESPUESTA: No existía ninguna escuela especial de este tipo.
PREGUNTA: En vuestra calidad de voluntarios para las unidades kamikaze, ¿cuál era vuestro estado de ánimo?
RESPUESTA: Los graduados teníamos solo un año de instrucción militar; por lo tanto, éramos mas civiles que militares, nos dábamos cuenta de que la situación bélica era muy precaria y estábamos convencidos de que en aquellas circunstancias el sistema de ataque especial era el mejor. Nos enrolábamos, pues, como voluntarios decididos a sacrificar para que el Japón pudiera ganar y para que los más jóvenes de nosotros pudiera estudiar en mejores condiciones.
PREGUNTA: ¿Acaso creíais que los pilotos kamikazes realizaban las misiones a fin de que su espíritu reposara en paz y sus nombres fueran honrado en el altar nacional de Yasukuni? (El altar de Yasukuni está consagrado a la memoria de los caídos en el campo de batalla).
RESPUESTA: No era necesario realizar misiones kamikazes para ser honrado en el altar de Yasukuni, puesto que todo hombre caído en combate, cualquiera que sea su grado o su procedencia, es honrado en este altar. Nunca nos movió una idea semejante. La verdadera razón que nos impulsaba a utilizar este tipo de ataques consistía en la enorme diferencia existente entre el potencial productivos de ambos países y en la carencia de métodos de combate alternativos. Así fue como llegamos a la conclusión de que el mejor método que podríamos adoptar era el de matar miles de hombres con un solo hombres y hundir un buque de guerra con un solo avión.
PREGUNTA: ¿Se celebraba alguna clase de ceremonia antes de cada misión especial? ¿Recibíais instrucciones del almirante? ¿Escribíais a casa o hacíais testamento?.
RESPUESTA: En el sector de Filipinas, al principio, se celebraba un brindis con el almirante. Pero pronto esto resulto imposible, pues a causa de la difícil situación bélica y del gran número de acciones a realizar ya que no quedaba tiempo para ninguna ceremonia. Algunos de nosotros escribíamos a casa y hacíamos testamento, pero lo hacíamos una sola vez, cuando se solicitaba ser enrolado y no antes de partir para la misión kamikaze.
D. GALERÍA FOTOGRÁFICA
Ataque suicida contra el USS Langley el 11 de abril de 1945
Consecuencias del 25 de noviembre 1943 ataque kamikaze contra el USS Essex. Los bomberos y los fragmentos dispersos de los aviones japoneses cubren la cubierta de vuelo. El avión se estrelló contra el borde del puerto de la cubierta de vuelo, el aterrizaje de los aviones alimentados para despegar, causando grandes daños, matando a 15 e hiriendo a 44
Una vista más cercana de los aviones kamikazes japoneses, alcanzado por la artillería antiaéreos y desviándose ligeramente hacia la izquierda momentos antes de estrellarse contra el USS Essex el 25 de noviembre de 1944
Antes de ascender a su avión por última vez, un compañero le coloca en la cabeza una cinta con la bandera nipona
El momento de ofrecimiento del "sake", la bebida tradicional japonesa, antes de su misión mortal
Piloto tokkōtai portando un hachimaki en la cabeza
Piloto Kamikaze Shinichi Ishimaru
D1. Museo Chiran de la Paz de los Pilotos Kamikaze
La base aérea de Chiran, Minamikyushu, Kagoshima, Japón, sirvió de punto de partida para cientos de ataque especial o misiones kamikazes lanzados en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. Un museo dedicado a la paz a los pilotos, el Museo de la Paz Chiran para Pilotos Kamikaze (Chiran Tokko-Heiwa-Kaikan), ahora marca el sitio. En 1975 el museo fue construido para conmemorar la vida de los pilotos y documentar sus esfuerzos patrióticos para la paz. Ampliado en 1986, exhibiciones incluyen cuatro aviones (un Nakajima Ki-43 Hayabusa, Kawasaki Ki-61 Hien, Nakajima Ki-84 Hayate, y un Mitsubishi Zero recuperado del fondo del mar en 1980), cartas, poemas, ensayos, testamentos y otros artefactos, fotografías de los 1.036 pilotos en el orden en el que murieron
Museo Chiran de la Paz de los Pilotos Kamikaze
Pertenencias de un piloto tokkōtai exhibidas en el Museo de la Paz Chiran
E. FUENTES
Crónica Militar y Política de La Segunda Guerra Mundial; Editorial Sarpe; Depósito Legal: M.41.059-1982.
Así fue la Segunda Guerra Mundial; Editorial Noguer S.A.; Año: 1972.
http://www.exordio.com/1939-1945/codex/ ... kaze2.html
http://es.wikipedia.org/wiki/Kamikaze
http://www.eurasia1945.com/protagonista ... kamikazes/
http://www.milistory.net/forum/kamikaze ... 40504.html
http://es.touristlink.com/Jap%C3%B3n/ch ... rview.html
http://bartjapanworld.blogspot.com.es/2 ... urais.html
http://temakel.net/ghkamikazes.htm
http://www.kamikazeimages.net/