En los primeros meses de 1937, el Comité de No-Intervención Internacional, que se había creado en 1936, con el estallido de la Guerra Civil Española (1936-1939), para evitar que las implicaciones en ésta desencadenasen otra guerra mundial, decidió un Plan de Control para España que, para abril de ese año, ya era violado por Mussolini (29 de julio de 1883, Predappio – 28 de abril de 1945, Giulino di Mezzegra), que cedió dos submarinos y cuatro destructores a Franco.
Comenzaban así las relaciones diplomáticas de los sublevados, o nacionales, con el exterior (para mayor inri, las naciones totalitarias europeas más fuertes de la época: Alemania e Italia).
Con el ataque aéreo republicano a los buques alemanes SMS Leipzig y SMS Deutschland, Hitler y Mussolini vieron justificada su entrada en la Guerra Civil.
Ambos dictadores retiraron sus Flotas (Kriegsmarine y Regia Marina, respectivamente) de las Misiones de Control del Comité.
Asimismo, Mussolini comenzó a hundir con submarinos y embarcaciones de superficie los mercantes que abastecían a la República por el Mediterráneo (incluso atacaron a las naves rusas en el Estrecho de Dardanelos).
Sin embargo, sólo se produjeron 20 ataques corsarios, ya que la presión británica, encabezada por su Primer Lord del Almirantazgo, Sir Winston Churchill, forzó a Mussolini a limitar el radio de acción de la Regia Marina al Mar Tirreno, dejando el Mediterráneo a la Flota Conjunta del Comité.
En contraposición, la Unión Soviética y las Brigadas Internacionales Comunistas apoyaron abiertamente a la República.
Durante la guerra, Largo Caballero (15 de octubre de 1869, Madrid – 23 de marzo de 1946, París) vio cómo su Gobierno era excluido del Consejo de la Sociedad de Naciones y comenzaba a ser visto con suspicacia por la Sociedad Internacional.
En abril de 1938, Gran Bretaña legitimó el apoyo marino italiano a Franco, los Voluntarios Internacionales Republicanos se retiraron en otoño y Hitler ganó poder con el Anschluss de los Sudetes austríacos y el Pacto de Munich.
En 1939, Franco comenzó, ante la cercana e inevitable caída de la República, a entablar relaciones diplomáticas con el Foreing Office (Ministerio de Exteriores Británico), llegando Inglaterra a aportar un crucero de la Royal Navy, el HMS Devonshire, para la toma fascista de Menorca.
En marzo de ese año, poco antes del final de la guerra, Franco se adscribió al Pacto Anti-Komintern, que buscaba la lucha contra la Internacional Comunista, suscribió el Pacto de Amistad Hispano-Germana, que le asoció con Hitler y le retiró de la Sociedad de Naciones (“Ese antro podrido de la Democracia”, Diario Das Reich) y entabló relaciones de cooperación con la Santa Sede (“Por el Imperio, hacia Dios”, Dr. Joseph Goebbels).
Simultáneamente, en relación inversamente proporcional, el Gobierno de Juan Negrín (3 de febrero de 1892, Las Palmas de Gran Canaria – 12 de noviembre de 1956, París) perdió sus lazos diplomáticos gradual y dolorosamente.
Con el final de la Guerra Civil Española el 1 de abril de 1939, también finalizó la ayuda internacional a ambos bandos.
Una tasación aproximada de la ayuda recibida a cada contendiente indica que ésta no fue tan dispar como pudiera parecer ante los disímiles ejércitos contendientes: a Franco Italia le prestó, casi desinteresadamente (sólo a cambio de amistad e influencia política), una ayuda valorada en 7.500.000.000 de liras, devueltas íntegramente en 1967 (la ayuda “más importante, delicada, desinteresada y noble”, Serrano Súñer).
En total, Mussolini entregó a Franco unos 450 cazas, 250 bombarderos, 200 carros ligeros, 2.000 cañones, varios submarinos y buques de guerra y 73.000 hombres en calidad de Tropas de Choque.
Alemania, por su parte, procuró a los nacionales 350 aviones, asesores, instructores y adjuntos militares, torpederas, equipos de señalización, la Legión Cóndor (250 aviones y 20.000 soldados) y otros suministros de alta tecnología militar.
Para compensar los ingentes gastos derivados de sus ayudas, Hitler creó varias Compañías Mineras (HISMA, ROWAK, SOFINDUS, etc.), agrupadas en un Trust, MONTANA, que para 1937 había obtenido ya 1.500.000 toneladas de hierro y 1.000.000 de pirita.
Irlandeses, marroquíes y portugueses prestaron también ayuda a Franco.
A la República, Europa le proporcionó las Brigadas Internacionales, que no obtuvieron retribución económica a su labor, sólo ideológica (“Hoy en España, mañana en Italia” “Por vuestra libertad y la nuestra”).
Rusia legó 1.500 aviones, agregados militares de capital potencial (Malinovsky, Zhúkov –ambos futuros Mariscales de Campo-, Rodímtsev –Pablito-, etc.), centenares de carros de increíble calidad, diversos pertrechos militares y 70.000 soldados.
Sin embargo, Stalin (18 de diciembre de 1878, Gori – 5 de marzo de 1953, Moscú) sí que se cobró con creces la ayuda: 510 toneladas de oro republicano (“Oro de Moscú”) tasado en unos 700.000.000 de dólares estadounidenses.
Con la caída de la República, llegaron las represiones contra la oposición e, irremediablemente, el exilio de miles de españoles hacia diferentes países del mundo: Estados Unidos, Francia, Inglaterra, México, etc.
Las “peculiaridades” del Régimen provocaron un aislamiento inicial hacia los países no totalitarios.
Así, Franco sólo mantuvo parcas relaciones diplomáticas con Italia y Alemania.
Sin embargo, estos nexos se vieron incrementados en intensidad con el casi inmediato estallido de la Segunda Guerra Mundial, el 1 de septiembre de 1939, exactamente cinco meses después del final de la Guerra Civil Española.
A mediados de 1940, con el avance alemán a través de Francia, España se declaró neutral ante la Sociedad Internacional.
Sin embargo, Franco no tardó en mutar su posición de neutral a no beligerante. De este modo, pudo manifestar apoyos al Eje.
De este modo, aviones, 18 submarinos y varios buques alemanes repostaron en Bases Españolas, Gibraltar era bombardeado desde bases andaluzas, Italia se valía de las Islas Baleares para aumentar sus fondeaderos, la Gestapo y la Ovra, alemana e italiana respectivamente, adiestraban a la Policía española en métodos represivos dignos de un Régimen totalitario.
Asimismo, Tánger fue ocupada y “españolizada” por Franco, que permitió la presencia de la GESTAPO en todo el Protectorado de Marruecos.
Al mismo tiempo, Ramón Serrano Súñer (23 de septiembre de 1901, Cartagena – 1 de septiembre de 2003, Madrid), Ministro de Exteriores, Dionisio Ridruejo (12 de octubre de 1912, Burgo de Osma – 29 de junio de 1975, Madrid), Jefe Nacional de Propaganda, Antonio Tovar (17 de mayo d 1911, Valladolid – 13 de diciembre de 1984, Madrid), Jefe de Radio Nacional de España, y otros jerarcas del Régimen viajaron a Berlín para negociar la intervención española en la Operación Félix alemana, que planeaba la toma de Gibraltar.
En junio de ese mismo año, Juan Vigón, general, fue enviado por Franco a Berlín.
Allí, el general Vigón debía manifestar a Hitler la posibilidad de una España, de poder militar nimio en aquella época, beligerante, siempre que Alemania la ayudase a tomar todo Marruecos, el Sáhara, Argelia y Guinea (“Nos conviene estar dentro, pero no precipitarnos”, Francisco Franco).
Sin embargo, el Führer veía a España como una nación pequeña y voluble, con deseos de expansionismo imperialista insignificantes, por lo que no accedió a las peticiones de Vigón y Franco.
Es más, solicitó la creación de bases alemanas en las Islas Canarias.
Pese al desprecio demostrado por Hitler hacia España, Franco quedó totalmente al servicio y bajo órdenes de Hitler, que lo tomó como pupilo, aunque sin demasiado interés.
Prueba de ello es que el Duque de Alba, Embajador español en Londres, transmitía los despachos de la Embajada a Súñer, que se los entregaba a la Abwehr alemana.
Por su parte, Gran Bretaña intentó evitar por todos los medios que Franco dejase de lado su neutralidad para aliarse con Hitler.
Si esto ocurría y Gibraltar y Portugal eran invadidas, Inglaterra perdería la capacidad de navegar por el Mediterráneo y sus posiciones en Malta y Egipto quedarían a merced del Eje.
Ante los infructuosos esfuerzos de la Embajada británica en Madrid, que incluso compró el favor de generales españoles de corte monárquico, Churchill llegó plantearse la toma de parte o totalidad de España.
El 23 de octubre de 1940, Franco y Hitler se reunieron en el Erika, el tren personal de Hitler, estacionado en Hendaya, para negociar la entrada en la guerra de España.
En febrero de 1941, tras desecharse con certeza la ayuda alemana a España, Súñer y Franco se reunieron con el Duce en la localidad italiana de Bordighera.
Sin embargo, Mussolini, poco avezado en materia bélica, consideraba que Hitler, amo de tres cuartas partes de Europa, tenía ya ganada la Segunda Guerra Mundial, por lo que no accedió a ninguna de las peticiones de Franco.
Ni siquiera le tomó en serio (“¿Cómo se puede enviar a la guerra a un país que tiene pan para una semana?”, Benito Mussolini).
Para ese año de 1941, Alemania se limitó a emplear a Franco y su débil nación como muro defensivo ante una posible ofensiva británica sobre el Sur de Francia, a través de Gibraltar y España.
En junio, con el inicio de la Unternehmen Barbarossa (Operación Barbarroja) alemana contra Stalin, Franco, por recomendación de Súñer, envió una proposición oficial a Berlín que planteaba la posibilidad de que España enviase a un grupo de voluntarios para combatir en Rusia.
Ante la aceptación alemana, 18.000 españoles, al mando del general Agustín Muñoz Grandes (27 de enero de 1896, Carabanchel – 11 de julio de 1970, Madrid) se encaminaron a Alemania.
Entre 1942 y 1943, ante el riesgo inminente de un ataque Aliado a través de España desde África, Hitler accedió con reticencias a proporcionar armas a Franco que, a cambio, debería defenderse sólo de los Aliados en caso de que éstos atacasen España.
A pesar de esto, y del constante comercio hispano-italo-germano, que se daba desde 1940, Franco se esforzó en aparentar ser ajeno al conflicto: neutral y no beligerante.
Cuando Italia se colapsó y cayó en manos de los Aliados, siendo depuesto Mussolini y encerrado en el Hotel Gran Sasso, Franco ordenó que se congelasen las relaciones con ese país, a fin de alejarse de la “manzana podrida” del cesto.
Sin embargo, España continuó ayudando a los afines a Mussolini, huidos de Italia.
Entretanto, Francisco Gómez-Jordana (1876, Madrid – 3 de agosto de 1944, San Sebastián) estableció relaciones amistosas con los países hispanos de Latinoamérica.
En 1945, El Eje cayó bajo el puño Aliado, y Franco quedó a la espera de unas nada amistosas y halagüeñas relaciones diplomáticas con los vencedores, de sobra conocedores de sus tratos con los vencidos.
De hecho, España mantenía unas pésimas relaciones con Estados Unidos, a raíz del favor demostrado por Franco hacia el Gobierno pro-japonés de Filipinas, enemigo de Norteamérica (Incidente Laurel).
Por su parte, Churchill también despreciaba al Régimen franquista.
A partir de la derrota del Eje, Franco cortó relaciones con Alemania, Japón e Italia, comenzó a estrechar lazos con el Papa y la Iglesia, comenzó un “lavado de cara” del Régimen, sólo de puertas afuera, y se lanzó a una carrera de adulación a los Estados Unidos, con el fin de obtener su “perdón” por la implicación española en la guerra, a favor del Eje.
Quedó España de este modo, y durante un breve espacio de tiempo, aislada de los vencedores y, por tanto, del mundo.
Durante este período, las relaciones internacionales españolas fueron pésimas. Y es que ya en 1945, durante las Conferencias de Postdam y San Francisco, por proposición del delegado mexicano en ésta última, España, como país afín al Eje, fue excluido de la recién nacida Organización de las Naciones Unidas (ONU).
En 1946, ante un empeoramiento de las relaciones diplomáticas españolas, Panamá solicitó a las Naciones Unidas que ajustasen sus relaciones con Franco a lo dispuesto en las ya mencionadas Postdam y San Francisco.
Así, Francia cerró su frontera pirenaica con España y, junto a Estados Unidos y Gran Bretaña, hizo una Declaración que mostraba su deseo de que España evolucionase y cambiase su política, tanto interna como externa.
Polonia, bajo influencia y tutela de la Unión Soviética, expresó su temor por la continuidad de la Paz Mundial en el caso de que Regímenes como el de Franco continuasen existiendo.
A continuación, en diciembre de ese año, tras unos largos trámites, España fue expulsada de todos los Organismos Internacionales, quedando aislada diplomáticamente al ser llamados de vuelta todos los embajadores extranjeros en Madrid, quedando sólo el suizo (en un alarde de la tan cacareada neutralidad de este país), el Nuncio Papal (el Vaticano mantenía estrechas y muy buenas relaciones con España, país radicalmente católico), y el Delegado Portugués (país también totalitario que no cesó sus relaciones con España.
De hecho, entre 1945 y 1957, Franco y António de Oliveira Salazar (28 de abril de 1889, Vimieiro – 27 de julio de 1970, Lisboa), el dictador portugués, se reunieron hasta cinco veces.
Sin embargo, España vio un haz de luz gracias a la división, cada vez más factible, de los vencedores en dos Bloques: Occidental/Democrático, dirigido por Estados Unidos, y el Oriental/Comunista, dirigido por Rusia, país que intentó evitar la alineación franquista a los occidentales, mediante una reunión en 1947.
Ya entre 1947 y 1948, Francia y Gran Bretaña estrecharon lazos con España, firmando acuerdos comerciales y diplomáticos.
También fue 1947 el año que sirvió a España para enlazar relaciones con Estados Unidos: el Departamento de Defensa había estimado que, en 50 ó 60 días, Rusia llegaría a los Pirineos en una Ofensiva Militar sobre Europa.
Esto provocó que España comenzase a ser vista con otros ojos: sería un perfecto bastión de defensa más para detener a la URSS.
En 1949, las Cámaras americanas comenzaron a aprobar ayudas de todo tipo para España, pero todas ellas fueron vetadas por el Presidente, Harry S. Truman (8 de mayo de 1884, Missouri – 26 de diciembre de 1972, Missouri), que no permitió la llegada de ayudas hasta 1951, finalizando totalmente el ostracismo internacional que había padecido España desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Con el inicio de la Guerra Fría, los intereses del omnipotente Estados Unidos en Europa se acrecentaron. Contando ya con Italia, Gran Bretaña, Francia y la Alemania Occidental, sólo quedaba España para crear una coalición anti-comunista en el viejo continente que lograse frenar a Rusia en el caso de un hipotético ataque.
Así, Truman, como ya se ha dicho, terminó por aceptar las ayudas a España.
Al mismo tiempo, remitieron los vetos internacionales a España, que volvió a los Organismos Internacionales, tales como la Food and Agriculture Organization (Organización de Alimentación y Agricultura, FAO), la Organización Internacional de la Aviación Civil (ambas en 1951) y, en 1952, la United Nations Educational Scientific and Cultural Organization (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO).
En 1955, ingresó en la Organización de las Naciones Unidas.
En 1953, se firmó un Concordato con el Vaticano que consolidaba el papel de la Religión Católica en la Sociedad Española.
El Almirante Sherman, estadounidense, visitó en julio de 1951 España, con la intención de negociar la cesión de territorio español a Estados Unidos para la instalación de bases militares para la defensa contra la URSS.
Se firmaron tres acuerdos o agreemnts en 1952, relativos a las ayudas militares y económicas entre ambos países (“En su origen militares, con derivaciones políticas y, en definitiva, de contenido económico”, Francisco Franco).
Estos acuerdos previeron la construcción y empleo en régimen conjunto de cuatro Bases Militares durante un período renovable de una década.
Rota, Torrejón de Ardoz, Zaragoza y Morón fueron los emplazamientos elegidos.
6.700 americanos ocuparon las bases. En total, 15.000 personas, entre militares y civiles, habitaron las bases en 1958.
En Rota se proporcionaba refugio y reportaje a los submarinos nucleares occidentales y, al igual que en el resto de bases, los movimientos americanos no podían ser controlados por España que, sin embargo, tenía que mantenerlas con su capital.
Esta alianza cambió el parecer de los estadounidenses con respecto a Franco, ya que “pasó a ser, de tremendamente impopular, a simplemente poco popular. (2)”
Con el objetivo de abrir la posibilidad de la reinserción de España en la política internacional, el por entonces Presidente Eisenhower visitó España el día 21 de diciembre de 1959 y se entrevistó con Franco, manteniendo un ambiente cordial.
En 1962, llegó el momento de renegociar el renovar los Tratados hispano-norteamericanos.
Sin embargo, también llegaron los problemas y las fricciones: España comenzó a ser consciente de que el peligro de un ataque nuclear sobre las Bases conjuntas, lo que amenazaba seriamente la integridad de los núcleos urbanos cercanos.
En compensación por este riesgo, Eisenhower renovó el material de guerra español con suministros ya anticuados del Ejército norteamericano, que resultaron innovadores para el español, por valor de 456.000.000 de dólares.
Además, España recibió significativas ayudas económicas. Finalmente, los Tratados se renovaron en 1963.
España recibió un obsequio de Estados Unidos, un portaaviones, insignificante pieza para la United States Army, pero gran adquisición para el Ejército español, anticuado y mal pertrechado.
Francia permaneció más pasiva y reticente a relacionarse con la España de Franco.
En África, España otorgó la independencia a Marruecos en 1956, que quedó regida por el rey Mohamed V, que visitó a Franco en 1956.
En materia comercial, España declaró la libertad de comercio, circulación y precio en 1952, se aumentaron las exportaciones e importaciones, ingresó en la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE) en 1955, entró en la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y en el Fondo Monetario Internacional en 1958, tuvo representación diplomática en el Mercado Común desde 1960, ingresando de manera oficial en 1962.
En 1959, tras el triunfo de la Revolución cubana de Fidel Castro, con la llegada de las represiones violentas comunistas hacia el clero, de mayoría española, Franco cortó relaciones con Cuba y participó en el Bloqueo estadounidense a la isla.
Entre 1966 y 1975, el número de turistas extranjeros que visitaron España creció de 17.000.000 a 24.000.000, la mayoría de ellos franceses (9.000.000), alemanes (2.000.000) o ingleses (2.500.000).
Gracias al turismo, esencialmente de costa, estival y de clase media, se logró equilibrar la balanza de pagos española, hasta entonces deficitaria, y se incrementó la producción industrial y la “terciarización” de la población española, que vio cómo sus hábitos de vida cambiaban al entrar en contacto con culturas hasta entonces casi desconocidas.
Además, las inversiones extranjeras en España se incrementaron en un 50%, yendo el 20% del total al desarrollo industrial, sobretodo de la industria química, que pudo llevarse a cabo gracias a este capital extranjero, primordialmente norteamericano (40% del total), aunque también suizo (20%), alemán (11%), francés (6%) y británico (5%).
En cuanto a la emigración de españoles al extranjero, aumentó considerablemente, llegando a los 200.000 (1964), 100.000 (1967-1968).
En total, entre 1960 y 1973, hubo un total de 1.000.000 de salidas al extranjero.
El 93% de las cuáles iban a Europa, donde los españoles buscaban un mejor provenir.
Sin embargo, este éxodo masivo de remesas de emigrantes españoles ayudó a Franco a duplicar los ingresos que obtenía con la exportación de, por ejemplo, frutas cítricas.
Además, fomentó la capitalización y la profesionalización de la sociedad española, mejorando los salarios en el mundo rural.
Durante esta última etapa del franquismo, desde 1965 hasta 1975, la política estuvo marcada por los disturbios y los problemas de orden público, la división de la clase política, proliferándose los líderes antagonistas, parálisis en la resolución de los problemas y una carencia de rumbo claro a seguir.
Y es que Franco estaba en una penosa condición física y mental por aquella época, a sus 75 años, ya no era capaz de recibir a dignatarios extranjeros de un modo correcto, sino que “apenas si musitaba unas palabras, que a menudo ni siquiera se referían a aquello de lo que se hablaba” (3).
Uno de los incidentes con el exterior más sonados fue la caída, desde un avión, de una bomba estadounidense en Palomares, Almería, en 1966.
Aún así, Estados Unidos rehusó complacer a los españoles, y se limitó a cambiar las Bases de Utilización Conjunta por “facilidades concedidas en bases españolas” (4), persistiendo el trato desigual.
En Europa, el Régimen fue prácticamente asimilado por Francia, Alemania e Inglaterra.
Sin embargo, Bélgica, Holanda Luxemburgo y los países del norte no llegaron a aceptar nunca el Régimen.
Esto provocó fuertes reticencias y dificultades a la hora de ingresar España en el Consejo de Europa y el Parlamento Europeo.
En 1970, la asociación española con el Mercado Común se consolidó tras largas negociaciones, siendo reconocida como “país mediterráneo” y aumentando las exportaciones al Mercado Común en un 30%.
En septiembre de 1975, tras unas ejecuciones envueltas de polémica (5), Franco vio peligrar la situación española hacia el extranjero, ya que era posible que se repitiese la situación de ostracismo internacional sufrida entre 1945 y 1951.
Además, para colmo de males, las relaciones del Vaticano con Franco habían empeorado seriamente (“La posición de Roma es una puñalada contra mí” Francisco Fracnco) por lo que ni siquiera se podía esperar el apoyo de la Santa Sede, como ocurrió en 1945.
Y es que las discrepancias entre la Iglesia y el Régimen fueron muy grandes entre 1960 y 1975, a falta de un Concordato que regulase el nombramiento de los obispos, hasta entonces dejado en manos de Franco para los cargos eclesiásticos españoles, y que ahora reclamaba el Vaticano.
A pesar de las continuas reuniones entre el Papa Pablo VI y Casaroli, su Nuncio en España, con Gregorio López Bravo de Castro (29 de diciembre de 1923, Madrid – 19 de febrero de 1985, Bilbao) y Laureano López Rodó (18 de noviembre de 1920, Barcelona – 11 de marzo de 2000, Madrid), ambos Ministros de Exteriores, el segundo sucesor del primero.
Finalmente, en 1974, Roma detuvo sus cambios, mejorándose así las relaciones con el Vaticano.
Un área poco conocida de la diplomacia española durante el Régimen de Franco fue Europa del Este, con la que se mantenían relaciones desde 1940. De hecho, en 1961, Nikita Sergueriévich Jrushchov (17 de abril de 1894, Kalínovka – 11 de septiembre de 1971, Moscú), Primer Ministro de la Unión Soviética desde 1953 a 1964, envió una carta a Franco en señal de reconocimiento tácito al Régimen, recién nacido por aquel entonces.
Además, la Alemania Democrática vio instalarse la primera Embajada Española en Europa del Este desde la creación del Régimen, en 1939.
Otro percance diplomático español fue el conflicto de Gibraltar.
A comienzos de 1960 se iniciaron conversaciones diplomáticas entre Inglaterra y España para poner fin al conflicto.
Sin embargo, ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo, Franco recurrió a las Naciones Unidas, que en 1964 propuso el inicio de conversaciones para negociar un acuerdo.
Mas, el distanciamiento entre ambas naciones, impidió que las negociaciones llegasen a buen término.
Así, en 1966, Franco cortó los contactos por tierra con el Peñón y en 1969, hizo lo mismo por mar, al mismo tiempo que elevaba quejas por la intromisión de aparatos ingleses en espacio aéreo español.
Sin embargo, en 1967, la población gibraltareña se mostró, mediante un plebiscito, a favor de continuar vinculada a la metrópoli británica.
El culmen de la tensión llegó con la propuesta de Fernando María Castiella (1907, Bilbaro – 1976, Madird), Ministro de Asuntos Exteriores del Régimen, de cerrar el tránsito aéreo del aeropuerto de Gibraltar por medio de globos cautivos.
La propuesta no caló, y no llegó a llevarse a cabo.
En 1973, se planteó la construcción de un aeropuerto español junto al inglés de Gibraltar, pero la idea no prosperó, dado el fallecimiento, en 1975, del dictador.