
Bien lo explica la escritora rusa Svetlana Alexievich en su libro La Guerra no tiene rostro de mujer: "Todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la «voz masculina». Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones «masculinas». De las palabras «masculinas». Las mujeres mientras tanto guardan silencio".
Por eso Kamikaze es la primera palabra que salta a mí cabeza cuando pienso en el Ejército Imperial Japonés durante la Segunda Guerra Mundial, aquellos pilotos suicidas que estrellaban sus aviones contra los objetivos aliados. Su devoción por el Emperador Hirohito valía más que su vida.
Pero poco sabemos de las mujeres de solaz, eufemismo utilizado para denominar a las 200.000 esclavas sexuales que trabajaron sin descanso en los prostíbulos que instalaban los japoneses para mantener en alto la moral de sus tropas.
Una de esas mujeres se llamó Kimiko Kaneda y nació en Tokio el 22 de octubre de 1921, de padre coreano y madre japonesa. Creció en Corea con su familia paterna y a los 16 años fue enviada a Seúl para trabajar como empleada doméstica con una familia japonesa, que la trasladó engañada hasta la localidad china de Zaoqiang.
Allí fue obligada a trabajar como "mujer de solaz" para el ejército japonés. Golpes, muñecas fracturadas, un herida de arma blanca, una histerectomía por una enfermedad venérea fueron algunos de los daños físicos que sufrió Kimiko en los prostíbulos.
El dolor emocional la empujó a la adicción al opio hasta que los derrotados japoneses le permitieron regresar a Corea al finalizar la guerra en 1945. Murió sin haber recibido una disculpa formal de Japón el 27 de enero de 2005.
Kimiko a los 16
"¿Cómo me sentí? Como si me hubiera llevado allí para matarme. Lo único que podía era sollozar. Nadie hablaba. Todas llorábamos. Esa noche dormimos allí y en la mañana nos pusieron en esos cuartos. Unos soldados entraron a mi habitación pero yo me resistí con todas mis fuerzas. El primer soldado no estaba borracho y cuando quiso quitarme la ropa, grité "No" y se fue. El segundo soldado estaba borracho. Me mostraba un cuchillo y me amenazó con matarme si no hacía lo que él quería. Pero no me importaba morir, así que al final me apuñaló aquí. (Señalando el pecho)”.
El testimonio de Kimiko fue publicado completo en el Museo Digital sobre las Mujeres de Solaz del Asian Women Fund destinado a dar visibilidad al sufrimiento de las mujeres asiáticas durante la guerra.

"El soldado me atacó cuando no hice lo que dijo, me agarró por las muñecas y me lanzó fuera del cuarto. Mis muñecas estaban rotas y aún están muy débiles. Aquí estaban partidas. Aquí no hay hueso. El soldado me pateó aquí, me arrancó la piel...podías ver el hueso..."
"(En la estación de consuelo en Shijiazhuang) Cuando los soldados regresaban de los campos de batalla, hasta 20 hombres venían a mi habitación cada mañana. Por eso tuve que tener una histerectomía cuando era veinteañera. Ellos acorralaban a las niñas pequeñas en las escuelas. Sus genitales aún no estaban desarrollados así que se desgarraban y se infectaban. No había medicinas excepto algo para evitar enfermedades de transmisión sexual y mercuriocromo. Se enfermaban, sus heridas desarrollaban sepsis pero no había tratamiento."
Fuente: https://es-us.noticias.yahoo.com/mujere ... 26726.html