Carlos Sentís, el periodista de ABC que experimentó "la locura" de Dachau
Publicado: 25 09 2013 01:39
Fue uno de los primeros enviados del mundo en entrar en el campo de concentración en el momento de su liberación, cuando aún había miles de cadáveres apilados y prisioneros moribundos

Imagen de un prisionero ruso de 18 años, en el momento de su liberación
"En el vasto mundo anglosajón hay una cosa que impresiona más que el final de la guerra en sí: el de los campos de concentración alemanes". El que así se expresaba era Carlos Sentís, enviado especial del diario que, cuando la IIGM vivía sus últimos episodios, se convirtió en uno de los primeros periodistas del mundo en visitar Dachau, cuando aún se hacinaban miles de prisioneros moribundos.
El campo de exterminio, en las afueras de Múnich, fue liberado el 29 de abril de 1945 por la 20ª división blindada y la 45ª división de infantería del 7º Ejército. tan sólo 15 días después, cuando todavía quedaban 32.000 detenidos, ABC publicaba un reportaje contando las vivencias del periodista tras visitar aquel infierno. La mayoría de ellos, eran polacos ¨con trajes rayados de presidiarios, pelados y tenían idénticos ojos inmensos en el fondo de su órbita¨. ¨Conforme avanzamos -proseguía- parece que vamos a entrar en una exposición o una feria de muestras, las muestras que hay cerca de la entrada veré después que son las mejores, porque por lo menos, pueden andar sin arrastrarse y no son contagiosos como otros que se hallan en pabellones cerrados, de los cuales, a pesar de morirse día a día, y después de una semana de la entrada de los americanos, todavía no pueden salir.
El campo de exterminio, en las afueras de Múnich, fue liberado el 29 de abril de 1945 por la 20ª división blindada y la 45ª división de infantería del 7º Ejército. tan sólo 15 días después, cuando todavía quedaban 32.000 detenidos, ABC publicaba un reportaje contando las vivencias del periodista tras visitar aquel infierno. La mayoría de ellos, eran polacos ¨con trajes rayados de presidiarios, pelados y tenían idénticos ojos inmensos en el fondo de su órbita¨. ¨Conforme avanzamos -proseguía- parece que vamos a entrar en una exposición o una feria de muestras, las muestras que hay cerca de la entrada veré después que son las mejores, porque por lo menos, pueden andar sin arrastrarse y no son contagiosos como otros que se hallan en pabellones cerrados, de los cuales, a pesar de morirse día a día, y después de una semana de la entrada de los americanos, todavía no pueden salir.

"A pesar de que los americanos han hecho una limpieza minuciosa -explica el periodista-, huele todo espantosamente, basuras y toda clase de porquerías quemándose en rincones apartados del campo no hacen más que enrarecer el ambiente".
"Todo eso no es lo importante. Ahora entraremos en el pabellón de los incomunicados", le comentó a Sentís uno de los oficiales estadounidenses. En uno de aquellos pabellones, exclusivamente de judíos, "un chico con cara de pillo me sonríe y, muy divertido, me señala algo que se halla en el suelo, entre dos literas. Voy allí para mirarlo, es un cadáver reciente, el niño pillete se ríe a carcajadas al ver mi expresión".
Huesos vivientes recubiertos de piel
Aquel cadáver, allí abandonado entre los vivos, no era más que uno de los 30.000 prisioneros que fueron allí asesinados, según las estadísticas, a los que habría que sumar otros miles que murieron víctimas de las pésimas condiciones de vida a las que estuvieron sometidos.
"En el campo, donde son detenidos políticos, hay tifus, disentería y otras enfermedades, con docenas de cadáveres insepultos, de los 2.000 que encontraron los americanos al llegar", cuenta el redactor, antes de describir como colocaron a todos los periodistas en fila al entrar en las instalaciones, para echarles grandes cantidades de polvos desinfectantes DDT y ponerles una inyección del mismo producto.
"¡La locura!", exclamó Sentís cuando los oficiales americanos lo llevaron al crematorio, donde pudo observar hasta 2.000 cadáveres apilados en las cámaras de gas o encerrados en 30 vagones del tren, donde habían ido muriendo como moscas, que no habían podido ser incinerados.
"Yo sólo he visto uno, el de Dachau, en las afueras de Múnich, casi el último caído en manos del ejército americano, visitándolo pasé un rato horroroso, ahora, sobre el limpio papel donde escribo, no lo paso mucho mejor", concluía el periodista.
Fuente de la noticia"Todo eso no es lo importante. Ahora entraremos en el pabellón de los incomunicados", le comentó a Sentís uno de los oficiales estadounidenses. En uno de aquellos pabellones, exclusivamente de judíos, "un chico con cara de pillo me sonríe y, muy divertido, me señala algo que se halla en el suelo, entre dos literas. Voy allí para mirarlo, es un cadáver reciente, el niño pillete se ríe a carcajadas al ver mi expresión".
Huesos vivientes recubiertos de piel
Aquel cadáver, allí abandonado entre los vivos, no era más que uno de los 30.000 prisioneros que fueron allí asesinados, según las estadísticas, a los que habría que sumar otros miles que murieron víctimas de las pésimas condiciones de vida a las que estuvieron sometidos.
"En el campo, donde son detenidos políticos, hay tifus, disentería y otras enfermedades, con docenas de cadáveres insepultos, de los 2.000 que encontraron los americanos al llegar", cuenta el redactor, antes de describir como colocaron a todos los periodistas en fila al entrar en las instalaciones, para echarles grandes cantidades de polvos desinfectantes DDT y ponerles una inyección del mismo producto.
"¡La locura!", exclamó Sentís cuando los oficiales americanos lo llevaron al crematorio, donde pudo observar hasta 2.000 cadáveres apilados en las cámaras de gas o encerrados en 30 vagones del tren, donde habían ido muriendo como moscas, que no habían podido ser incinerados.
"Yo sólo he visto uno, el de Dachau, en las afueras de Múnich, casi el último caído en manos del ejército americano, visitándolo pasé un rato horroroso, ahora, sobre el limpio papel donde escribo, no lo paso mucho mejor", concluía el periodista.