Pilotos Kamikazes Japoneses
Publicado: 01 04 2015 14:10
Pilotos Kamikaze Japoneses
El cabo Yukio Araki, sosteniendo un cachorro, no vivirá para ver el día después. Morirá en un ataque kamikaze con 17 años. Japón, 26 de mayo de 1945

El término Kamikaze (Viento Divino) fue utilizado originalmente por los traductores estadounidenses para referirse a los ataques suicidas efectuados por pilotos de una unidad especial perteneciente a la Armada Imperial Japonesa contra embarcaciones de la flota de los Aliados a finales de la Segunda Guerra Mundial.
- HISTORIA
- ENTRENAMIENTO
- EL CREDO KAMIKAZE
- GALERÍA FOTOGRÁFICA
D1. Museo Chiran de la Paz de los Pilotos Kamikaze - FUENTES
A. HISTORIA
La palabra “Kamikaze” significa originariamente “Viento Divino”. En la colorista mística sugerida por los símbolos del Shintoismo, el piloto que se mataba estrellándose contra el objetivo con su avión cargado de explosivos, ganándose un lugar en el paraíso de los héroes y en la veneración de la posteridad, quería ser un instrumento dócil y terrible en las manos de la divinidad, y actuar como su rayo destructor. Desde el punto de vista ético, resulta difícil a los occidentales comprender una filosofía que exalta hasta tal punto a jóvenes inocentes que los convertía en fanáticos capaces de aceptar voluntariamente la muerte.
La incomprensión occidental se manifestó pronto, desde la primera aparición de los kamikazes en la batalla naval entre la Escuadra del Almirante Kurita y la del Almirante Sprague en las aguas frente a Samar. Aquella mañana, un Zero se arrojó contra el portaaviones de escolta USS Santee y otro contra el USS Suwanee. Ambos portaaviones-jeeps, como eran familiarmente llamados, quedaron gravemente dañados, aunque pudieron volver al mar poco tiempo después. “Sin embargo (escribió John Toland), todos los que habían visto a aquellos pilotos japoneses lanzarse con sus aparatos con tanto fanatismo quedaron impresionados por la experiencia durante largo tiempo”. Y aquello no era más que el inicio de una aventura que tendría dramáticos desarrollo.
La incomprensión occidental se manifestó pronto, desde la primera aparición de los kamikazes en la batalla naval entre la Escuadra del Almirante Kurita y la del Almirante Sprague en las aguas frente a Samar. Aquella mañana, un Zero se arrojó contra el portaaviones de escolta USS Santee y otro contra el USS Suwanee. Ambos portaaviones-jeeps, como eran familiarmente llamados, quedaron gravemente dañados, aunque pudieron volver al mar poco tiempo después. “Sin embargo (escribió John Toland), todos los que habían visto a aquellos pilotos japoneses lanzarse con sus aparatos con tanto fanatismo quedaron impresionados por la experiencia durante largo tiempo”. Y aquello no era más que el inicio de una aventura que tendría dramáticos desarrollo.

Los marinos americanos comprendieron casi de pronto que tenía ante ellos una nueva arma o, al menos, un nuevo modo de combatir. En el transcurso de la Batalla Naval del Mar de Samar, un Zero roció de ráfagas de ametralladoras el puente de mando del USS Kitkum Bay, y luego, en vez de desviarse, continúo en picado, yendo a estrellarse contra pasadizo de cubierta de la izquierda, donde exploto con un estruendo horrible, y luego cayó al mar. Pocos minutos después algo semejante iba a suceder el USS Fanshaw Bay. Los hombres de las baterías antiaéreas vieron venir de frente a dos Zeros. Parecían dos proyectiles lanzados contra el costado del portaaviones, y ni siquiera la barrera de fuego cruzado habrían sido capaces de detener su carrera, pero de pronto chocaron ligeramente entre si y estallaron en una sola llamarada. Enmudecieron, los servidores americanos se miraron, secándose el sudor frío que cubría sus frentes.
Menos afortunados fueron los del USS Saint-Lô, porqué allí un Zero que dejaba tras de sí una estela de humo negro apuntando certeramente hacia la pista de vuelo como si pretendiera posarse, pero de pronto se encabritó y prefirió estrellarse sobre ella antes de que los hombres se dieran cuenta de las intenciones del piloto. Fue un golpe, por así decirlo, afortunado. Exactamente lo que los creadores de los pilotos suicidas pensaban cuando habían empezado a entrenar a los Kamikazes, porque las llamas se extendieron rápidamente al hangar inferior y luego a las bodegas. El vientre del navío fue sacudido por las violentas explosiones, y los supervivientes recibieron orden de lanzarse al mar. Lo hicieron justo a tiempo para ver hundirse al USS Saint-Lô. Los náufragos se mostraron de acuerdo en denominar al piloto que había provocado la pérdida del USS Saint-Lô un “Devil Diver”, un diablo en picado. No conocían aunque no se trataba de un caso aislado, sino un verdadero destacamento de fanáticos.
Menos afortunados fueron los del USS Saint-Lô, porqué allí un Zero que dejaba tras de sí una estela de humo negro apuntando certeramente hacia la pista de vuelo como si pretendiera posarse, pero de pronto se encabritó y prefirió estrellarse sobre ella antes de que los hombres se dieran cuenta de las intenciones del piloto. Fue un golpe, por así decirlo, afortunado. Exactamente lo que los creadores de los pilotos suicidas pensaban cuando habían empezado a entrenar a los Kamikazes, porque las llamas se extendieron rápidamente al hangar inferior y luego a las bodegas. El vientre del navío fue sacudido por las violentas explosiones, y los supervivientes recibieron orden de lanzarse al mar. Lo hicieron justo a tiempo para ver hundirse al USS Saint-Lô. Los náufragos se mostraron de acuerdo en denominar al piloto que había provocado la pérdida del USS Saint-Lô un “Devil Diver”, un diablo en picado. No conocían aunque no se trataba de un caso aislado, sino un verdadero destacamento de fanáticos.

Al final de la guerra se constituyó una comisión de investigación americana (Bombardment Investigation Mission), que interrogó a todos los oficiales supervivientes de la división Kamikaze a fin de comprobar si los pilotos suicidas habían sido obligado a realizar sus ataques. El resultado fue sorprendente. Nadie obliga a los pilotos nipones a suicidarse. El cuerpo de los kamikazes surgió simplemente con el fin de interpretar la aspiración de los pilotos que deseaban hacer fuera de lo ordinario. Después de las graves derrotas de Midway, Guadalcanal, las Islas Salomón, las Islas Gilbert y Marshall, y más recientemente, la Batalla de las Marianas, una peligrosa psicosis de derrota se infiltraba en los ánimos de la mayor parte de los japoneses en 1944, incluso de los más belicosos. Los continuos reveses, la hecatombe de hombres, las masivas pérdidas de material, daban origen a reacciones diferentes. Unos perdieron la fe en la victoria final, pero otros sintieron la necesidad de entregarse a acciones devastadoras, en una oleada punitiva contra el enemigo americano, a fin de destruirle el mayor número posible de hombres e instalaciones.
La masa de material de que disponían los americanos, su insospechada combatividad y su indiscutible superioridad técnica, que en la práctica anulaba todos los intentos japoneses de remediar una situación inevitablemente comprometida, indujeron a algunos japoneses a concebir nuevas fórmulas de acción. Estos hombres acabaron de recordar ciertas gestas desesperadas realizadas varios meses antes por algunos aviadores japoneses que, deliberadamente o a consecuencia de averías mecánicas, se habían lanzado sobre navíos americanos causandoles considerables daños. Tales actos de heroísmo que estos hombres analizaban fríamente, dejaban entrever una realidad cruda pero concreta: un solo hombres, con un solo avión, podía destruir un gran navío enemigo. Esta extraordinaria eficacia, comparada con las incursiones tradicionales, que eran ineficaces y sangrientas, no podía dejar de influenciar muchísimo el ánimo de numerosos japoneses que se habían encontrado en el contexto militar.
La masa de material de que disponían los americanos, su insospechada combatividad y su indiscutible superioridad técnica, que en la práctica anulaba todos los intentos japoneses de remediar una situación inevitablemente comprometida, indujeron a algunos japoneses a concebir nuevas fórmulas de acción. Estos hombres acabaron de recordar ciertas gestas desesperadas realizadas varios meses antes por algunos aviadores japoneses que, deliberadamente o a consecuencia de averías mecánicas, se habían lanzado sobre navíos americanos causandoles considerables daños. Tales actos de heroísmo que estos hombres analizaban fríamente, dejaban entrever una realidad cruda pero concreta: un solo hombres, con un solo avión, podía destruir un gran navío enemigo. Esta extraordinaria eficacia, comparada con las incursiones tradicionales, que eran ineficaces y sangrientas, no podía dejar de influenciar muchísimo el ánimo de numerosos japoneses que se habían encontrado en el contexto militar.

No obstante todo esto, y en contra de cuanto se pudiera pensar, los primeros aviadores nipones que a título individual realizaron estas acciones decisivas no fueron elogiadas, y su gesta quedó como un episodio cualquiera, casi ignorado, conocido solo por los compañeros de escuadra del héroe. Ninguna mención, ninguna condecoración póstuma los enardecía, y las altas esferas quedaron insensibles al alcance táctico de la nueva fórmula de ataque. A finales de 1943 y comienzos de 1944, nada modificada, aparentemente, tal estado de cosas, y la idea quedó sumida en el fondo de algunas conciencias. En realidad el comienzo fue una larga gestión del espíritu, y no un llamamiento en masa como se estaría inclinado a creer. Los más exaltados hablaban entre sí de ello como el último recurso que permitiría actuar eficazmente contra el enemigo, pero se guardaban muy bien el de comunicar sus ideas revolucionarias a las altas esferas. El primer semestre de 1944 trajo su cosecha de nuevas derrotas, de nuevos reveses en todos los frentes, y la idea de los ataques especiales hizo prosélitos.
Algunos promotores hablaron a algunos oficiales superiores, pero la propuesta no fue bien recibida a alto nivel, y esta aproximación no parecía conducir a nada. Pero muchas decenas de aviadores japoneses pusieron en práctica, siempre con iniciativa personal, este gesto heroico, mas su ejemplo solo influyó sobre otros combatientes y no sobre las autoridades militares en general. Sin embargo, algunos oficiales se habían ocupado del problema, y empezaron a estudiar sus eventuales aspectos tácticos. A partir de la mitad de 1944, el número de los ataques especiales espontáneos aumentó notablemente, y ya que se hizo necesario al alto nivel tomarlo en cuenta y concebir nuevas tácticas que sirviese para encuadrar oficialmente la nueva iniciativa. Por tanto, algunos jefes examinaron el problema en todos sus aspectos y llegaron a las mismas conclusiones que los promotores: la nueva fórmula de ataque era la última esperanza para el Japón para intentar trastocar una situación estratégica que se había hecho dramática. Del drama nacional al personal no hay más que un paso, aunque muy importante, y muchos japoneses lo dieron.
Algunos promotores hablaron a algunos oficiales superiores, pero la propuesta no fue bien recibida a alto nivel, y esta aproximación no parecía conducir a nada. Pero muchas decenas de aviadores japoneses pusieron en práctica, siempre con iniciativa personal, este gesto heroico, mas su ejemplo solo influyó sobre otros combatientes y no sobre las autoridades militares en general. Sin embargo, algunos oficiales se habían ocupado del problema, y empezaron a estudiar sus eventuales aspectos tácticos. A partir de la mitad de 1944, el número de los ataques especiales espontáneos aumentó notablemente, y ya que se hizo necesario al alto nivel tomarlo en cuenta y concebir nuevas tácticas que sirviese para encuadrar oficialmente la nueva iniciativa. Por tanto, algunos jefes examinaron el problema en todos sus aspectos y llegaron a las mismas conclusiones que los promotores: la nueva fórmula de ataque era la última esperanza para el Japón para intentar trastocar una situación estratégica que se había hecho dramática. Del drama nacional al personal no hay más que un paso, aunque muy importante, y muchos japoneses lo dieron.

El nuevo sistema permitía, efectivamente infligir a la flota de los Estados Unidos los máximos daños que las otras armas no eran capaces de causar, y además con un mínimo de pérdidas. Esta fue la idea fundamental de la nueva clase de ataque. Aun cuando puede parecer monstruoso, el nuevo sistema presentaba dos importantes ventajas: eliminaba las importantísimas pérdidas sufridas inútilmente en los vuelos de ida y regreso, y podía infligir sin duda un golpe gravísimo a la moral de los soldados americanos. La ventaja táctica era inmediata y evidente, y la estrategia podía asumir proporciones inesperadas. Algunos oficiales superiores nipones consideraban que, frente a esta violenta y extraordinaria reacción, quizás renunciaran inmediatamente los americanos al desembarco final en suelo japonés, desembarco que se presentaría tan costoso y sangriento que les convencería de entablar conversaciones aceptables para el Imperio del Sol Naciente. De aquí que estos ataques desesperados se iban a transformar, paradójicamente, de gestos desesperados en renovadas esperanzas sobre las que se basarían ya todas las aspiraciones del Japón.
Antes incluso de la organización oficial e los cuerpos de ataques especiales tuvo lugar un episodio extraordinario. Al parecer, la primera operación concertada de este tipo se realizó el 5 de julio de 1944, con el desconocimiento de los mandos supremos y de los promotores del nuevo ataque. El comandante de la aviación naval con base en Iwo Jima se vio obligado a recurrir a una acción de este género a causa del enorme sacrificio de hombres y de material que su agrupación estaba padeciendo desde hacía unos días. Los aviones americanos volaban sin descanso sobre Iwo Jima, destruyendo sistemáticamente todo lo que a su paso encontraban. Las incursiones de contraataque japonesas no habían dado resultado alguno, mientras que las pérdidas eran elevadisimas, hasta el punto de que en más de una ocasión no se había salvado ni un solo aviador. La noche del 4 de julio, el jefe disponía de nueve cazas Zero y ocho torpederos. Con esta exigua formación no podía desencadenar una ofensiva del tipo tradicional; por ello pensó en lo que había oído decir a propósito de las acciones especiales.
Antes incluso de la organización oficial e los cuerpos de ataques especiales tuvo lugar un episodio extraordinario. Al parecer, la primera operación concertada de este tipo se realizó el 5 de julio de 1944, con el desconocimiento de los mandos supremos y de los promotores del nuevo ataque. El comandante de la aviación naval con base en Iwo Jima se vio obligado a recurrir a una acción de este género a causa del enorme sacrificio de hombres y de material que su agrupación estaba padeciendo desde hacía unos días. Los aviones americanos volaban sin descanso sobre Iwo Jima, destruyendo sistemáticamente todo lo que a su paso encontraban. Las incursiones de contraataque japonesas no habían dado resultado alguno, mientras que las pérdidas eran elevadisimas, hasta el punto de que en más de una ocasión no se había salvado ni un solo aviador. La noche del 4 de julio, el jefe disponía de nueve cazas Zero y ocho torpederos. Con esta exigua formación no podía desencadenar una ofensiva del tipo tradicional; por ello pensó en lo que había oído decir a propósito de las acciones especiales.

Reflexiono mucho sobre ello y, muy avanzado la noche, se decidió a hablar a sus hombres. La propuesta fue acogida con reacciones diversas, y si unos se entusiasmaron inmediatamente, hubo quien vaciló mucho antes de aceptar esta misión de sacrificio. Sin embargo, al final partieron todos. Era el 5 de julio de 1944. Por desgracia, los 17 aviones fueron atacados antes de haber alcanzado su objetivo por una escuadrilla de Hellcat americanos, que los dispersaron, abatiendo a más de la mitad. Los aviadores nipones, desesperados por no haber podido alcanzar su objetivo, se vieron obligados a invertir su ruta y regresar a Iwo Jima. La decisión constituyó un grave caso de conciencia: ¿acaso no habría partido para una misión sin retorno?.
Sin embargo, la decisión estaba justificada, ante la perspectiva de precipitarse inútilmente en el océano. La misión fue un fracaso en el plano táctico, por lo cual, la decisión de sacrificarse de los pilotos de Iwo Jima permaneció ignorada tanto por los americanos como para los mandos japoneses. Entre esta anfractuosa expedición y los desembarcos americanos en las Filipinas no hubo ninguna otra incursión especial, pero muchos aviadores nipones que habían partido para misiones de tipo convencional realizaron ataques especiales, siempre bajo su iniciativa personal. Entre tanto, el Almirante Onishi había pasado del estadio teórico al aspecto práctico de la idea, y en su mente comenzaban a perfilarse las nuevas líneas del nuevo estilo de ofensivas. Entre las unidades comenzaron a circular comunicados que hablaban de las empresas de los voluntarios de la muerte, y numerosos pilotos manifestaban sus deseos de participar en este tipo de ataques.
Sin embargo, la decisión estaba justificada, ante la perspectiva de precipitarse inútilmente en el océano. La misión fue un fracaso en el plano táctico, por lo cual, la decisión de sacrificarse de los pilotos de Iwo Jima permaneció ignorada tanto por los americanos como para los mandos japoneses. Entre esta anfractuosa expedición y los desembarcos americanos en las Filipinas no hubo ninguna otra incursión especial, pero muchos aviadores nipones que habían partido para misiones de tipo convencional realizaron ataques especiales, siempre bajo su iniciativa personal. Entre tanto, el Almirante Onishi había pasado del estadio teórico al aspecto práctico de la idea, y en su mente comenzaban a perfilarse las nuevas líneas del nuevo estilo de ofensivas. Entre las unidades comenzaron a circular comunicados que hablaban de las empresas de los voluntarios de la muerte, y numerosos pilotos manifestaban sus deseos de participar en este tipo de ataques.

Para el Almirante Onishi, en realidad, el único problema era el de la reglamentación de la organización material. La escasez de aviones disponibles limitaba la utilización masiva de nuevo procedimiento. Además, según el propio almirante, estos ataques debían limitarse en el tiempo y encuadrarse en la “Operación Sho”, es decir, en la defensa ultranza del archipiélago de las Filipinas. Presentando así, el principio del nuevo sistema ofensivo no sólo encontró inmediatamente el favor del Alto Mando, sino que, además, fue acogido entusiásticamente por muchos pilotos, hasta el punto de tenerse que refrenar el ardor inicial y proceder a un reclutamiento cuidadoso, a causa del escaso número de aviones. El 17 de octubre el Almirante Onishi llegó a las Filipinas. Convocó inmediatamente a los jefes de la 201ª escuadrilla y, en calidad de Comandante de la Primera Flota Aérea, les impartió las nuevas disposiciones, a fin de asegurar el éxito total de la Operación Sho. Explicó que el Almirante Kurita pretendía trasladar la flota del Golfo de Leyte para combatir contra las fuerzas anfibias americanas y que, por eso, era indispensable el apoyo de la aviación, que permitiese a los buques atravesar los estrechos sin ser liquidados.
Con la sangría de aviones de que la aviación nipona era víctima desde hacía algún tiempo, tal apoyo parecía imposible. Onishi declaró que estaba decidido a ir mas allá de las normas acostumbradas, a fin de compensar la escasez de medios. Y añadió: “Ya no somos suficientemente poderosos para enfrentarnos al enemigo en combate aéreo y no nos queda otra salida que la de impedir el despegue de los aviones americanos. Por lo tanto, hay que inutilizar las pistas de los americanos, aunque solo sea durante una semana. Pienso que el único modo de alcanzar nuestro objetivo es cargar los aviones de caza con bombas de 250 kg y estrellarlos contra el objetivo. ¿Qué piensan ustedes de ello?". Así se expresaba el Almirante Onishi ante la reunión de oficiales de la 201ª Escuadrilla. Su razonamiento era lógico e impecable. No había nada que oponer a su frío rigor militar. La propuesta dejo helado a sus oyentes, si bien ya se esperaba, antes o después, una decisión de este género. Evidentemente, los oficiales no ignoraban que muchos pilotos habían considerado la posibilidad de efectuar ataques de este tipo, pero el hecho de oír hablar oficialmente de ello a un almirante les dejo petrificados.
Con la sangría de aviones de que la aviación nipona era víctima desde hacía algún tiempo, tal apoyo parecía imposible. Onishi declaró que estaba decidido a ir mas allá de las normas acostumbradas, a fin de compensar la escasez de medios. Y añadió: “Ya no somos suficientemente poderosos para enfrentarnos al enemigo en combate aéreo y no nos queda otra salida que la de impedir el despegue de los aviones americanos. Por lo tanto, hay que inutilizar las pistas de los americanos, aunque solo sea durante una semana. Pienso que el único modo de alcanzar nuestro objetivo es cargar los aviones de caza con bombas de 250 kg y estrellarlos contra el objetivo. ¿Qué piensan ustedes de ello?". Así se expresaba el Almirante Onishi ante la reunión de oficiales de la 201ª Escuadrilla. Su razonamiento era lógico e impecable. No había nada que oponer a su frío rigor militar. La propuesta dejo helado a sus oyentes, si bien ya se esperaba, antes o después, una decisión de este género. Evidentemente, los oficiales no ignoraban que muchos pilotos habían considerado la posibilidad de efectuar ataques de este tipo, pero el hecho de oír hablar oficialmente de ello a un almirante les dejo petrificados.

Todos eran conscientes de que esta reunión pasaría a la historia. Tras no pocas crisis de conciencia y meditación, la técnica del almirante obtuvo el consenso unánime. A consecuencia de esta decisión, la 201ª escuadrilla creó un nuevo grupo que adoptó la denominación de “Cuerpo Especial de Asalto por Impacto”. Todo sucedió como si se tratase de un trámite administrativo ordinario, ya que el asunto estaba en el aire desde tiempo atrás y parecía que todos aguardaban sus comienzos. Desde la aparición de los Hellcat americanos, que abatían un número mayor de unidades zero (eran mejores y estaban mejor armados que éstos, que, además, se confiaba a pilotos que no había recibido un entrenamiento realmente eficaz), había aumentado las solicitudes de autorización para sacrificar el avión contra el objetivo. Al día siguiente de la Batalla de las Marianas, por ejemplo, el comandante del portaaviones IJN Chiyoda envió una solicitud muy significativa al Cuartel General: “Solicito permiso para asumir el mando de un Cuerpo Aéreo especial, constituido por pilotos destinados a lanzarse contra las naves enemigas”.
La solicitud fue rechazada, pero pocos meses después otro oficial, el Vicealmirante Onishi, realizaba el proyecto. Paracaidista experimentado, as de la aviación y partidario de la construcción de portaaviones en vez de los superados acorazados. Onishi había colaborado ampliamente con Yamamoto (entre otras cosas, le había ayudado a elaborar el plan de ataque contra Pearl harbor) hasta que se le encargó la dirección de los programas de fabricación de aviones. Desde este cargo fue donde pudo darse cuenta de que el Japón iba derecho a una catástrofe, ya que se perdía más aviones de los que se podían fabricarse. “Lo que cuenta (escribía en aquella época) para un jefe es poder encontrar una muerte útil y honrosa para sus soldados. Creo firmemente que las acciones de sacrificio no son otra cosa que un infinito acto de amor hacia nuestro país”.
La solicitud fue rechazada, pero pocos meses después otro oficial, el Vicealmirante Onishi, realizaba el proyecto. Paracaidista experimentado, as de la aviación y partidario de la construcción de portaaviones en vez de los superados acorazados. Onishi había colaborado ampliamente con Yamamoto (entre otras cosas, le había ayudado a elaborar el plan de ataque contra Pearl harbor) hasta que se le encargó la dirección de los programas de fabricación de aviones. Desde este cargo fue donde pudo darse cuenta de que el Japón iba derecho a una catástrofe, ya que se perdía más aviones de los que se podían fabricarse. “Lo que cuenta (escribía en aquella época) para un jefe es poder encontrar una muerte útil y honrosa para sus soldados. Creo firmemente que las acciones de sacrificio no son otra cosa que un infinito acto de amor hacia nuestro país”.