Hitler al enterarse de las declaraciones de Chamberlain, estalla en un ataque de furia. Comprende que, en adelante, tendrá que apelar a las armas para concretar sus planes y conquistar el “espacio vital” que asegurara “la supervivencia y la grandeza” del pueblo alemán.
Reunidos en el despacho del Führer, los jefes de la Wehrmacht reciben de las manos de Hitler las copias de un proyecto ultrasecreto: el plan “Blanco”. Hitler permanece unos minutos en silencio, y luego, con voz calma y enérgica, de la lectura al decisivo documento:
Señores el objetivo será destruir el poderío militar polaco y crear en el Este una situación que satisfaga los requerimientos de la defensa nacional. El Estado Libre de Danzig será proclamado parte integrante del Reich al comienzo de las hostilidades.
La misión de la Wehrmacht será destruir a las fuerzas armadas polacas, con ese fin deberá disponer a realizar un ataque por sorpresa.
Los preparativos deben efectuarse de tal manera, que la operación pueda ser llevada a la práctica en cualquier momento.
“El gobierno del Reich y el gobierno Soviético han acordado concretar un pacto de no agresión. El ministro de relaciones Exteriores del Reich arribará a Moscú el jueves 23 de agosto, para dar conclusión a las negociaciones”.
La inesperada noticia provocó estupor en todo el mundo. El último obstáculo que impedía a Hitler concretar sus planes de agresión contra Polonia, quedaba así eliminado. Cuatro meses antes, el Führer había hecho su entrada triunfal en Praga, y Checoslovaquia, cuya independencia había prometido respetar en la conferencia de Múnich, quedaba incorporada a la “Gran Alemania”. El orden europeo establecido al término de la Primera Guerra Mundial por el Tratado de Versalles, se derrumbaba estrepitosamente para no levantarse más.
Stalin tomando una copa de champaña, exclama con entusiasmo:
- ¡Sé cuánto ama el pueblo alemán a su Führer! Quiero en consecuencia, levantar mi copa en su honor… ¡Brindo a la salud del Führer!
En el mismo momento, a miles de kilómetros de distancia, Hitler festeja también la firma del Pacto que acaba de concretar. Con satisfacción, el Führer comprende que ha conquistado, sin derramar una gota de sangre, la victoria más extraordinaria de toda su carrera. Al concretar el tratado con Stalin ha logrado, de la noche a la mañana, alterar radicalmente la amenazada posición en que se encontraba Alemania. Con el apoyo de Rusia podrá ahora liquidar definitivamente a Polonia, y al mismo tiempo, hacer frente a una guerra contra Gran Bretaña y Francia, sin preocuparse de lo que ocurra a sus espaldas.
Al recibir, el 19 de agosto, el telegrama de su embajador en Moscú con la noticia de que Stalin se avenía a entrar en negociaciones, Hitler mandó llamar al almirante Raeder y le ordenó hacer zarpar inmediatamente a la flota de submarinos y a los acorazados DKM Graf Spee y DKM Deutschland, a fin de que alcanzasen sus posiciones de combate en el mar del Norte y el Atlántico, en la fecha fijada para la iniciación del ataque a Polonia.
Mientras la Marina inicia el desplazamiento de sus unidades, el Ejército se apresta a cumplir con su misión. El 23 de agosto, Hitler fija la fecha y hora del ataque: el sábado 26 de agosto a las 04.30 de la madrugada.
Hitler entre tanto ha regresado a Berlín. El 25 de agosto, envía a Mussolini una carta y le comunica que está dispuesto a atacar a Polonia de un momento para otro. En la tarde de ese mismo día manda llamar al embajador británico, sir Neville Henderson, y le hace una última proposición: Alemania está dispuesta a llegar a un amplio acuerdo con Gran Bretaña, después de que haya resuelto sus problemas con Polonia.
Una vez más, el estatuto caudillo nazi intenta quebrantar con falsas promesas la unidad de sus enemigos.
Las horas vuelan, Por las carreteras que conducen hacia el este, marchan en interminables columnas, las fuerzas de la Wehrmacht. Al día siguiente a las 04.30 de la madrugada, se lanzará el ataque contra Polonia.
A las 6 de la tarde entró presurosamente en la cancillería del Reich el embajador italiano, Bernardo Attolico. En sus manos llevaba la respuesta de Mussolini a la carta que Hitler Había enviado al Duce esa misma mañana. Sin detenerse en mayores ceremonias, Hitler tomó la misiva y, con sorpresa y furia, se entero de su insólito contenido. Mussolini, simplemente, le anunciaba que Italia no estaba en condiciones de entrar en guerra, pues hasta 1942 no podría completar adecuadamente la preparación de las fuerzas armadas.
Poco después el Führer recibió la noticia de que Gran Bretaña y Polonia acababan de dar forma definitiva a su alianza mediante la firma de un pacto de asistencia mutua. Ya no se podría abrigar duda alguna de que los ingleses intervendrían en la guerra. Hitler, abatido por la defección inesperada de su principal aliado y la decidida actitud de los británicos, tomó una resolución extrema. Luego de permanecer silencioso y `pensativo unos minutos, se puso de pie y mandó llamar al mariscal Keitel. El sumiso jefe de la Wehrmacht entró corriendo en su despacho. Sin darle tiempo a recuperar el aliento, Hitler le ordenó:
-¡Detengan el ataque!
Keitel, girando sobre sus talones, partió como un rayo a sus oficinas y, sin perder un instante, transmitió la noticia al general Brauchitsch, comandante en jefe del Ejército. Este telefoneó en el acto al general Halder, jefe del Estado Mayor, y le comunicó la orden del Führer:
- ¡Aquí Brauchitsch, nueva situación! Hitler exige la inmediata suspensión de todos los movimientos. La frontera no debe ser rebasada bajo ningún pretexto... al parecer por razones políticas.
¿Podemos detenernos?
Halder, desconcertado; permaneció unos segundos, en silencio. Luego respondió con voz firme Y categórica:
- ¡Haremos todo lo posible!
Desplazándose con la precisión de una gigantesca maquinaria, 60 divisiones alemanas convergen, en ese momento, sobre la frontera polaca. Halder intenta lo imposible. Desesperado, ordena a sus subordinados paralizar en el acto la marcha de las tropas. La voz de mando corre con la velocidad del rayo entre los desconcertados comandantes: ¡Prohibido romper las hostilidades! En las carreteras de Silesia, Eslovaquia, Pomerania y Prusia Oriental, las columnas de tanques, camiones y vehículos blindados detienen bruscamente su marcha. Una división motorizada, sin embargo, no recibe el aviso, y prosigue avanzando a toda velocidad hacia la frontera. ¡Es preciso detenerla!
Inmediatamente, un oficial levanta vuelo en una avioneta y, en la noche, aterriza a la cabeza de la división. De esa dramática manera se evita, a último momento, la iniciación de la lucha.
Tres días más tarde, el 29 de agosto, comunicó a Chamberlain que estaba dispuesto a entablar negociaciones con Polonia por la cuestión de Danzig, siempre y cuando el Gobierno polaco enviase un plenipotenciario a Berlín en el término de 24 horas, a fin de iniciar sin tardanza las discusiones. El Führer sabía perfectamente que los polacos no aceptarían sus exigencias, y que, en consecuencia, al rechazar las propuestas alemanas se convertirían ante la opinión mundial en los causantes directos del fracaso de las negociaciones.
De esa manera, Gran Bretaña y Francia contarían con una salida honorable para retirar su apoyo a Polonia. Pero esta vez Hitler se equivocaba. Chamberlain, harto ya de concesiones, no estaba dispuesto a respaldar un nuevo Múnich.
A medianoche del 30 de agosto, el embajador británico en Berlín, Sir Neville Henderson, entregó a Ribbentrop la respuesta de su Gobierno. Escrita en tono moderado, la nota, no obstante, señalaba claramente que Gran Bretaña no estaba dispuesta a presionar a Polonia para que aceptase el ultimátum de Hitler. La maniobra del Führer había fracasado por completo.
-¡El ataque será mañana las 04.45 de la madrugada! Gran Bretaña y Francia están decididas a intervenir, pero el Führer ha resuelto igualmente iniciar la campaña.
Una hora más tarde, Hitler firmó la Directiva Nº1 para la conducción de la guerra, y entregó el funesto documento a los jefes de la Wehrmacht.
El drama previo llegó así a su fin. En Varsovia, el comandante en jefe del ejército Polaco, mariscal Edward Smigly-Rydz, resolvió, luego de angustiosas cavilaciones, dar el paso decisivo. Poco después de las 11:00 de la mañana impartió la orden de movilización general. Al caer la noche del 31 de agosto tuvieron lugar los primeros "combates"' de la guerra. Grupos de soldados de la SS, disfrazados con uniformes polacos, realizaron ataques simulados contra un serie de puestos fronterizos alemanes. Las radios no tardaron en difundir, mediante alarmantes comunicados, la noticia de la inesperada "agresión". Esta farsa fue utilizada al día siguiente por el Führer para justificar ante su pueblo y el mundo el ataque contra Polonia.
El grupo de Ejércitos "Sur”, comandado por el general Gerd Von Rundstedt, llevaría a cabo la maniobra decisiva de la campaña. Con tal fin, le fueron asignadas 35 divisiones, que comprendían el grueso de las fuerzas blindadas: 4 divisiones Panzer, 3 divisiones mecanizadas y 2 motorizadas. La misión de Rundstedt sería adueñarse de la importante región carbonífera de la Silesia polaca, para luego avanzar rápidamente hacia Varsovia y las orillas del Vístula, a fin de conquistar la capital y unir sus fuerzas al oeste de dicho río con las unidades del grupo de ejércitos "Norte". De esta forma, el Ejército polaco quedaría atrapado, desde el norte y el sur, en un gigantesco cerco, y se vería impedido de construir una nueva línea defensiva detrás de la barrera del Vístula. El Grupo de Ejércitos "Norte", comandado por el general Fedor von Bock, contaría con 25 divisiones, que incluían 1 división Panzer, 2 divisiones mecanizadas y 2 motorizadas. Sus fuerzas, luego de destruir a las unidades polacas emplazadas en el corredor de Danzig, avanzarían hacia el sur, flanqueando los ríos Vístula y Narew, para establecer contacto con las tropas de Rundstedt. El comandante en jefe del Ejército polaco, mariscal Smigly-Rydz, se hallaba enfrentado, el encarar la defensa de su país, con un problema insoluble.
Sus fuerzas eran totalmente inferiores, en número y armamento, a los ejércitos alemanes. Contaba tan sólo con un puñado de anticuados tanques franceses y británicos, y su Fuerza aérea se reducía a unos 400 aparatos viejos. Smigly, además, debía optar entre dos posibilidades, y ambas conducían a una derrota inevitable: o emplazaba sus ejércitos sobre la frontera, a fin de defender la región occidental del país, donde se hallaban concentradas la mayor parte de las industrias polacas, o situaba sus fuerzas detrás de la barrera fluvial formada por los ríos Vístula y Narew, con el objeto de enfrentar la embestida de la Wehrmacht en una fuerte posición defensiva. En el primer caso corría el riesgo de que sus ejércitos fueran aniquilados en los primeros días de la lucha; en el segundo, perdería la fuente de abastecimiento de sus fuerzas, ay se vería obligado a rendirse a corto plazo.
Decidido a jugarse el todo por el todo, Smigly resolvió finalmente enfrentar el choque de la Wehrmacht en la misma frontera. Con tal fin repartió a sus fuerzas en tres grandes sectores. En el norte, frente a Prusia Oriental y Pomerania, emplazó tres Ejércitos integrados por 15 divisiones de infantería y 5 brigadas de caballería; en el centro, resguardando la rica provincia de Poznan, ubicó el grueso de sus fuerzas, dos Ejércitos compuestos por 9 divisiones de infantería y 4 brigadas de caballería, apoyadas a retaguardia por su principal fuerza de reserva, el Ejercito “Prusia”, integrado por 6 divisiones de infantería, 1 brigada de motorizados y 1 brigada de caballería; finalmente, en el sur en Cracovia y lo Cárpatos, destaco dos Ejércitos, compuestos por 8 divisiones de infantería, 2 brigadas motorizadas y 1 brigada de caballería.
Hasta el 6 de septiembre, la heroica guarnición rechaza doce asaltos enemigos. Llega así al límite de su resistencia. El 7 de septiembre, al despuntar el sol, los cañones alemanes desatan un bombardeo demoledor sobre las posiciones polacas.
Parapetándose entre las ruinas de los edificios, Sucharski y los 60 sobrevivientes se aprestan a enfrentar el ataque final. Los SS avanzan entre los escombros y entablan con los polacos una desesperada lucha cuerpo a cuerpo. Una hora más tarde, todo termina.
En el mismo momento en que los tanques de Guderian trasponen la frontera, el general polaco W?adys?aw Bortnowski, jefe de las fuerzas emplazadas en el corredor, se pasea nerviosamente en su a puesto de mando, en la ciudad de Torun.
Siguiendo las directivas del mariscal Smigly-Rydz, el grueso de sus fuerzas había sido destacado en el centro del corredor, con la orden de lanzarse a la conquista de Danzig, en el momento mismo de la iniciación de las hostilidades. Esta descabellada operación habría condenado a todas las divisiones del Bortnowski al aniquilamiento. En consecuencia, el 31 de agosto, el general ordenó a sus mejores divisiones, la 13 y la 27 de infantería, retirarse inmediatamente hacia el sur, para escapar de la trampa mortal que amenazaba cerrarse sobre sus espaldas.
El 1 de septiembre las tropas de la 13ª división, consiguen embarcarse en ferrocarril, y se evaden hacia el sur bajo los continuos ataques de los Stukas. La división 27, sin embargo, no logra alcanzar la cabecera ferroviaria, y debe emprender a pie la retirada.
Avanzando a toda velocidad, los blindados de Guderian llegan en la noche del 1 de septiembre a orillas del Vístula. ¡El cerco está cerrado!
Hacia ese río convergen, desde el norte, las columnas de la división 27. En las primeras horas del día 2, en medio de la oscuridad, los polacos tratan de abrirse paso a través de la barrera de tanques. No logran, sin embargo su intento.
Los blindados rompen fuego y detienen su avance. Pronto se desata un caos indescriptible en las filas polacas. Las unidades, destrozadas, pierden toda cohesión y se convierten en fácil presa de los tanques alemanes.
Sobreviene entonces uno de los episodios más dramáticos de la campaña.
Poniéndose a la cabeza de sus jinetes, el general Grzont-Skotnicki, jefe de la brigada “Pomerania", desenvaina su sable y se lanza a todo galope contra los tanques alemanes, en un desesperado intento por romper el cerco. Sin titubear, sus soldados lo siguen.
Levantando gigantescas nubes de polvo, la enorme masa de jinetes avanza a plena carrera, sable y lanza en mano, hacia los blindados. Horrorizados, los alemanes se aprestan a repeler el ataque. El heroico y terrible sacrificio concluye en contados minutos. Uno tras otro, los escuadrones son segados por el implacable fuego de los cañones y las ametralladoras. Algunos jinetes, sin embargo, logran atravesar la mortífera barrera y van a quebrar, impotentes, sus frágiles lanzas contra los flancos de acero de los tanques.
Bajo el empuje combinado de tres Ejércitos alemanes, el VIII de von Blaskowitz, el X de von Reichenau y el XIV de von List, todo el frente sur polaco se desploma entre los días 1 y 3 de septiembre.
La Luftwaffe atacó incesantemente y logra desarticular por completo la organización de retaguardia de los ejércitos polacos.
Luego de cruzar el Wartha, la división 4ª División Panzer, comandada por el general Reinhardt, avanza a toda velocidad hacia el norte por la carretera que conduce a Varsovia. El 2 de septiembre, una escuadrilla de bombarderos polacos realiza un desesperado ataque, a fin de detener Su marcha. Los viejos aviones pican una y otra vez sobre las de columnas de tanques y camiones, pero chocan contra una infranqueable barrera de fuego antiaéreo. En pocos minutos, los campos quedan sembrados con los restos flamantes de 14 aviones Polacos. Los tanques alemanes prosiguen su avance.
Arrollando a todas las fuerzas que se interponen en su camino, en la mañana del 3 de septiembre se apoderan de la ciudad de Radomski y horas más tarde, entran en Kamienski. Por intermedio de su fulminante penetración, la 4ª División Panzer, ha logrado separar los Ejércitos polacos del centro de los que combaten en el sur.
En la noche del 3 de septiembre, el mariscal Smigly-Rydz ordena que su principal fuerza de reserva, el Ejército "Prusia", se desplace inmediatamente hacía el sur, para bloquear el avance de los blindados alemanes que marchan sobre Varsovia. El jefe polaco sabe que se juega su última carta. Al día siguiente principia la decisiva batalla; Los tanques del Reinhardt, librando violentos encuentros, ponen fuera de combate, una tras otra, a tres divisiones de infantería polacas y en la noche del 6 de septiembre ocupan la ciudad de Tomaszow-Maz, situada a 100 km. al sur de Varsovia. El camino a la capital estás abierto.
A su vez, a la izquierda de la división Panzer 4, la división Panzer 1, en unión con las unidades del VIII ejército del general Blaskowitz, infringe repetidas derrotas a las divisiones polacas que defienden la ciudad de Lodz. Desesperado, el general polaco Juliusz Rommel, jefe de dicho sector, intenta construir una línea defensiva a pocos kilómetros al oeste de la ciudad, pero los alemanes, mediante incesantes ataques, obligan a sus fuerzas a emprender la retirada, y en la noche del 7 de septiembre se apoderan de Lodz. La ruptura hacia Varsovia queda así definitivamente asegurada.
Varsovia resiste
Los otros blindados disparan sus ametralladoras, pero los “scouts” logran escabullirse. Acelerando la marcha, los tanques se dirigen hacia la plaza Unión de Lublin, una de las principales de la capital. La multitud huye despavorida, pero un chofer, tomando una lata llena de nafta, corre hacia uno de los tanques y arrojándole el inflamable liquido, le prende fuego. En contados segundos, el vehículo se transforma en una gigantesca hoguera. El otro tanque emprende a toda velocidad la retirada. Estos episodios se repiten en todos los barrios. Bajo la guía de su decidido y valiente alcalde, Stephane Starzynski, el pueblo de Varsovia logra así rechazar la primera embestida de los alemanes. Enfrentado con esa inesperada resistencia, el general Schmidt decide replegar sus fuerzas a los lindes de la capital, a fin de aguardar la llegada de sus unidades de infantería.
El aniquilamiento del ejército polaco
Los alemanes han destruido anoche a mi Ejército en la margen derecha del Vístula. Smigly-Rydz, abatido, Se desploma en una silla. El aniquilamiento del ejército "Prusia" pone fin a sus últimas esperanzas de constituir un nuevo frente defensivo. Ya nada puede detener el avance alemán hacia Varsovia. Dos días antes, el mariscal había impartido a Dab-Biernacki la orden de replegar rápidamente sus fuerzas al este del Vístula, pero, en vertiginoso avance, las divisiones motorizadas de von Rundstedt envolvieron por el norte y por el sur a las divisiones polacas, y cerraron sobre sus espaldas una mortal tenaza. El 8 de septiembre, la batalla concluía. Las últimas tres divisiones del Ejército “Prusia" habían sido aniquiladas.
La Wehrmacht, dando cumplimiento estricto a su plan de campaña, emprendió a continuación la destrucción de los Ejércitos de los generales Bortnowski y Kutrzeba, cuyas unidades, que sumaban más de la mitad de los efectivos totales del Ejército polaco, habían quedado aisladas al oeste del Vístula.
En la mañana del 10 de septiembre, el general Kutrzeba había iniciado un violento ataque hacia el sur, a fin de golpear el flanco izquierdo de la gigantesca cuña abierta por los alemanes y contener el avance de los blindados hacia Varsovia.
El 12 de septiembre, el general Kutrzeba y el general Bortnowski celebran una conferencia sobre las márgenes del Bzura. Al sur de dicho río, sus soldados sostienen desesperados combates con las tropas de von BlaSkowitz, bajo el bombardeo incesante y demoledor de la artillería y los Stukas. En pocos minutos, los dos jefes toman una resolución extrema.
Comprenden que, una vez más, han caído en la trampa. El ataque hacia el sur ha fracasado y, desde todas las direcciones, convergen sobre sus diezmados ejércitos las fuerzas alemanas. Deciden, en consecuencia, poner inmediatamente término la ofensiva y emprender al otro día la retirada hacia Varsovia. Sin embargo, ya es demasiado tarde. El cerco tendido por von Rundstedt se cierra inexorablemente. Las divisiones Panzer 1 y 4, que se encuentran frente a Varsovia, dan media vuelta y se dirigen a toda velocidad hacía el Bzura, para cortar, por el este, la retirada de los polacos.
Desde el norte, el IV Ejército de von Kluge avanza a marchas forzadas y completa la barrera que, por el oeste y el sur, ha levantado el VIII Ejército de von Blaskowitz.
El 16 de septiembre, a las 10.30 de la mañana, los alemanes inician el ataque. Los Panzers cruzan el Bzura y, aniquilando a todas las fuerzas que se interponen en su camino, alcanzan la localidad de Kiernoczie, emplazada en el centro de la gigantesca bolsa. La suerte de los ejércitos polacos está sellada. Al día siguiente, los alemanes renuevan con acrecentada violencia la ofensiva.
Cae la noche. Por los caminos que se dirigen hacia el este, marchan, en medio de un caos indescriptible, millares de soldados polacos. Sobre las orillas del Bzura chocan contra los alemanes y se entabla una lucha furiosa y sangrienta. Dos brigadas de caballería logran romper el cerco y evadirse hacia Varsovia a través de los espesos bosques. El general Kutrzeba acompañado por un grupo de oficiales, consigue también llegar a la capital. Su camarada, el general Bortnowski, es hecho prisionero. Al despuntar el día 18 de septiembre, la Luftwaffe lanza todos sus efectivos al ataque. Con un rugido ensordecedor, los Stukas se abaten sobre las indefensas columnas de soldados, ametrallándolas sin piedad. Pocas horas más tarde, la batalla concluye. Ha sido destruido el grueso del Ejército polaco.
Sin detener su marcha, los tanques alemanes ocupan la ciudad de Brest-Litovsk, y el 16 de septiembre, establecen contacto con las unidades de von Rundstedt a orillas del río Bug.
Así, tal como fue planeado, las fuerzas provenientes del norte y el sur cierran finalmente la gigantesca trampa en la que queda atrapada la totalidad del Ejército polaco. Al día siguiente, los Rusos, dando cumplimiento a las cláusulas secretas del tratado nazí¬sovíétíco, transponen las fronteras Orientales de Polonia y, avanzando a toda velocidad hacia el oeste, arriban a Brest-Litovsk.
La campaña llega así a su fin. El mismo día en que los rusos entran en Polonia, el mariscal Smigly-Rydz busca refugio en territorio rumano. Varsovia, sin embargo, continúa resistiendo. Allí se concentran los últimos restos del ejército polaco y, bajo la conducción del general Rommel, se aprestan a enfrentar la embestida final de la Wehrmacht. Hitler ordena entonces arrasar a la capital con un bombardeo aéreo masivo.
El 25 de septiembre principia el ataque. Durante todo el día los Stukas ametrallan y bombardean implacablemente a la indefensa ciudad. Al caer la noche, y a la luz de los incendios que se propagan a todos los barrios, las tropas alemanas comienzan el ataque decisivo. Combatiendo furiosamente, los polacos, soldados y civiles se repliegan lentamente hacia el centro. Las municiones y víveres se agotan. No hay medicamentos para atender a los millares de heridos, y falta el agua, pues las cañerías han sido destruidas por las bombas. Enfrentado con la desesperada situación, el general polaco Rommel se rinde.
El 27 de septiembre, todo termina. A mediodía cesa el fuego, y los soldados polacos queman las banderas de sus regimientos para que no caigan en manos de los alemanes. Dos días más tarde, las tropas del VIII ejército de von Blaskowitz hacen su entrada.
El jerarca nazi estaba ausente y, en su reemplazo, el diplomático fue recibido por el Dr. Paul Schmidt, intérprete personal de Hitler. Henderson saludó fríamente al funcionario y, sin detenerse en mayores formalidades, dio lectura, con voz grave y solemne, a la nota que su Gobierno le había enviado esa madrugada. Era el ultimátum final: Chamberlain comunicaba a Hitler que, a partir de las 5 de la tarde de ese día, Gran Bretaña entraría en guerra con Alemania si la Wehrmacht no cesaba inmediatamente su ataque contra Polonia, y evacuaba los territorios conquistados.
Una vez terminada la lectura, Henderson entregó una copia del documento a Schmidt, y enseguida se marchó. Sin perder un instante, Schmidt se dirigió a la Cancillería del Reich, y entró en el despacho de Hitler. Este se hallaba sentado frente a un gran ventanal, acompañado de Ribbentrop. Schmidt tradujo apresuradamente la nota británica. Cuando hubo terminado, la sala quedó en absoluto silencio. Hitler, finalmente, se puso de pie, y preguntó a Ribbentrop con voz amenazadora: - ¿Y ahora qué?
El sumiso ministro, respondió:
- Supongo que los franceses entregaran un ultimátum similar, dentro de una hora.
Poco después del media día el embajador francés, Robert Coulondre, entregó a Ribbentrop el ultimátum de su Gobierno. Así, veintiún años después de la conclusión de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña, Francia y Alemania se lanzaron nuevamente a la lucha. Europa y el mundo no tardarían en verse envueltos en el conflicto.
Fuentes:
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http://www.wikipedia.org/
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